LA LEYENDA DE "MOHAMED Y CRISTINA" O EL ORIGEN DEL NOMBRE DEL PASEO DE LOS TRISTES.
En el paseo de los tristes hay un alma que vaga. La Luna insiste en afirmar que pena por amor, que es fruto de una maldición. Esto fue en tiempos del Medievo y de los pactos con dioses.
La Alhambra recuerda que allí les contemplaba sonreír, y al alba se amaban, Granada se ruborizaba al ver su amor.
Se amaban en secreto pues era un amor prohibido, pero el padre de Cristina sospechaba de las salidas a escondidas de su hija y un día la siguió, que ingrata sorpresa se llevó cuando la vio amando a un musulmán.
Fueron muriendo así los días pero algo ocurrió, la religión los separó. Ella era hija de un cristiano y él de un musulmán, La inquisición lo ejecutó. Fue ejecutado en la hoguera y en el momento en el que el fuego hacía su oficio sus gritos de dolor se pudieron oír en toda Granada musitó con rabia Cristina que no aguantaba vivir sin su amor y llegó a la conclusión de que sólo en el cielo se verían y decidió poner fin a su vida, pero no se podía suicidar pues si no, no iría al cielo, donde estaba Mohamed.
En el barrio del Albaicín se encontraba el capitán del brazo armado de la Inquisición el señor Rodrigo Mendaba, el hombre que había mandado arrestar a su amado por orden de su padre, llena de ira se le echó encima con un cuchillo Mendaba rápidamente la esquivó, desenvainó su espada y la mató. Cristina estaba feliz pues al fin estaría con él.
El Albaicín se estremeció, y con su sueño ella murió. Y ahora se buscan cada uno en su propio cielo y no se ven (ella en el cristiano y en él en el musulmán).
Mohamed abrió los ojos y vio una ciudad musulmana con un cielo blanco y una niebla a sus pies, rodeado de musulmanes que le sonreían, vio a su hermana Saar-rah muerta cuando era sólo una niña por la fiebre, estaba igual no había envejecido nada. - Hola Moha, estás aquí, estupendo, no te debes de preocupar por haber muerto, aquí la gente es feliz y mira sigo igual de joven y guapa, no envejecemos una vez muertos. Le dijo con una sonrisa de oreja a oreja. -Estupendo hermanita. Dijo distraído y mirando a su alrededor, pues lo último que había visto era a un sacerdote, soldados, el capitán Rodrigo Mendaba y unas llamas devorándole con fiereza.
Oye Saar-rah ¿Alá está aquí? Preguntó pues tenía un plan en mente. -Claro tonto, Respondió su hermana riendo- Sígueme.
Saar-rah cogió a su hermano de la mano y le llevo por aquella ciudad llena de mezquitas que inspiraba tranquilidad.
Cristina se despertó y se incorporó al levantarse vio que el suelo que pisaba era blanco y lo cubría una fina niebla, miró hacia los lados y no vio ningún Sol ni ningún cielo, sólo vio un fondo blanco y se vio en la entrada de una enorme ciudad en la que había unos portones de oro que se le abrieron a su paso, entró en ella y vislumbró una ciudad llena de iglesias preciosas, era una gran ciudad cristina. A su paso le salió un cura.- Hola muchacha veo que estás algo perdida, bienvenida al cielo, te enseñaré lo que quieras ver jovencita. La dijo con una amable sonrisa. - ¿Donde está él? Preguntó con mucha excitación. - ¿Dónde está quién? Musitó con extrañeza el cura. - ¡¿Dónde está Moha, mi amor, mi vida y mi pasión?! Gritó Cristina con fiereza. -Ah no, aquí los Musulmanes no pueden estar, ellos están en su propio cielo. - ¡No! No puede ser. Salió corriendo con las lágrimas en los ojos mientras el cura la gritaba desde la lejanía.
