LA LEYENDA DEL SOLDADO ENCANTADO El soldado encantado que aparece cada 100 años en Granada
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Cada siglo, una noche de San Juan se puede ver a un hombre con atuendo medieval en busca de alguien que rompa su embrujo, y así compartir con aquella persona el tesoro que custodia
Entre las muchas leyendas que se cuentan de Granada, una de ellas vino a protagonizarla Vicente, un estudiante de Salamanca que a finales del siglo XVIII se desplazó a la ciudad, guitarra en mano, para divertir a la gente y ganarse la vida.
Una vez acabó el curso, y antes de salir en busca de aventuras, se acercó a rezar a San Cipriano. A los pies de la cruz pudo divisar un anillo, el cual recogió y observó que tenía un sello con el símbolo cabalístico de la estrella de seis puntas, el emblema del rey Salomón. Considerándolo un obsequio del santo, se lo introdujo en un dedo y continuó su camino.
Ese verano, Vicente llegó a Granada a ofrecer su música para ganarse la vida. Se alojaba en una posada a cambio de animar la velada cada noche, y además salía a tocar por las calles para conseguir dinero. En uno de sus paseos, se encontró con un sacerdote y una joven, de la cual quedó prendado de inmediato. No le hicieron demasiado caso, pero el estudiante siguió intentando acercarse a ellos en días posteriores para saber más de la muchacha. Más tarde descubrió que eran tío y sobrina.
Pasaron los días hasta la víspera de San Juan, jornada en la que la ciudad cobró especial dinamismo por tan marcada celebración. Llegada la tarde se fueron encendiendo hogeras a la orilla de los ríos Darro y Genil. Vicente se paseaba entre grupos de gente tocando su música, hasta que en cierto momento de la noche algo llamó su atención. Impasible a todo ese jaleo, un soldado con atuendo medieval parecía montar guardia sin que nadie reparase en él.
Se acercó a preguntarle por su actitud, y el hombre se sorprendió de que pudiese verle. Vicente pensó que tenía ese privilegio por el hecho de llevar el anillo que encontró antes de ir a Granada. Le invitó a que le acompañase. Una vez se alejaron del tumulto de la muchedumbre, aquel misterioso soldado le contó que llevaba tres siglos montando guardia, desde el asedio de los Reyes Católicos a la ciudad de Granada. Le llevó hasta una torre y bajo ella le contó que ayudó a un clérigo musulmán a esconder algunos tesoros de Boabdil allí mismo. Golpeó su lanza contra el suelo y se abrió un agujero por el cual descendían unas escaleras que llegaban hasta el tesoro. El soldado le contó que, antes de huir, el clérigo le hizo un encantamiento para que no pudiese marcharse con los tesoros, de forma que sólo podría salir allí una vez cada 100 años en la noche de San Juan.
El soldado reclamó su ayuda, ya que era la primera persona que le veía en sus 300 años de guardia. Le dijo que necesitaba de un hombre santo que hubiese ayunado durante 24 horas y una doncella que tocase el cofre antes de las media noche del día 26. Vicente se vio predestinado en aquella situación, y corrió a buscar al sacerdote y a la doncella.
Atónitos tras escuchar la historia, accedieron a colaborar para liberar a aquel soldado, de forma que además tanto ellos como el estudiante podrían compartir el tesoro que se escondía bajo la torre. Les llevó allí horas antes de la medianoche del día 26, y tocando la torre con su anillo consiguió que se abrieran de nuevo las escaleras a sus pies. El cura y el soldado estuvieron hablando, y finalmente el primero de ellos accedió a realizar un exorcismo para liberarle de aquel encantamiento. Tras esto, Vicente cedió el anillo a la doncella, que debía ser quien tocase el cofre del tesoro para poder abrirlo. Una vez abierto, Vicente empezó a guardarse joyas en los bolsillos, pero el soldado le recomendó mejor salir y repartirse el botín fuera.
En este punto, la leyenda se divide en dos versiones. En una de ellas se dice que el sacerdote, en ayunas, no pudo evitar devorar unas frutas que había allí. En la otra, que llevado por la euforia besó a la muchacha. Sea cual fuere el desenlace, llevó a que los tres fuesen expulsados de la torre, quedando el anillo y el tesoro dentro y esta cerrada una vez más. A Vicente no le fue mal, con las joyas de su bolsillos pudo acabar sus estudios y se acabó casando con la chica.
Sin embargo, el soldado encantado permanece encerrado en la torre, y seguirá saliendo cada 100 años en la noche de San Juan en busca de alguien que sea capaz de deshacer el embrujo que le mantiene allí.
