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PEDRO MARTINEZ: LA MALDICION GITANA...

LA MALDICION GITANA
En nuestra tierra se dice lo peor que te puede pasar en Granada, es que te echen una maldición una gitana

Carmen era una inquilina que en los años cincuenta vivía en la finca del abuelo Miguel. De ascendencia gitana, esta buena mujer, tuvo un vida sufrida y poco venturosa.

Había vivido en alquiler en una finca cercana, llamada la casa del Luna. De la que no tenía buenos recuerdos. Su marido fue un importante activista de la zona republicana. Con el triunfo de los nacionalistas y las represalias consiguientes; estaba en busca y captura, su vida no valía nada. Para que no fuera ejecutado, su mujer en casa entre dos tabiques lo emparedó, por una trampilla la comida le introducía diariamente y de igual manera eliminaba los desechos humanos. En esta situación, el republicano tres años se tiró.

Esta mala experiencia Carmen quería olvidar. Y a la finca de nuestro abuelo fue a parar. Arrendó un piso con dos habitaciones nada más, y el matrimonio y sus tres hijos allí se instaló.

En aquello tiempos la finca morisca tenia diferente disposición. La taberna de la Mancha Chica no existía y en su lugar una gran puerta había. Al entrar un pasillo nos íbamos a encontrar y atravesando un señorial portal, en el hueco de la escalera estábamos ya. Subiendo cinco escalones no más, la puerta de Carmen la gitana siempre abierta a está. Pues efectivamente vivía en la casa que de Francisquita luego sería.

Tenía un hijo con no más de cinco años de edad, que Julito se hacía llamar. Pasaba jugado en el patio del carmen todo el día, con muchos niños y sobre todo con Pepitillo al amigo que más quería. Pepitillo que con el tiempo engordará y en Grasasol se convertirá.

Un aciago día cuando ambos pequeños jugando con un cubito de latón se divertían. Con el vaivén del jugar, el filo del cubo la boca de Pepitillo fue a parar. El dolor le hizo gritar y por su boca la sangre no dejó de manar.

La abuela Mercedes que estaba en el piso familiar, los gritos del niños fue a escuchar, bajó por las escaleras volando y en el patio se plantó para observar. Su nieto preferido por la boca como un marranillo no paraba sangrar, y la paleta partida no dejaba de mostrar. De la impresión a la abuela casi se le para el corazón, muy enfadada a Julito la culpa echó.

Y en ese mismo momento juraría, que ese malvado zagal, nunca al patio del carmen entraría. El niño en cuestión hijo de un inquilino era, y por lo tanto no podía tener derechos de nietos aunque quisiera.

Julito desde aquel momento nunca volvió a pisar el patio donde los demás no paraban de jugar

El patio del que hablamos era diferente al que nosotros recordamos. A éste se accedía por un largo pasillo que forma de U tenia. Su lado convexo a la fachada sur daba, mientras el cóncavo con una alambrada al patio aislaba. El pasillo terminaba cerca del pozo, en un cancela bien contorneada.

El pobre Julito su cara pegaba al alambre para ver como los niño en el jardín jugaban con pesambre. Esta historia, al niño del pijama a rayas me trae a la memoria. Como vemos en nuestra casa señorial, nos adelantamos seis lustros al que después sería un gran éxito editorial.

Carmen sufría al ver la injusticia que con su hijo se hacia, casi no lo dejaba salir de las cuatro paredes, para evitar los lamentos del hijo que con los demás quería saltar.

La pena a Carmen en el alma se iba acumulando, esta no podía más y una maldición gitana a la casa morisca fue a echar. Y con odio y rencor estas palabras logró pronunciar maldigo esta propiedad y, a sus dueños, sus hijos y nietos, que a la justicia con el tiempo vaya a parar y nunca sus nieto e hijos de estos la puedan disfrutar. Palabras que resonaron en los oídos de nuestra abuela ejemplar.

Como vemos mucho ha llovido ya, unos ni están, otros no se pueden peinar y la mayoría con sienes floridas van. En la casa morisca hay un gran ceremonial que nos conducirá a todos al Juicio Final.

Y viendo como se están desarrollando los acontecimientos podemos afirmar con verdad que inevitablemente la maldición de Carmen se hará realidad. Más teniendo en cuenta que la avaricia en toda cuestión de heredad casi siempre se propicia.