La leyenda del volcán Popocatepétl o del Guerrero enamorado
Cuenta una preciosa leyenda el origen del volcán Popocatépetl y del volcán con perfil de mujer, conocida como la ‘Mujer dormida’.
Hace mucho, mucho tiempo, gobernó entre los aztecas un hombre bueno y justo, al que todos querían muchísimo. Este emperador tuvo una hija, hermosa e inteligente. Según iba creciendo, sus dones aumentaban, hasta tal punto que su padre temía no encontrar una pareja lo suficientemente valiosa para ella.
Sin embargo, su hija, de nombre Izta, ya se había enamorado de un valiente guerrero, muy popular entre todos por sus victorias. Pero por supuesto, ambos jóvenes llevaban su amor en secreto.
En una ocasión, el imperio se vio amenazado por un enemigo muy fuerte. El emperador estaba tan preocupado, que llamó a sus tres mejores guerreros. Entre ellos estaba Popocatépetl, el guerrero del que su hija se había enamorado en secreto.
– Os he mandado llamar porque sois los mejores y confío en vosotros- dijo el emperador- Esta vez pienso pagar con algo más que gratitud vuestra honestidad y coraje. Aquel quien consiga derrotar al enemigo, gobernará el imperio y se ganará la mano de mi hija.
La joven miró a Popocatépetl y sonrió. Estaba totalmente segura de que ganaría a los otros dos guerreros. Y él, por supuesto, partió con la gran ilusión y la fuerza del amor de la joven Izta, lo que le hizo mucho más valiente.
El joven guerrero enamorado comenzó a ganar batallas, y sus dos oponentes empezaron a envidiarle hasta tal punto, que tramaron una trampa para deshacerse de él. Un día, le acompañaron hasta la línea enemiga y sin que se diera cuenta, huyeron y le dejaron solo.
Al cabo de unos días, al ver que no regresaba, mandaron un mensaje al emperador anunciando su muerte. La joven Izta, al escucharlo, enfermó y murió de pena a los dos días.
En realidad, Popocatépetl no estaba muerto, sino que se había escondido en la selva y desde allí, comenzó a librar estratégicas y astutas batallas contra el enemigo. Y, al regresar al campamento, sus compañeros, que le habían traicionado, huyeron.
El joven guerrero regresó al palacio del emperador para contarle lo que había ocurrido, de cómo le habían tendido una trampa y de cómo aún así, consiguió ganar varias batallas. El emperador, roto por el dolor, le comunicó que Izta había muerto de pena, pero que había demostrado tanto valor y honestidad, que le entregaba el imperio para que gobernara él.
– ¡No lo quiero! ¡No sin ella!- dijo muerto de dolor Popocatépetl.
El joven tomó entre sus brazos el cuerpo de Izta y se lo llevó de allí. Se retiró a un lugar lejano y construyó con sus propias manos una montaña sobre la que colocó el cuerpo de su amada. Junto a ella, prendió una hoguera que mantenía encendida todos los días y todas las noches.
Junto a esa montaña, construyó otra, más alta aún, en donde se quedó a vivir el resto de sus días. Para calentarse, también mantenía encendida una pequeña hoguera.
Con el tiempo, la montaña en donde descansaba Izta se transformó en un hermoso volcán con cuerpo de mujer. Muy cerca, se levanta otro inmenso volcán, donde vivió su enamorado: Popocatépetl.
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