![Sobrevive](/fotos_reducidas/6/6/5/00455665.jpg)
El príncipe Al Kamel.
Segundo. Capítulo.
Por ese tiempo se efectuó un cambio en la manera de ser de nuestro príncipe, abandonó completamente los estudios y se aficionó a pasear por los jardines del Generalife y a meditar al lado de sus fuentes.
Había aprendido entre otras varias cosas, un poco de música, con la cual se deleitaba la mayor parte del día, así como también gustaba de la poesía.
El filosofo Eben Bonabben, se alarmó y trato de contrariar esas nuevas aficiónes explicándole un severo curso de álgebra;
pero en regio mozo no despertaba el más leve interés esta árida ciencia.
¡no la puedo soportar!
decía;
¡la aborrezco!
¡necesito algo que me hable al corazón!
El sabio Eben Bonabben movió su venerable cabeza al oír esas palabras.
¿Ya hemos dado al traste con la filosofía?--dijo en su interior--
¡El príncipe ya ha descubierto que tiene corazón!
Desde entonces, vigiló con anciedad a su pupilo, y veía que la latente ternura de su naturaleza estaba en actividad y que sólo necesitaba un objeto.
Vagaba Ahmed por los jardines del Generalife con cierta exaltación de sentimientos cuya causa él desconocía, unas veces se sentaba y se abismaba en deliciosos ensueños, otras pulsaba su laúd arrancandole las más sentimentales melodías, y después la arrojaba con despecho y comenzaba a suspirar y a prorrumpir en estrañas exclamaciones.
Poco a poco se fue manifestando su propensión al amor hasta con los objetos inanimados, tenía flores favoritas a las que acariciaba con tierna constancia, más tarde mostraba su cariñosa predilección por ciertos árboles, depositando su amorosa ternura en uno de forma graciosa y delicado ramaje, en cuya corteza grabó su nombre y sobre cuyas ramas colgaban guirnaldas, cantando canciones en su alabanza acimpasadas de los acentos de su laúd.
Eben Bonabben se alarmó ante el estado de excitacion de su pupilo, a quien veía en camino de aprender la vedada ciencia, pues la más pequeña cosa podría desvelarle el fatal secreto. Temblando por la salvación del príncipe y por la seguridad de su cabeza, se apresuró a apartarlo de los encantos del jardín y lo encerró en la torre más alta del Generalife. Contenía ésta lindos departamentos que dominaban un horizonte sin límites, si bien se hallaban, por lo elevados, fuera de aquella atmósfera de voluptuosidad y a distancia de aquellos risueños bosquesillos tan peligrosos para los sentimiento del impresionable Ahmed.
¿Que hacer para acostumbrarlo a esta soledad y para que no se consumiera por tan largas horas de fastidio?...
Fin del segundo capítulo
Segundo. Capítulo.
Por ese tiempo se efectuó un cambio en la manera de ser de nuestro príncipe, abandonó completamente los estudios y se aficionó a pasear por los jardines del Generalife y a meditar al lado de sus fuentes.
Había aprendido entre otras varias cosas, un poco de música, con la cual se deleitaba la mayor parte del día, así como también gustaba de la poesía.
El filosofo Eben Bonabben, se alarmó y trato de contrariar esas nuevas aficiónes explicándole un severo curso de álgebra;
pero en regio mozo no despertaba el más leve interés esta árida ciencia.
¡no la puedo soportar!
decía;
¡la aborrezco!
¡necesito algo que me hable al corazón!
El sabio Eben Bonabben movió su venerable cabeza al oír esas palabras.
¿Ya hemos dado al traste con la filosofía?--dijo en su interior--
¡El príncipe ya ha descubierto que tiene corazón!
Desde entonces, vigiló con anciedad a su pupilo, y veía que la latente ternura de su naturaleza estaba en actividad y que sólo necesitaba un objeto.
Vagaba Ahmed por los jardines del Generalife con cierta exaltación de sentimientos cuya causa él desconocía, unas veces se sentaba y se abismaba en deliciosos ensueños, otras pulsaba su laúd arrancandole las más sentimentales melodías, y después la arrojaba con despecho y comenzaba a suspirar y a prorrumpir en estrañas exclamaciones.
Poco a poco se fue manifestando su propensión al amor hasta con los objetos inanimados, tenía flores favoritas a las que acariciaba con tierna constancia, más tarde mostraba su cariñosa predilección por ciertos árboles, depositando su amorosa ternura en uno de forma graciosa y delicado ramaje, en cuya corteza grabó su nombre y sobre cuyas ramas colgaban guirnaldas, cantando canciones en su alabanza acimpasadas de los acentos de su laúd.
Eben Bonabben se alarmó ante el estado de excitacion de su pupilo, a quien veía en camino de aprender la vedada ciencia, pues la más pequeña cosa podría desvelarle el fatal secreto. Temblando por la salvación del príncipe y por la seguridad de su cabeza, se apresuró a apartarlo de los encantos del jardín y lo encerró en la torre más alta del Generalife. Contenía ésta lindos departamentos que dominaban un horizonte sin límites, si bien se hallaban, por lo elevados, fuera de aquella atmósfera de voluptuosidad y a distancia de aquellos risueños bosquesillos tan peligrosos para los sentimiento del impresionable Ahmed.
¿Que hacer para acostumbrarlo a esta soledad y para que no se consumiera por tan largas horas de fastidio?...
Fin del segundo capítulo