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PEDRO MARTINEZ: ¡LA ÚLTIMA PARTE DE LA LEYENDA! El Mago y la Hechicera.Última...

¡LA ÚLTIMA PARTE DE LA LEYENDA! El Mago y la Hechicera.Última parte.

.... El mago le indicó que aquello era cosa seria, el enojo turbó su mente y sosteniendo su barba que se sacudia al son de su ira, exclamó;

Ibrahim Abu Ajib, no tolero btomas de mal gusto ni torcidas interpretaciónes a mi promesa. Ella era, entregarte el primer animal cargado que atravesará esa puerta, toma pues, la más robusta mula cargada con mis mejores joyas, pero no pretendas, ni aún en broma quedarte con la dueña de mi corazón.
--De sobra sabes--, contestó que mago--I que desprecio los tesoros, me basta para poseerlos el Libro de la Excelsa Sabiduría, así que no niegues lo que en buena ley me prometiste, entrégarme a la cautiva como cosa mía.
A todo esto la princesa seguía, con despectiva sonrisa y desde su cabalgadura, la discusión de aquellos dos ancianos sobre la propiedad de su belleza.
Abén Habuz, después de girar la cabeza como buscando nuevas fuerzas, estalló indignado;

¡Raton del desierto!
¡Guarda tu saber, y rinde obediencia a tu señor y tu rey!

-- ¡Ja ja!--río irónico Abud Ajib--, no sabía que tus pretenciones llegarán a tanto, iluso muñaco que ordena obediencia a un monarca de la sabiduría. Conténtate, Abén Habuz, con manejar tu pobre estado, y goza de este paraíso de locos, mientras yo me divierto a tu costa en mi humilde retiro.
Acompañando sus últimas palabras, con un gesto de desdeñosa superioridad, tomó la brida del caballo que montaba la bella princesa y golpeó con su bastón el duelo del patio. Un suave temblor agitó la montaña, el mago y la cautiva desaparecieron como tragados por la tierra, que volvió a unirse como si dejar la más pequeña señal de lo ocurrido.
Largo tiempo quedó Abén Habuz sin habla. Pero al fin logró salir de su aturdimiento, y venciendo el dolor de su corazón, dió frenéticas órdenes de que se cavase en el lugar en el que había desaparecido el testarudo mago.
Todos los esfuerzos realizados para describir su retiro fueron inútiles. Al llegar a cierta profundidad la tierra volvía a unirse tapando de nuevo los pozos cavados.
La entrada a los aposentos de Ibrahim habían desaparecido tras una pared de roca en la que se destrozanban las herramientas que pretendían taladrarla. La desesperación del rey no tenía límites, a la pérdida de la amada, se unió la ineficacia del aparato construido por Abu Ajib, la figura del moro había girado y su lanza se quedó inmóvil después de señalar el lugar por el que había desaparecido el mago.
Para mayor tortura, cuando apenas la paz volvia a su corazón llegaban, al parecer del interior de la montaña, e invadían los aposentos del castillo, melodiosas canciones que acompañaban las dulces notas de la lira de plata.
Un día, un pobre pastor pidió ver al rey, después de mucho insistir fue llevado a su presencia. Buen rato pasó de rodillas antes de que el malhumorado monarca le otorgará permiso de hablar.
Perdoname, --rey mío-- dijo el pastor, si no te traigo una buena noticia, hoy al amanecer, mientras buscaba una cabra extraviada encontré un pasaje que parecía atravesar la montaña. Venciendo mi temor lo seguí, hasta llegar, con gran sorpresa, a los aposentos del mago.

¡Al fin --Exclamó frenético el rey-- podré acábar con ese miserable!

Fácil te será --agrego el pastor-- porque cuando lo vi, Ibrahim Abén Abu Ajib, descansaba sobre un lujoso diban adormecido por una mágica melodia que arrancaba de la lira de plata de la princesa Hechicera.
El rey, guiado por el pastor y seguido por los cortesanos, corrió a buscar el pasadizo descubierto por el pastor, pero fue inútil, había desaparecido. Ordenó efectuar nuevas excavaciones que resultaron vanas.
Los signos mágicos representados por la llave y la gigantesca mano, protegían poderosamente al señor de aquellas montañas.
Abén Habuz, alcanzó a vivir varios años más de los cuales no alcanzó a tener un solo día de la anciada tranquilidad. El recuerdo de su bella cautiva y las continuas luchas con los principes vecinos y las intrigas de la corte, amargaban de sobra su corazón.
El lugar en que Ibrahim dijo o simuló construir el famoso palacio y jardín, fue llamado por los habitantes de Granada, "La locura del rey" o "El paraíso de los locos".
Así se construyó muchos años después la Alhambra y sus guardianes, generalmente ancianos o invalidos, caen repentinamente, ya de día o de noche en un profundo y dulce sueño. La leyenda dice, que esto sucederá hasta que la mano alcance la llave y destruya al genio que mantiene encantada a aquella montaña, guardada por un poderoso mago hechizado por una bella princesa.
--FIN--