LEYENDAS GRANAINAS. El Campanero y la Monja.
... cuenta la leyenda que, andaba ya el siglo XVIII muy cerca de su terminación, cuando se supo en Granada el suceso ocurrido en el centro mismo de la ciudad. Sus protagonistas fueron un joven campanero de la Catedral de Granada y una monja de clausura del cercano Convento de la orden de las Capuchinas, situado en esa época en lo que es hoy la plaza de la Romanilla. Mandado el joven campanero al Convento de las Capuchinas para tratar de arreglar, si podía, el pequeño esquilon que tenían las citadas monjas en su pequeña torre del campanario. Fue ese día, y allí, en que Juan el joven campanero, más comocido como "el salobreña", por ser originario de éste pueblo costero granaino, conoció a la hermaba Clara, que venía de Valencia y que al serle encomendado por la madre superiora que le explicara a Juan que pasaba con dicho esquilon, entonces ésta le dio mil explicaciones de lo que querían hacer las monjas, pero Juan ya no estaba por la labor, porque desde el primer momento sintió que aquella mujer, le daba o le quitaba la vida.
Por fin Juan pareció entender lo que quería explicarle la monja, y dijo que vendría la mañana siguiente con las herramientas necesarias para poder arreglar el campanil. El resto del día lo pasó Juan pensando en la monja que le había robado el corazón. Cuando a las 12 de la noche tocó la campana gorda, tal y como le tenía establecido el Cabildo Catedralicio, Juan se pasó en el tañer, volteando la campana más veces de la cuenta, pensando que en esos momentos, las monjas tenían su primera cita, con el día que acababa de iniciarse y sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo. Al día siguiente fue duramente reprendido por el campanero mayor, ya que hasta éste habían llegado algunas quejas.
Pronto se presentó Juan en el convento para arreglar el esquilon, y de momento llegó la hermana Clara, y pese a que poco habían hablado, algo les decía que allí había florecido el amor, con un fútil pretexto, Juan les dijo que tenía que volver el día siguiente, ya que tenía que hacerle no se qué al dichoso esquilon, la monjita Clara sonrió y mirando hacia todos lados y cercionandose de que nadie les escuchaba, le preguntó al campanero que como se llamaba y si estaba casado. Por su parte Juan, aunque aturdido, también tuvo ocasión de preguntarle a la monja, que como se llamaba y de donde era. le respondió, Clara, y que era valenciana y todavía no había hecho los votos de castidad. Para reparar el esquilon Juan estuvo yendo más de quince días, y por fin cuando ya dió por finalizado su trabajo, estaba locamente enamorado de la monja, y sin poder contenerse, le pidió que se saliera del convento y se casará con el. La hermana Clara, toda turbada por dicha proposición, no contestó, entonces Juan le dijo que todos los días al sonar el Angelus se asomaria hasta la balaustrada del campanario, y desde allí le mandaría sus saludos.
Dado que la celosía que había en las ventanas de los aposentos del Convento, le impedían ver el exterior, y por tanto tampoco el campanario, clara tenía que subir hasta donde el esquilon y desde allí podría ver a Juan fuera de la torre, casí en el aire, ya que el alero sale muy por fuera de los muros.
Por medio de una "trotaconventos" (mujeres ya mayores que solían visitar los conventos, para hacer algunos recados a la superiora) Juan se puso en contacto con Clara, y le hizo saber, que dos días después, le mandaría una escala de cuerda para que de noche se descolgarse desde la pequeña torre del campanario y huyeran a hacia Salobreña, donde se casarian, ya que Clara aún no había tomado los votos. Al día siguiente hacia un día desapacible y ventoso, y llegada la hora del Angelus, Juan se subió al alero del campanario para saludar a Clara, y cuando se soltó de la mano derecha para hacer dicho saludo, un fuerte golpe de aire lo arrancó de la torre del campanario, la hermana Clara pudo ver horrorizada como Juan caía al vacío, un grito terrible sobresaltó al todo el convento, mientras la hermana Clara caía desmayada rodando por las escaleras de la torre, cuando llegó abajo, ya era cadáver...
