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PEDRO MARTINEZ: LEYENDAS GRANAINAS....

LEYENDAS GRANAINAS.

La leyenda de un velero.
1ra. Parte.

¿Sabéis que era un "velero"?
Un velero era una persona generalmente ya algo mayor y perteneciente a una clase social muy baja, y por tanto, con una vida muy precaria, y su única forma de ganarse el pan, era haciendo de velero, o lo que es lo mismo, que alguien lo contratase por unas miseras pesetas para acompañar a un difunto durante el cortejo hasta el cementerio llevando una gran vela (de ahí su nombre "velero").

Cuenta la leyenda, que entre los veleros, había uno que por su prestancia, que no era muy mayor, y además sabía expresarse muy bien, los demás veleros le apodaron "el maestro".
"El maestro" siempre iba vestido con un traje negro y una chistera, ambas prendas, seguramente regaladas por los familiares de algún difunto al que acompaño.
Nuestro protagonista, vivia en una cueva del barrio de San Miguel, donde cuidaba de su único traje con mucho esmero.
Antes de ser velero, el maestro también había ejercido de barbero ambulante por los pueblos y cortijos de la parte de Alhama de Granada, donde afeitaba y pelaba a los cottijeros, además al mismo tiempo, solia quedarse varios días enseñando a los niños del lugar lo más elemental, como leer y escribir, ya que el había pasado su niñez en un olfelinato de monjes, donde le habían enseñado incluso a rezar en latín.
Cuando ocurrieron los terremotos del año 1884 la zona de Alhama de Granada quedó muy afectada, se derrumbaron cortijos y casas, incluso en algunos pueblos de los alrededores, no quedó nada en pie y la gente corrió despavorida pensando que era el fin del mundo. El maestro se encontró de pronto con 60 años, sin clientes y sin dinero, entonces se vino a Granada con la intención de poder comer trabajando en lo que fuese, fue cuando se hizo velero.
Un día mientras regresaba a la cueva por la Cuesta del Chapiz, se encontró con un perrito color canela que se revolvia de dolor, porque unos niños canallas, le habían roto una pata y lo habían abandonado allí tirado, pero el maestro que tenía un corazón de oro, lo recogió, y con unos palitos y unas tiras de trapos viejos, le entablillo la pata.
Aunque cojeando, el perrito lo acompañaba siempre a los entierros.
Un día, iba por Plaza Nueva con su perrito, cuando desde el interior de un coche de caballos, una señora sacaba su mano indicándole al cochero que parara, la señora se apeo del coche y llamó al perrito, éste de momento se acercó a la señora dando muestras de alegría....

Fin de la primera parte. Mañana más..