No se lo podía imaginar, todo esto para nada, había aceptado de buen grado la muerte con el fin de ver a su amado, pero eso no era posible. Corrió sin descanso chocándose con todo el mundo hasta que se chocó con un hombre alto de pelo rubio y rizado y ojos azules con grandes alas. - ¿Qué te pasa jovencita? Preguntó Gabriel. - ¿Por qué un musulmán y un cristiano no se pueden ver? Dijo entre lágrimas Cristina. -Que pena, seguro que el gran jefe puede hacer algo, sígueme.
Juntos fueron por la ciudad. (...) Anduvieron unos diez minutos hasta legar a una catedral de tamaño colosal, entraron y Cristina vio que era preciosa, todo lleno de oro, grandes pinturas y frescos, olor a incienso, y al fondo un trono con un hombre barbudo y mirada apacible, vestido con una túnica blanca. -Ya sé lo que quieres Cristina y sí, es posible. - ¡Estupendo, pues vamos rápido a verle! -No es tan fácil, yo no tengo poder en su cielo, lo que si puedo ofrecerte es llevarte a la frontera, me explico, la frontera es el cosmos, es decir te convertiré en una estrella y ahí podrás buscar a Mohamed en su cielo y hablarle para decirle que se convierta en otra estrella y así poder estar juntos en el cielo, en vuestro cielo. -Perfecto, pues hágalo ahora mismo. Respondió Cristina. Dios levanto sus manos y poco a poco la fue transformando en estrella.
Mientras Saar-rah llevó a Mohamed ante Alá en otro recinto igual que el de Dios y Alá era igual que Dios. -Ya sé lo que quieres Mohamed y sí, es posible. - ¡Estupendo, pues vamos rápido a verla a Granada! - ¿Quieres ir a Granada? Preguntó Alá extrañado-Pensaba que querías ser una estrella. - ¡No quiero ser una estrella! Quiero ir a Granada a verla. -Bueno, si insistes te enviaré a Granada, pero atento pues como ya estás muerto no podrás morir otra vez y sólo podrás regresar al cielo una vez hallas realizado tu cometido. -Estupendo, rápido envíame a la Tierra.
Alá le dio un fuerte empujón y apareció tirado en medio de la Alhambra. Mientras tanto Cristina ya era una estrella y no encontraba a su querido en el cielo musulmán, miró hacia abajo y vio a Mohamed corriendo por Granada. -Dios llévame a la Tierra de nuevo que ahí está mi amado. -Lo siento pero en la frontera no tengo poderes, sólo te podría enviar a la Tierra si estuvieses en mi cielo, pero ya no puedes regresar.
- ¡No! Amado mío, mira hacia arriba, mírame. Cristina sintió un gran vacío, pues ya no podría volver a estar con él.
Mientras Mohamed corría en dirección a casa de Cristina y cuando llegó subió a su cuarto por la ventana y no estaba allí, miró por toda la casa, no había nadie, miró en el mercado, miro en el Albaicín y nada, puso Granada patas arriba y no la halló.
Se encontró con Rodrigo Mendaba y este se extrañó, pues le había visto morir. - ¡Brujo, hechicero! -Ahora no Don Rodrigo, debo encontrar a Cristina. -Pues como no la busques en el cementerio no la hallarás, pues yo la maté. Respondió entre risas Rodrigo-Igual que como te volveré a matar a ti. Desenvainando su espada atravesó a Mohamed por la altura del estomago, este retrocedió unos pasos con la espada clavada, le dolía muchísimo, pero no podía morir. Lleno de rabia por la confesión de el capitán se sacó la espada de su vientre y pegando un grito la clavó en su cabeza dejándola incrustada a la altura del ojo. Acto seguido salió corriendo hacia el cementerio donde buscó y buscó hasta que vio una pequeña lápida con el nombre de “Cristina Mendoza” No se lo podía creer, ella había muerto, sus piernas le temblaban y cayó de rodillas llorando, y ahora qué, tanto esfuerzo para nada, ahora tendría que vagar por siempre solo sin morir ni vivir. (...) A día de hoy aún sigue un alma en el paseo de los tristes (...)
