PEDRO MARTINEZ: EL SUEÑO DEL JOVEN (Así nació el Albaicín)...

EL SUEÑO DEL JOVEN (Así nació el Albaicín)

Al lado derecho del barranco, por donde bajaban las aguas de la cumbre y del collado, se le vio aquella mañana. Subiendo despacio por la senda que, por el lado de arriba de los huertos, remontaba al rellano. Iba solo, en busca de su rebaño de cabras que, desde hacía dos días, tenía perdido por entre el monte. Y como la cuesta era grande, se paró un momento a descasar, respirar el fresco airecillo y mirar para atrás. Sobre una piedra se sentó y, durante un buen rato, estuvo mirando para la ladera de enfrente. Por ahí, el sol todo lo bañaba, los árboles cubrían espesos, caían hermosas las cascadas, la hierba relucía fresca y las rocas salpicaban.
Y como le pareció tan bello el espectáculo, cerró los ojos y se puso a soñar. Quería ver, una vez más, cómo sería el pueblo pequeño, con sus blancas casas, sus árboles frutales, las huertas y veredas. Y lo estaba imaginando en su corazón y alma, cuando le despertó de su sueño el ruido de unos caballos. Abrió sus ojos, miró para el lado del sol de la mañana y los vio frente a él. Eran tres hombres montados en sus caballos que se habían parado solo unos metros más arriba. Lo saludaron y sin más, le dijeron:
- Venimos de la Alhambra, enviados por el rey que vive en aquellos palacios.
- ¿Me buscáis?
- Hemos preguntado por ti y nos han dicho que subías por la senda en busca de tus cabras. Te hemos salido al paso y aquí estamos para darte el recado.
- ¿Qué recado?
- El rey quiere hablar urgentemente contigo.
- ¿Para qué?
- No lo sabemos pero en este momento, sí te pedimos que subas a uno de estos caballos y nos acompañes. Estas son las órdenes que tenemos.
Preguntó el joven bastantes cosas más pero los soldados a ninguna de sus preguntas respondieron. Solo decían:
- Estamos llevando a cabo lo que el rey nos ha ordenado. Cuando estés frente a él, pregúntale todo lo que ahora quieres saber.
Y de nuevo le pidieron que subiera al caballo para regresar con él a los palacios de la Alhambra. Pensó en ese momento en su rebaño de cabras y las imaginó perdidas por las laderas y barrancos de las montañas y a punto estuvo de no obedecer a los soldados. Pero luego también pensó que si el rey de la Alhambra lo requería, fuera para lo que fuera, debía acudir a su presencia. Se dijo: “tenga o no razón, a un superior y más a un rey, nunca es bueno contrariarlo. Si no le hago caso, pensará que desafío su autoridad y reaccionará montando en cólera y urdiendo contra mí, Dios sabe qué cosas”.
Subió al caballo, pusieron los soldados rumbo a la Alhambra y después de atravesar algunos valles y montañas, llegaron a los recintos amurallados. Dijeron a los guardianes que el rey los esperaba y en cuanto estuvieron en los palacios, el secretario mayor condujo al joven a presencia del rey. Éste lo recibió enseguida y lo primero que le dijo fue:
- Me han dicho que eres un soñador.
- Creo que como cualquier joven, señor.
- Pero es que a mí también me han dicho que tu sueño es distinto. Que muchas veces te sientas en la ladera, al borde de la senda que sube al collado y ahí te quedas extasiado imaginando grandes cosas. ¿Qué es lo que sueñas?
- Siempre que me siento al borde de la senda que sube al collado miro al frente e imagino lo hermoso que sería ese barranco si a un lado hubiera un pueblo, por el centro un arroyo con aguas claras y más cerca, la senda con los huertos barranco arriba.
Cerró el rey los ojos, meditó durante un rato y luego, como si despertara de un sueño, dijo al joven:
- Yo también, desde mi trono de rey, sueño y por eso te he llamado.
- ¿Y qué sueña usted, majestad?
Se levantó el rey de su trono, cogió al joven del brazo, lo condujo por los pasillos y después de subir a una torre, se paró frente a una gran ventana y mirando por el hueco, dijo:
- Aquello que al frente ves es la colina que hay al otro lado del río Darro. Y como puedes comprobar, es colina, tiene laderas y en todo lo alto hay llanuras de donde cuelgan algunos arroyuelos aunque sin agua.
El joven miró interesado y pasado un rato preguntó al rey:
- ¿Y qué pretende usted decirme con lo que me está mostrando?
- Que mi sueño es muy parecido al tuyo. Desde esta ventana, miro una vez y otra a la colina que tenemos al frente y me esfuerzo en imaginar cómo serían aquellas laderas, arroyuelos y llanuras, con un pueblo de casitas blancas ahí alzado. Tú que eres más joven que yo y por eso tu sueño puede ser más bello que el mío ¿puedes ayudarme?
Y el joven ahora no respondió rápido al rey. Meditó durante un buen rato en silencio y luego preguntó:
- ¿Me da usted un día o dos de tiempo? Necesito volver y encontrar mi rebaño de cabras y también necesito pensar con calma lo que su majestad me ha preguntado para darle la mejor y más acertada respuesta.
Y el rey dijo:
- Te doy solo tres días de tiempo. Creo que tiene suficiente para las dos cosas que me has pedido.
- Pues se lo agradezco, majestad. Ahora mismo regreso a mis montañas y en cuanto encuentre a mi rebaño de cabras, vuelvo y comparto con usted lo que me está pidiendo.
Al instante salió el joven de los palacios de la Alhambra, cruzó las puertas de la muralla y torció dirección al levante. E iba él todo diligente e ilusionado, cuando tomó por una pequeña senda que avanzaba por la umbría frente a la colina que el rey le había mostrado. Caminó un rato y de pronto, al dar una cuerva, miró al frente y se quedó parado. Se sentó en una piedra, cerró sus ojos y en su imaginación vio lo que el rey estaba buscando. En la colina de enfrente, en una parte de la ladera, diseñó un pequeño pueblo de casas chicas y blancas. Lo cubría todo un sol muy brillante, por el centro vio caer un arroyuelo con aguas muy claras y más abajo, se deslizaba el río y en sus orillas y laderas, vio los huertos llenos de hortalizas y árboles frutales. Se dijo: “Dibujaré y le explicaré al rey esto que estoy viendo para que dé órdenes y construyan en esa colina el pueblo que sueña. Frente a la Alhambra, casas pequeñas y blancas como las nieves de Sierra Nevada, bañado por el sol, mucha agua y frondosos huertos. Y le diré que a ese pequeño y bellísimo poblado, le ponga por nombre “Albaicín”, el barrio del agua, de la luz y amigo de la Alhambra