... cuenta la leyenda que, andaba ya el siglo XVIII muy cerca de su terminación, cuando se supo en Granada el suceso ocurrido en el centro mismo de la ciudad. Sus protagonistas fueron un joven campanero de la Catedral de Granada y una monja de clausura del cercano Convento de la orden de las Capuchinas, situado en esa época en lo que es hoy la plaza de la Romanilla. Mandado el joven campanero al Convento de las Capuchinas para tratar de arreglar, si podía, el pequeño esquilon que tenían las citadas monjas en su pequeña torre del campanario. Fue ese día, y allí, en que Juan el joven campanero, más comocido como "el salobreña", por ser originario de éste pueblo costero granaino, conoció a la hermaba Clara, que venía de Valencia y que al serle encomendado por la madre superiora que le explicara a Juan que pasaba con dicho esquilon, entonces ésta le dio mil explicaciones de lo que querían hacer las monjas, pero Juan ya no estaba por la labor, porque desde el primer momento sintió que aquella mujer, le daba o le quitaba la vida.
Por fin Juan pareció entender lo que quería explicarle la monja, y dijo que vendría la mañana siguiente con las herramientas necesarias para poder arreglar el campanil. El resto del día lo pasó Juan pensando en la monja que le había robado el corazón. Cuando a las 12 de la noche tocó la campana gorda, tal y como le tenía establecido el Cabildo Catedralicio, Juan se pasó en el tañer, volteando la campana más veces de la cuenta, pensando que en esos momentos, las monjas tenían su primera cita, con el día que acababa de iniciarse y sin apenas darse cuenta de lo que estaba haciendo. Al día siguiente fue duramente reprendido por el campanero mayor, ya que hasta éste habían llegado algunas quejas.
Pronto se presentó Juan en el convento para arreglar el esquilon, y de momento llegó la hermana Clara, y pese a que poco habían hablado, algo les decía que allí había florecido el amor, con un fútil pretexto, Juan les dijo que tenía que volver el día siguiente, ya que tenía que hacerle no se qué al dichoso esquilon, la monjita Clara sonrió y mirando hacia todos lados y cercionandose de que nadie les escuchaba, le preguntó al campanero que como se llamaba y si estaba casado. Por su parte Juan, aunque aturdido, también tuvo ocasión de preguntarle a la monja, que como se llamaba y de donde era. le respondió, Clara, y que era valenciana y todavía no había hecho los votos de castidad. Para reparar el esquilon Juan estuvo yendo más de quince días, y por fin cuando ya dió por finalizado su trabajo, estaba locamente enamorado de la monja, y sin poder contenerse, le pidió que se saliera del convento y se casará con el. La hermana Clara, toda turbada por dicha proposición, no contestó, entonces Juan le dijo que todos los días al sonar el Angelus se asomaria hasta la balaustrada del campanario, y desde allí le mandaría sus saludos.
Dado que la celosía que había en las ventanas de los aposentos del Convento, le impedían ver el exterior, y por tanto tampoco el campanario, clara tenía que subir hasta donde el esquilon y desde allí podría ver a Juan fuera de la torre, casí en el aire, ya que el alero sale muy por fuera de los muros.
Por medio de una "trotaconventos" (mujeres ya mayores que solían visitar los conventos, para hacer algunos recados a la superiora) Juan se puso en contacto con Clara, y le hizo saber, que dos días después, le mandaría una escala de cuerda para que de noche se descolgarse desde la pequeña torre del campanario y huyeran a hacia Salobreña, donde se casarian, ya que Clara aún no había tomado los votos. Al día siguiente hacia un día desapacible y ventoso, y llegada la hora del Angelus, Juan se subió al alero del campanario para saludar a Clara, y cuando se soltó de la mano derecha para hacer dicho saludo, un fuerte golpe de aire lo arrancó de la torre del campanario, la hermana Clara pudo ver horrorizada como Juan caía al vacío, un grito terrible sobresaltó al todo el convento, mientras la hermana Clara caía desmayada rodando por las escaleras de la torre, cuando llegó abajo, ya era cadáver...