El Peregrino del Amor
1ra. Parte.
"El príncipe Al Kamel"
Cuenta la leyenda, que en Granada hubo un rey moro que sólo tuvo un hijo llamado Anmed, al que los cortesanos le pusieron el nombre de Al Kamel, que quería decir "El perfecto" por las inequívocas señales de superioridad que notaron en el desde su más tierna infancia.
Los astrologos hicieron sobre el felices pronósticos, anunciando en su favor toda clase de dones, suficientes para que fuese un príncipe dichoso y un afortunado soberano.
Una sola nube oscurecia su destino, aunque era color de rosa;
"que sería muy dado a los amores, y que correría grandes peligros por esta irresistible pasión; Pero, que si podía evadir los lazos del amor hasta llegar a la edad madura, quedarían conjurados todos los peligros y su vida sería una sucesión no interrumpida de felicidades"
Para hacer frente a esos peligros augurados determinó el rey, encerrar al príncipe donde no pudiera ver nunca rostro de mujer alguna, ni llegar a sus oídos la palabra amor.
Con tal objeto, ordenó constituir un bello palacio en la colina que dominaba la Alhambra, rodeado de deliciosos jardines, pero cercado de elevadas murallas, el mismo palacio que en la actualidad es conocido como "El Generalife".
En este palacio encerró el monarca al joven príncipe, confiandolo a la instrucción y vigilancia de Eben Bonabben, un filósofo árabe tan sabio como severo que había pasado la mayor parte de su vida en Egipto dedicado al estudio de los geroglificos y examinando los sepulcros y las pirámides; por lo cual, encontraba más encanto en una momia egipcia que en la belleza más tierna y seductora.
Se encomendó a este sabio que instruyese al príncipe en toda clase de conocimientos, pero
"que debía de ignorar completamente lo que era el amor "
¡Emplead todas las precauciónes necesarias para que se cumpla mi voluntad!
Le dijo el rey, pero tened presente,
¡oh, Eben Bonabben!
qué si mi hijo llega a saber algo de esa ciencia prohibida, os costará bastante caro y vuestra cabeza será responsable.
Una amarga sonrisa se dibujó en el rostro del sabio Bonabben, y respondió a califa;
"esté vuestra majestad tranquila en lo que respecta a su hijo, como yo lo estoy por mi cabeza;
¿Seré yo capaz de dar lecciones de esa vehemente pasión?
Creció el príncipe bajo la vigilancia del filósofo, recluido en el palacio y sus jardines. Tenía para su cervicio unos esclavos negros, horrorosos y mudos que no sabían ni pizca en materia de amores y, si algo sabían, no tenían don de palabra para comunicarlo.
Su educación intelectual estaba encomendada al cuidado especial de Eben Bonabben, el cual procuraba iniciarlo en las ciencias abstractas del Egipto, pero el príncipe progresaba poco, dando muestras evidentes de que no gustaba de la filosofía.
Era, en verdad, el joven príncipe extremadamente dócil para recibir las indicaciones que le daban los demás, guiándose siempre del último que le aconsejaba.
Ahogaba su aburrimiento y escuchaba con paciencia las largas y profundas lecciones de Eben Bonabben, con las cuales, aprendiendo algo de cada cosa, llegó a poseer dichosamente a los veinte años una asombrosa sabiduría, pero en ignorancia completa de lo que era el amor....
Fin del primer capítulo.
1ra. Parte.
"El príncipe Al Kamel"
Cuenta la leyenda, que en Granada hubo un rey moro que sólo tuvo un hijo llamado Anmed, al que los cortesanos le pusieron el nombre de Al Kamel, que quería decir "El perfecto" por las inequívocas señales de superioridad que notaron en el desde su más tierna infancia.
Los astrologos hicieron sobre el felices pronósticos, anunciando en su favor toda clase de dones, suficientes para que fuese un príncipe dichoso y un afortunado soberano.
Una sola nube oscurecia su destino, aunque era color de rosa;
"que sería muy dado a los amores, y que correría grandes peligros por esta irresistible pasión; Pero, que si podía evadir los lazos del amor hasta llegar a la edad madura, quedarían conjurados todos los peligros y su vida sería una sucesión no interrumpida de felicidades"
Para hacer frente a esos peligros augurados determinó el rey, encerrar al príncipe donde no pudiera ver nunca rostro de mujer alguna, ni llegar a sus oídos la palabra amor.
Con tal objeto, ordenó constituir un bello palacio en la colina que dominaba la Alhambra, rodeado de deliciosos jardines, pero cercado de elevadas murallas, el mismo palacio que en la actualidad es conocido como "El Generalife".
En este palacio encerró el monarca al joven príncipe, confiandolo a la instrucción y vigilancia de Eben Bonabben, un filósofo árabe tan sabio como severo que había pasado la mayor parte de su vida en Egipto dedicado al estudio de los geroglificos y examinando los sepulcros y las pirámides; por lo cual, encontraba más encanto en una momia egipcia que en la belleza más tierna y seductora.
Se encomendó a este sabio que instruyese al príncipe en toda clase de conocimientos, pero
"que debía de ignorar completamente lo que era el amor "
¡Emplead todas las precauciónes necesarias para que se cumpla mi voluntad!
Le dijo el rey, pero tened presente,
¡oh, Eben Bonabben!
qué si mi hijo llega a saber algo de esa ciencia prohibida, os costará bastante caro y vuestra cabeza será responsable.
Una amarga sonrisa se dibujó en el rostro del sabio Bonabben, y respondió a califa;
"esté vuestra majestad tranquila en lo que respecta a su hijo, como yo lo estoy por mi cabeza;
¿Seré yo capaz de dar lecciones de esa vehemente pasión?
Creció el príncipe bajo la vigilancia del filósofo, recluido en el palacio y sus jardines. Tenía para su cervicio unos esclavos negros, horrorosos y mudos que no sabían ni pizca en materia de amores y, si algo sabían, no tenían don de palabra para comunicarlo.
Su educación intelectual estaba encomendada al cuidado especial de Eben Bonabben, el cual procuraba iniciarlo en las ciencias abstractas del Egipto, pero el príncipe progresaba poco, dando muestras evidentes de que no gustaba de la filosofía.
Era, en verdad, el joven príncipe extremadamente dócil para recibir las indicaciones que le daban los demás, guiándose siempre del último que le aconsejaba.
Ahogaba su aburrimiento y escuchaba con paciencia las largas y profundas lecciones de Eben Bonabben, con las cuales, aprendiendo algo de cada cosa, llegó a poseer dichosamente a los veinte años una asombrosa sabiduría, pero en ignorancia completa de lo que era el amor....
Fin del primer capítulo.