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Cada siglo, una noche de San Juan se puede ver a un hombre con atuendo medieval en busca de alguien que rompa su embrujo, y así compartir con aquella persona el tesoro que custodia
Entre las muchas leyendas que se cuentan de Granada, una de ellas vino a protagonizarla Vicente, un estudiante de Salamanca que a finales del siglo XVIII se desplazó a la ciudad, guitarra en mano, para divertir a la gente y ganarse la vida.
Una vez acabó el curso, y antes de salir en busca de aventuras, se acercó a rezar a San Cipriano. A los pies de la cruz pudo divisar un anillo, el cual recogió y observó que tenía un sello con el símbolo cabalístico de la estrella de seis puntas, el emblema del rey Salomón. Considerándolo un obsequio del santo, se lo introdujo en un dedo y continuó su camino.
Ese verano, Vicente llegó a Granada a ofrecer su música para ganarse la vida. Se alojaba en una posada a cambio de animar la velada cada noche, y además salía a tocar por las calles para conseguir dinero. En uno de sus paseos, se encontró con un sacerdote y una joven, de la cual quedó prendado de inmediato. No le hicieron demasiado caso, pero el estudiante siguió intentando acercarse a ellos en días posteriores para saber más de la muchacha. Más tarde descubrió que eran tío y sobrina.
Pasaron los días hasta la víspera de San Juan, jornada en la que la ciudad cobró especial dinamismo por tan marcada celebración. Llegada la tarde se fueron encendiendo hogeras a la orilla de los ríos Darro y Genil. Vicente se paseaba entre grupos de gente tocando su música, hasta que en cierto momento de la noche algo llamó su atención. Impasible a todo ese jaleo, un soldado con atuendo medieval parecía montar guardia sin que nadie reparase en él.
Se acercó a preguntarle por su actitud, y el hombre se sorprendió de que pudiese verle. Vicente pensó que tenía ese privilegio por el hecho de llevar el anillo que encontró antes de ir a Granada. Le invitó a que le acompañase. Una vez se alejaron del tumulto de la muchedumbre, aquel misterioso soldado le contó que llevaba tres siglos montando guardia, desde el asedio de los Reyes Católicos a la ciudad de Granada. Le llevó hasta una torre y bajo ella le contó que ayudó a un clérigo musulmán a esconder algunos tesoros de Boabdil allí mismo. Golpeó su lanza contra el suelo y se abrió un agujero por el cual descendían unas escaleras que llegaban hasta el tesoro. El soldado le contó que, antes de huir, el clérigo le hizo un encantamiento para que no pudiese marcharse con los tesoros, de forma que sólo podría salir allí una vez cada 100 años en la noche de San Juan.
El soldado reclamó su ayuda, ya que era la primera persona que le veía en sus 300 años de guardia. Le dijo que necesitaba de un hombre santo que hubiese ayunado durante 24 horas y una doncella que tocase el cofre antes de las media noche del día 26. Vicente se vio predestinado en aquella situación, y corrió a buscar al sacerdote y a la doncella.
Atónitos tras escuchar la historia, accedieron a colaborar para liberar a aquel soldado, de forma que además tanto ellos como el estudiante podrían compartir el tesoro que se escondía bajo la torre. Les llevó allí horas antes de la medianoche del día 26, y tocando la torre con su anillo consiguió que se abrieran de nuevo las escaleras a sus pies. El cura y el soldado estuvieron hablando, y finalmente el primero de ellos accedió a realizar un exorcismo para liberarle de aquel encantamiento. Tras esto, Vicente cedió el anillo a la doncella, que debía ser quien tocase el cofre del tesoro para poder abrirlo. Una vez abierto, Vicente empezó a guardarse joyas en los bolsillos, pero el soldado le recomendó mejor salir y repartirse el botín fuera.
En este punto, la leyenda se divide en dos versiones. En una de ellas se dice que el sacerdote, en ayunas, no pudo evitar devorar unas frutas que había allí. En la otra, que llevado por la euforia besó a la muchacha. Sea cual fuere el desenlace, llevó a que los tres fuesen expulsados de la torre, quedando el anillo y el tesoro dentro y esta cerrada una vez más. A Vicente no le fue mal, con las joyas de su bolsillos pudo acabar sus estudios y se acabó casando con la chica.
Sin embargo, el soldado encantado permanece encerrado en la torre, y seguirá saliendo cada 100 años en la noche de San Juan en busca de alguien que sea capaz de deshacer el embrujo que le mantiene allí.