PEDRO MARTINEZ: EL ZORRO GRUÑÓN...

EL ZORRO GRUÑÓN

En aquel atardecer la luna asomaba sus cuernos del naciente, de un blanco, brillante, intenso. Los pájaros habían acallado su canto mientras el viento pampero levemente paseaba por el monte. A la orilla del sendero, un zorro muy gruñón, rompía aquella apacible noche con sus gritos y correrías.

– “ ¿Que pasa señor zorro?” – Le dijo un pichecito asomándose desde su cueva. – “ ¿Por qué tan gruñón, hoy?”

– “Es que me duele mucho la muela”, – dijo el zorro. – “Se me quedó atascado un huesito entre los dientes y no puedo sacarlo. Me duele mucho!”, – exclamaba.
– “Yo lo podría ayudar, pero tengo miedo que sea un truco para hacerme salir de la cueva y comerme”, – dijo temeroso el pichecito.

– “No amiguito, no es ningún truco. En verdad me duele mucho, ayúdame por favor”.

El pichecito, lentamente, con recelo, fue saliendo poco a poco de su cueva, sin perderle la mirada. Se acercó y pidió al zorro que abriera su boca para poder ayudarlo.

– “ ¡Es verdad!”, – exclamó. – “La cara esta muy hinchada, sacar ese hueso es imposible para mi”, – dijo el pichecito, – “acompáñame, vamos a lo del señor Vizcacha, él sabrá que hacer, si prometes portarte bien”.

Caminaron largos minutos por el monte llegando a las vizcacheras, se escuchaban a los pequeños animales, jugar y cantar. Pero al ver aquella silueta entre las sombras, todos corrieron a esconderse en sus madrigueras.

– “ ¡Señor vizcacha, señor vizcacha!.

Llamaba aquel pichecito con voz muy potente.

– “Soy el pichecito, por favor ¿puede ayudarme?”.

Una voz se escuchó desde la cueva y dijo:

– “ ¿Qué pasa amigo?. ¿Por qué andas con el zorro? Él siempre nos molesta y trata de lastimarnos”.

– “Lo se”, – dijo el pichecito. – “Pero prometió no hacernos mas daño si lo ayudamos, además le duele mucho, me da mucha pena. No tenga miedo”.

– “ ¿Qué le pasa señor zorro?”, – le dijo mientras salía de su cueva el señor Vizcacha.

– “Me quedó algo atascado en los dientes. Me duele mucho, por favor, ayúdeme”.

Se acercó, poco a poco, le pidió que abriera la boca, se sorprendió cuando vio esos dientes tan grandes y filosos. Aunque con miedo, el señor Vizcacha metió sus manos en aquella bocota, y con gran maestría, extrajo aquel pedacito de hueso, dando un alivio instantáneo y placentero al zorro, que en su arrebato de felicidad, tomó al pichecito, lo puso en su lomo y jugó una carrera muy alocada. Los demás, asomados desde sus cuevas, miraban con asombro, riendo a carcajadas, y poco a poco fueron saliendo a jugar nuevamente.

Aprovechó el señor zorro, les pidió disculpas y agradeció con un abrazo al señor Vizcacha. Fue una noche muy especial, todos estaban muy felices por la lección aprendida. Todos debemos respetarnos porque nunca se sabe quien puede ayudarte en los momentos más difíciles.