Y desde entonces le acompaña una estrella, que desde el cielo cuida de él
En el paseo de los tristes hay un alma que vaga. La Luna insiste en afirmar que pena por amor, que es fruto de una maldición. Esto fue en tiempos del Medievo y de los pactos con dioses.
La Alhambra recuerda que allí les contemplaba sonreír, y al alba se amaban, Granada se ruborizaba al ver su amor.
Se amaban en secreto pues era un amor prohibido, pero el padre de Cristina sospechaba de las salidas a escondidas de su hija y un día la siguió, que ingrata sorpresa se llevó cuando la vio amando a un musulmán.
Fueron muriendo así los días pero algo ocurrió, la religión los separó. Ella era hija de un cristiano y él de un musulmán, La inquisición lo ejecutó. Fue ejecutado en la hoguera y en el momento en el que el fuego hacía su oficio sus gritos de dolor se pudieron oír en toda Granada musitó con rabia Cristina que no aguantaba vivir sin su amor y llegó a la conclusión de que sólo en el cielo se verían y decidió poner fin a su vida, pero no se podía suicidar pues si no, no iría al cielo, donde estaba Mohamed.
En el barrio del Albaicín se encontraba el capitán del brazo armado de la Inquisición el señor Rodrigo Mendaba, el hombre que había mandado arrestar a su amado por orden de su padre, llena de ira se le echó encima con un cuchillo Mendaba rápidamente la esquivó, desenvainó su espada y la mató. Cristina estaba feliz pues al fin estaría con él.
El Albaicín se estremeció, y con su sueño ella murió. Y ahora se buscan cada uno en su propio cielo y no se ven (ella en el cristiano y en él en el musulmán).
Mohamed abrió los ojos y vio una ciudad musulmana con un cielo blanco y una niebla a sus pies, rodeado de musulmanes que le sonreían, vio a su hermana Saar-rah muerta cuando era sólo una niña por la fiebre, estaba igual no había envejecido nada. - Hola Moha, estás aquí, estupendo, no te debes de preocupar por haber muerto, aquí la gente es feliz y mira sigo igual de joven y guapa, no envejecemos una vez muertos. Le dijo con una sonrisa de oreja a oreja. -Estupendo hermanita. Dijo distraído y mirando a su alrededor, pues lo último que había visto era a un sacerdote, soldados, el capitán Rodrigo Mendaba y unas llamas devorándole con fiereza.
Oye Saar-rah ¿Alá está aquí? Preguntó pues tenía un plan en mente. -Claro tonto, Respondió su hermana riendo- Sígueme.
Saar-rah cogió a su hermano de la mano y le llevo por aquella ciudad llena de mezquitas que inspiraba tranquilidad.
Cristina se despertó y se incorporó al levantarse vio que el suelo que pisaba era blanco y lo cubría una fina niebla, miró hacia los lados y no vio ningún Sol ni ningún cielo, sólo vio un fondo blanco y se vio en la entrada de una enorme ciudad en la que había unos portones de oro que se le abrieron a su paso, entró en ella y vislumbró una ciudad llena de iglesias preciosas, era una gran ciudad cristina. A su paso le salió un cura.- Hola muchacha veo que estás algo perdida, bienvenida al cielo, te enseñaré lo que quieras ver jovencita. La dijo con una amable sonrisa. - ¿Donde está él? Preguntó con mucha excitación. - ¿Dónde está quién? Musitó con extrañeza el cura. - ¡¿Dónde está Moha, mi amor, mi vida y mi pasión?! Gritó Cristina con fiereza. -Ah no, aquí los Musulmanes no pueden estar, ellos están en su propio cielo. - ¡No! No puede ser. Salió corriendo con las lágrimas en los ojos mientras el cura la gritaba desde la lejanía.
