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PEDRO MARTINEZ: DAVID Y LOS CASCABELES MÁGICOS...

DAVID Y LOS CASCABELES MÁGICOS

"A veces, trabajar en equipo, puede ser la solución a los problemas. Eso fue lo que aprendieron David y sus compañeros, con ayuda de unos cascabeles mágicos.

David acudió muy contento a su primer entrenamiento con el equipo de baloncesto. Le había costado mucho que el entrenador le admitiese y, gracias a su esfuerzo, consiguió vencer sus reticencias sobre su estatura. Pero las cosas fueron muy diferentes a cómo se lo había imaginado. Cuando entró en la cancha, un grupo de niños gigantes le miraron muy extrañados.

- Eh, tú, pequeñajo, ¿qué haces aquí? – le preguntó Nacho, que era el capitán del equipo.

- He venido al entrenamiento – contestó David.

Todos los chicos empezaron a reírse.

- ¿Será una broma? – dijo Nacho -. No llegarías a encestar ni aunque te subiésemos en brazos.

Los chicos volvieron a reírse. En ese momento apareció el entrenador. Todos los niños se callaron de golpe y se pusieron en fila.

- Os presento a David – dijo -, desde hoy jugará en el equipo y, estoy convencido, que será un base estupendo.
David sonrió. Estaba orgulloso de sí mismo. Había trabajado muy duro y sabía que no iba a defraudar al entrenador.

El entrenamiento comenzó y fue un verdadero desastre. Por mucho que lo intentaba, no conseguía que el resto de los niños le pasasen la pelota, simplemente le ignoraban. Se limitaban a intentar encestar el mayor número de veces posible. El entrenador no hacía más que gritarles, para que se pasasen entre ellos, pero no conseguía ningún resultado.

David se fue muy disgustado a casa y se lo explicó todo a su padre.

- No te preocupes – le dijo -. Ya verás como pronto las cosas mejoran, necesitáis un periodo de adaptación. Pronto os daréis cuenta de lo importante que es ser un equipo.

Pero, las cosas no mejoraron, los entrenamientos continuaron siendo un caos y en los partidos, aún era peor, perdían todos. Los niños sólo se preocupaban de intentar ser los máximos encestadores y convertirse en la estrella del equipo. David se sentía muy desanimado, había luchado tanto por conseguir entrar en el equipo, y ahora, se había convertido en una verdadera pesadilla. Sus compañeros seguían sin pasarle la pelota y se limitaba a correr, durante todo el partido, de un lado al otro de la cancha. El entrenador les gritaba, les sermoneaba e incluso les amenazó con dejar de entrenarles, pero, aún así, nada cambió.

Una tarde el entrenador les reunió para hablar con ellos. Los niños le miraban asustados. El entrenamiento no había servido de nada y al día siguiente tenían un partido muy importante, si lo perdían, ya no tendrían ninguna opción para ganar la liga.

- Os he traído una cosa – dijo el entrenador y les enseñó un puñado de cascabeles.

Los niños los miraron perplejos.

- ¿Para qué sirven señor? – preguntó Nacho.

- Son unos cascabeles mágicos, se comunican entre ellos – les explicó el entrenador -. Mañana quiero que todos llevéis uno atado a la muñeca y los cascabeles os dirán qué tenéis que hacer.

Al día siguiente, David estaba muy nervioso. Todo su equipo llevaba los cascabeles atados a la muñeca como les había dicho el entrenador. David salió a la cancha convencido de que ganarían, miró a su cascabel y le susurró “confío en ti, guíame en el partido”.

El silbato que indicaba el comienzo del encuentro sonó. Los niños empezaron a correr. Nacho tenía la pelota, pero se vio rodeado por varios jugadores del equipo contrario. David vio que estaba solo.

- ¡Aquí, aquí! – gritó mientras levantaba sus brazos y el cascabel sonó.

Nacho se giró, le miró y le pasó la pelota. David sonrió, apenas lo podía creer, el cascabel se había comunicado. El partido fue transcurriendo y los niños se pasaban unos a otros mientras sonaban los cascabeles y el marcador comenzó a subir, por primera vez en la liga. Cuando sólo quedaban unos segundos para el final, los marcadores estaban empatados. David tenía la pelota y corrió por la cancha botándola con rapidez, pero cuando estaba cerca de la canasta se vio bloqueado por dos jugadores del equipo contrario, echó un vistazo rápido y le pareció que el resto de jugadores de su equipo también estaban cubiertos. No sabía qué hacer y el tiempo se agotaba. De pronto lo escuchó, un cascabel le llamaba a su espalda, se giró y allí estaba Nacho, extendiendo los brazos. David le pasó la pelota y Nacho tiró a canasta encestando. En ese momento sonó el final del partido.

- ¡Hemos ganado, hemos ganado! – gritaron los niños mientras saltaban de la alegría.

En el vestuario todo eran caras de felicidad. Los niños se abrazaban y reían sin parar. Entró el entrenador y se hizo el silencio.

- ¡Enhorabuena! – le dijo con una sonrisa.

- No hemos sido nosotros, ha sido gracias a los cascabeles mágicos – dijo David.

El entrenador comenzó a reírse y todos los niños lo miraron sorprendidos. No entendían que estaba pasando.

- Los cascabeles no son mágicos. Simplemente os indicaban a quién de vosotros había que pasar, sonaban cada vez que movíais los brazos pidiendo la pelota. Por primera vez habéis jugado en equipo, sin importar quién es más alto o más bajo.

David y Nacho se miraron y sonrieron.

- Ven aquí pequeñajo – dijo Nacho mientras abrazaba a David, que supo que, desde ese momento, Nacho y él serían amigos.