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PEDRO MARTINEZ: LEYENDAS GRANAINAS....

LEYENDAS GRANAINAS.

La leyenda del Ciprés embrujado.
2da. Y última parte.

... Se dispuso a talar el ciprés.
Ya había conseguido hacerle una pequeña hendidura al viejo y robusto tronco del ciprés, pero inmediatamente, sintió un gran escalofrío por la espalda, tras el cual comenzó a sentirse mal hasta el extremo de tener que acostarse.
Aunque mi aún y así, dejaba de darle vueltas a aquel fabuloso tesoro, ya casi sentía el tacto de aquellas monedas de oro en sus dedos, pero, al fin se durmió.
Cuando a la mañana siguiente, el sacristán fue a ver que le pasaba, ya que no había acudido a dar la misa matutina, lo encontró aún en cama. Entonces el párroco, le contó lo sucedido al sacristán, y le dijo, que por favor, continuara talando el ciprés ya que el no podía, y cuando encontraran el tesoro, le daría a él una parte.
El sacristán, más joven y fuerte que el párroco, terminó enseguida de talar el dichoso Ciprés, y en cuanto terminó, lo primero que hizo, fue vender el gran tronco del árbol a un carpintero del Albaycin, que además era el que hacía los ataúdes por aquella zona.
Mientras, transcurrían los días, y el párroco cada vez estaba más enfermo, aunque, seguía con su empeño por descubrir el tesoro, así que, le encargo al sacristán que continuara el cavando sin descanso, justo en el lugar donde había estado el ciprés, que repartiría con el el tesoro, pero en realidad, el párroco pensaba quedarselo para el solo.
Durante varios días, el sacristán, cavó y cavó, hasta que ya no se veía su cuerpo de tan hondo que había cavado.
Por fin un día, el pico chocó con algo metálico, encontrándose con un cofre herrumbroso de tanto tiempo como había estado bajo tierra.
Inmediatamente entró el cofre en la casa del párroco, demasiado tarde, el párroco ya había exhalado su último suspiro.
El sacristán, decidió, no decir nada a nadie del tesoro, y que el párroco le había encargado, antes de morir, que quería ser enterrado en su huerto, y que por ello él, había abierto aquel foso.
Le encargó el ataud al carpintero, ataud que éste, había fabricado con el tronco del ciprés, con lo que se cumplió la profecía escrita en la cenefa del arco.
A los pocos días, el sacristán se despidió del nuevo párroco de San Luís, emprendiendo un largo viaje hacia su tierra de nacimiento, un pequeño pueblo de Aragon, montado en un alegre borriquillo, y llevando las alforjas repletas con el tesoro encontrado bajo el ciprés embrujado.
Cuando el sacristán llegó a Graus, que así se llamaba el pueblo, situado en la provincia de Huesca, se compró una gran finca, y lo primero que hizo, "fue plantar un gran ciprés, y bautizar su nueva propiedad con el nombre de " El Huerto del Cura " FIN.