3ra. Parte
Zaida, la mayor, es de espíritu intrépido, y siempre se pone al frente de sus hermanas para todo, lo mismo que hizo al nacer, salió igualmente la primera. Es también curiosa, preguntona y amiga de profundizar en el porqué de todas las cosas.
Zorayda es una apacionada de la belleza, por esa razón, sin duda, se deleitaba mirándo su propia imagen en un espejo o en las cristalinas aguas de una fuente, tenía delirio por las flores, las joyas y por cualquier adorno que realzara su hermosura.
En
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¡fijaos en aquel otro
vestido de azul!
--exclamó Zorayda--
¡qué hermosura!
¡qué elegancia!
¡qué porte!
La gentil Zorahayda nada dijo, pero prefirió en su interior al caballero vestido de verde.
Las princesas continuaron observando hasta que perdieron de vista a los prisioneros, entonces, suspirando tristemente se volvieron, mirándose durante un momento unas a otras, sentándose meditabundas y pensativas en sus cómodas otomanas.
La discreta Kadiga las encontró en tal actitud, contaránle ellas lo que habían visto, y el apagado corazón de Kadiga se sintió también conmovido.
¡Pobres jóvenes! -Exclamó-
¡Apostaría que su cautiverio deja presa del más profundo dolor en el corazón de algunas damas principales de su país!
¡Ah, hijas mías!
No tenéis ni idea de la vida que llevan esos caballeros en su patria;
¡Qué justas y torneos!
¡Qué respeto a sus damas!
¡Qué modo de hablar y dar serenatas!
La curiosidad de Zayda se acrecentó en extremo, y no se cansaba de preguntar ni de oír de los labios de Kadiga la animada pintura que hacía de los episodios de sus días juveniles allá en su país.
La hermosa Zorayda, se reprimida y se miraba disimuladamente en un espejo, cuando la conversación recayó sobre los encantos de las damas españolas.
En tanto que Zorahayda ahogaba sus suspiros cuando oía contar lo de las serenatas a la luz de la luna.
Todos los días renovaba sus preguntas la curiosa Zayda, y todos los días repetía sus historias la madura Kadiga, siendo escuchada por su bello auditorio con profundo interés y entrecortados suspiros
Al fin la astuta Kadiga cayó en la cuenta del daño que acaso estaba ovacionado con sus historias de juventud. Ella se había acostumbrado a tratar a las princesas como niñas, sin considerar que insensiblemente habían ido creciendo y que tenía ya delante a tres hermosisimas "jóvenes casaderas"
"ya es tiempo,
-pensó Kadiga-
de avisar al rey"
Hallavase sentado cierta mañana Mohamed el Zurdo sobre un cómodo diván en uno de sus salones de la Alhambra, cuando llegó un esclavo de la fortaleza de Salobreña con un mensaje de la prudente Kadiga, felucitandole en el cumpleaños del natalicio de sus hijas. Al mismo tiempo le presentó el esclavo una delicada cestita adornada de flores y en la cual, sobre pampanos y hojas de higuera, venían un melocotón, un albaricoque y un prisco, cuya frescura, color y madurez tentaba el apetito.
El monarca, versado en el lenguaje original de las flores y las frutas, adivino de inmediato el dignificado de ésta emblemática ofrenda.
--ya ha llegado -dijo- el periodo crítico señalado por los astrólogolos, mis hijas están en edad de casarse.
¿Que haré?
Están ocultas de las miradas de lis hombres y bajo la custodia de la discreta Kadiga, todo marcha bien, pero no están bajo mi atenta vigilancia, como me predigeron los astrólogolos;
"debo, pues, recogerlas bajo mis alas y no confiarlas a nadie"....
Fin de la 4ta. Parte.
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