Érase una vez un bosque de manzanos que crecían juntos dando jugosas
frutas rojas que los pájaros picoteaban gustosos. A su lado, justo en la ribera del terreno que ocupaban, crecía otro
árbol diferente, distinto, al que esos mismos pájaros jamás se acercaban puesto que en lugar de manzanas de rojo intenso tenía unas pequeñas bolas algo alargadas duras como
piedras.
Este árbol quería ser como ellos pero por más que lo intentaba no podía y todos los manzanos se reían de él y de sus estériles esfuerzos.
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