Hubo un tiempo en que mi
ventana se abría
sobre una ciudad que parecía hecha de tiza.
Cerca de la ventana había un pequeño
jardín casi seco.
Era una época de sequía, de tierra desgarrada,
Y el jardín parecía muerto.
Pero cada mañana venía un hombre con un balde,
Y en silencio, iba a tirar con la mano unas gotas de
agua sobre las plantas.
No era un riego: era una especie de aspersión ritual, para que el jardín no muriera.
Y yo miraba las plantas, al hombre, a las gotas de agua que caían de
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