No se lo podía imaginar, todo esto para nada, había aceptado de buen grado la muerte con el fin de ver a su amado, pero eso no era posible. Corrió sin descanso chocándose con todo el mundo hasta que se chocó con un hombre alto de pelo rubio y rizado y ojos azules con grandes alas. - ¿Qué te pasa jovencita? Preguntó Gabriel. - ¿Por qué un musulmán y un cristiano no se pueden ver? Dijo entre lágrimas Cristina. -Que pena, seguro que el gran jefe puede hacer algo, sígueme.
Juntos fueron por la ciudad. (...) Anduvieron unos diez minutos hasta legar a una catedral de tamaño colosal, entraron y Cristina vio que era preciosa, todo lleno de oro, grandes pinturas y frescos, olor a incienso, y al fondo un trono con un hombre barbudo y mirada apacible, vestido con una túnica blanca. -Ya sé lo que quieres Cristina y sí, es posible. - ¡Estupendo, pues vamos rápido a verle! -No es tan fácil, yo no tengo poder en su cielo, lo que si puedo ofrecerte es llevarte a la frontera, me explico, la frontera es el cosmos, es decir te convertiré en una estrella y ahí podrás buscar a Mohamed en su cielo y hablarle para decirle que se convierta en otra estrella y así poder estar juntos en el cielo, en vuestro cielo. -Perfecto, pues hágalo ahora mismo. Respondió Cristina. Dios levanto sus manos y poco a poco la fue transformando en estrella.
Mientras Saar-rah llevó a Mohamed ante Alá en otro recinto igual que el de Dios y Alá era igual que Dios. -Ya sé lo que quieres Mohamed y sí, es posible. - ¡Estupendo, pues vamos rápido a verla a Granada! - ¿Quieres ir a Granada? Preguntó Alá extrañado-Pensaba que querías ser una estrella. - ¡No quiero ser una estrella! Quiero ir a Granada a verla. -Bueno, si insistes te enviaré a Granada, pero atento pues como ya estás muerto no podrás morir otra vez y sólo podrás regresar al cielo una vez hallas realizado tu cometido. -Estupendo, rápido envíame a la Tierra.
Alá le dio un fuerte empujón y apareció tirado en medio de la Alhambra. Mientras tanto Cristina ya era una estrella y no encontraba a su querido en el cielo musulmán, miró hacia abajo y vio a Mohamed corriendo por Granada. -Dios llévame a la Tierra de nuevo que ahí está mi amado. -Lo siento pero en la frontera no tengo poderes, sólo te podría enviar a la Tierra si estuvieses en mi cielo, pero ya no puedes regresar.
- ¡No! Amado mío, mira hacia arriba, mírame. Cristina sintió un gran vacío, pues ya no podría volver a estar con él.
Mientras Mohamed corría en dirección a casa de Cristina y cuando llegó subió a su cuarto por la ventana y no estaba allí, miró por toda la casa, no había nadie, miró en el mercado, miro en el Albaicín y nada, puso Granada patas arriba y no la halló.
Se encontró con Rodrigo Mendaba y este se extrañó, pues le había visto morir. - ¡Brujo, hechicero! -Ahora no Don Rodrigo, debo encontrar a Cristina. -Pues como no la busques en el cementerio no la hallarás, pues yo la maté. Respondió entre risas Rodrigo-Igual que como te volveré a matar a ti. Desenvainando su espada atravesó a Mohamed por la altura del estomago, este retrocedió unos pasos con la espada clavada, le dolía muchísimo, pero no podía morir. Lleno de rabia por la confesión de el capitán se sacó la espada de su vientre y pegando un grito la clavó en su cabeza dejándola incrustada a la altura del ojo. Acto seguido salió corriendo hacia el cementerio donde buscó y buscó hasta que vio una pequeña lápida con el nombre de “Cristina Mendoza” No se lo podía creer, ella había muerto, sus piernas le temblaban y cayó de rodillas llorando, y ahora qué, tanto esfuerzo para nada, ahora tendría que vagar por siempre solo sin morir ni vivir. (...) A día de hoy aún sigue un alma en el paseo de los tristes (...)
Y desde entonces le acompaña una estrella, que desde el cielo cuida de él