Ofertas de luz y gas

PEDRO MARTINEZ: La familia la única asistencia posible........ PARTE...

La familia la única asistencia posible........ PARTE CUARTA

Cuando una sociedad no dispone de seguridad social pública cubre las necesidades de los más desfavorecidos a través de la propia familia, de las amistades, de la vecindad y de la caridad. Después de la guerra civil los que no habían muerto ni enfermado durante los primeros años de la posguerra, siguieron sufriendo miseria, aunque con el paso del tiempo el hambre se fuera atenuando. Además, continuaba el paro y la sobreexplotación en el trabajo.

La asistencia sanitaria no existía y el pueblo contaba únicamente con un doctor de pago poco amigo de las familias obreras. Para cualquier cuestión que sobrepasara la pura asistencia primaria tenían que trasladarse a Guadix y, para ir al hospital, tenían que desplazarse hasta Granada.

El caso de Manuela es un ejemplo de ello. Manuela, ahora ya viuda de Enrique, no había llegado al final de sus penalidades. Ya no sufría solamente por los hijos sino también por los nietos que le había dado Petronila, aquella chica, que hemos visto en capítulos anteriores como la ayudaba a pedir limosna para comprar comestibles o medicinas para el padre enfermo. Petronila tenía sólo dieciocho años cuando se casó y cuando su novio, de su misma edad, fue al servicio militar ya tenían tres pequeños.
Solas, madre e hija, estaban más unidas que nunca. Seguían batallando por tener cuidado de los niños de una y de otra. Pero, además, el infortunio (producido no por azar sino por una deficiente alimentación y otras carencias) hizo que esta familia, que ya había padecido la enfermedad del padre, sufriera las penalidades de otros miembros del grupo.

“Íbamos a lavar ropa al arroyo y veníamos con la burra llena de trapos, y veníamos a las tantas de la noche, las dos de lavar trapos, por una miaja de comida que nos daban. Pues todo el día lavando, las dos lavando. Luego estuve lavando en un cortijo que le llaman Pierres y iba muchas veces. ¡Y me he dao unas panzadas de llorar por el camino, que pelos tengo en la cabeza! Mi yerno se fue a la mili y se dejó tres y su mujer, cuatro. Yo sola pa ganar y mi Cayetano, que estaba muy pequeño, y yo y mi hija trabajando pa sacar los niños, tres que tenía. Uy yo era la que tenía de sacar la casa. Un día yo venía de por leña, me pilló mi Cayetano, escarbando remolacha nevando y vio que me iba a helar allí y dijo: -! Vámonos! Y me vine con él a mi casa. Hicieron lumbre muy grande de la leña que traía y nos calentamos y ya medio se me quitó que estaba medio helá.
Luego le vino al pequeño, le dio el paralí. La víspera del Señor, del Corpus de allí en Granada. Con dinero no se encontraban camas, y sin dinero… Pidiendo me encontré el Pedro, que le decían el de los Celedonios. Y aquel nos metió y nos pagó las camas a todos, a mi hija y al niño. El martes tenía a mi nieto no lo querían a ningún lao porque se pegaba decían.
Y mi niña llorando – ¡ay mama, ay mama! Que ha estao en casa el doctor y ha cerrado la puerta así que ha visto el mal que tiene el niño y ha desinfectado todo y a mí me ha dicho que había ido al pueblo a por una ambulancia. Y que nos pone un guardia en la puerta pa que no entre nadie.
Y chillona perdía. Y entonces aquel momento llegó la ambulancia y nos fuimos a Granada. A la posada, que le dicen la posada y nos encontrábamos, y no tenía dinero para ir a buscar camas. Entonces ya dije: -quédate aquí prenda mía que voy a buscar a ver.
Y salí y fue cuando encontré al Pedro de los Celedonios. ¡Y aquel con lo malo que era! ¡Se portó con nosotros muy bien! Muy bien nos buscó una cama, nos dio cama nos dio, vaya todo.
Al otro día por la mañana ¡ya estamos en las mismas! ¿Con qué comemos y qué hacemos? Tuve que salir otra vez y otra vez me lo encontré que me lo dijo: -Mira mañana te esperaré aquí.
Él fue el que me lo gobernó ¡vaya todo! Que allí estuvimos los días na más que pidiendo. Los ricos que había, aunque no me querían ¡pero me daban! Y ya pudimos medio pasar. ¡Pues todos los ricos del pueblo estaban allí! El Corpus que era la fiesta de Granada que era ande estaban los ricos de aquel entonces. Encima tenía que ir a pedir encima ya estaba mi marido muerto, encima que no me querían por mi marido. Y me daba a mi vergüenza. Pa venirnos fue con los dineros que nos dieron. ¡Si no ni podemos venirnos!”

Y como las desgracias no vienen nunca solas, un día volviendo de trabajar Juan Miguel, el hijo segundo, se cayó del burro y se rompió una pierna.

“Luego me vine estaba trabajando. Mira me vine de allí de Granada, estaba mi hijo trabajando, a segar a la campiña y se quebró la pierna. El Juan Miguel se quebró la pierna, ¡madre mía! ¡Y en verano que allí que la miaja de trabajo que tenemos es en el verano!
– ¿Qué hacemos ahora si éste se queda parado? ¿Qué hacemos?
Tuve de hablar con Pedro y Francisco que eran con quien estaba yo lavando y haciendo cosas. Y Francisco dijo que fuera como si hubiera sido en su casa y lo pusieron a su nombre el accidente. Entonces me tuve que ir a Granada y estuve 15 días allí con él. Ya como pudimos nos vinimos al pueblo otra vez. Ya me agarré a arrancar y a trabajar. Y antes de que acabásemos de espigar los trigos, estaba allí un día espigando allí en Pierres, cuando va pa cruzar y dice: -Manuela no te lo quisiera decir.
– ¿El qué?
-De que tu niño se ha quebrao otra vez la pierna.
Digo – ¡mira ni me lo digas!
Había ido a que le dieran el alta a Granada y en las escaleras se cayó, dobló la pierna y se le quebró la pierna por el mismo sitio otra vez. Me tuve que ir otros 15 días allí. Acabé de pasar el verano allí. Vine pa las fiestas”.

El ejemplo de Manuela sirve, como cualquier caricatura, para resaltar mejor la realidad. Realidad paradójica, pues se constata como el resultado de la guerra civil, con su larga y cruda posguerra, ha deshecho y ha destrozado muchas familias y cómo a pesar de ello el “Nuevo Estado” se refuerza con la familia. Un Estado que, no ofrecía ninguna clase de servicio, convertía a la familia en su sustituto. De esta forma todas las necesidades se cubrían – bien o mal- a partir de la voluntad, el trabajo y el amor de los miembros de las familias. Y de estos trabajos o servicios se responsabilizaban las mujeres, que lo asumían como una obligación más.

Las familias, las parejas, necesitaron la amistad y la solidaridad para resistir el miedo, para compartir la miseria y la resignación y llegar a adquirir el valor suficiente para conseguir salir del profundo y oscuro pozo donde las habían hundido. Tuvieron que recuperarse. Y algunas personas ganaron la fortaleza necesaria para buscar salidas y soluciones a aquel tiempo cruel y miserable. Para muchas la solución, difícil y valiente, fue abandonar el terruño.