Había una vez un hombre excepcionalmente vanidoso, tan presumido y arrogante era, que aun en las cosas más simples quería llamar la atención de todos. Una mañana se encontró casualmente con un joven que paseaba por el campo y se puso a hablar con él. Al poco tiempo de estar conversando, el hombre le dijo dispuesto a satisfacer su ego: « ¿Sabes, joven? Tengo un tambor tan enorme que su sonido se puede escuchar a más de mil kilómetros.
El joven paseante, sin apenas inmutarse, lo miró desafiante... Dar gracias por lo bueno y lo malo que nos sucede, es irse reconciliando con la vida. A veces es necesario que la vida nos sacuda con todas sus fuerzas, para darnos cuenta que el tiempo que nos queda, no es para malgastarlo. Tus palabras pierden valor cuando tus acciones no coinciden. El hombre que no se contenta con poco, no se contenta con nada.