PEDRO MARTINEZ: LUCAS EL SACRISTÁN E INÉS LA MORISCA....

LUCAS EL SACRISTÁN E INÉS LA MORISCA.

▪️Las tradiciones granadinas deberían pasar de padres a hijos en los primeros encuentros en los que podamos abrazarnos. Esta la refiere Soler de la Fuente, es un poco pavorosa, tiene casi 200 años, se sitúa en la Granada del siglo XVI y es apta para mayores.

18 años tenía la joven Inés cuando en el Albaicín le leía pasajes de la Biblia al anciano don Anselmo, abad de El Salvador. Era una morisca abandonada a la que recogió el cura con la ilusión de que ingresara de monja en el convento cercano. Vivía Inés con la vieja Gertrudis a la que don Anselmo le confió su custodia. Cada noche, entre las ocho y las diez, visitaba el abad la casa de estas dos mujeres para controlar a su protegida, mientras Gertrudis hilaba en la rueca.

Conocía la belleza de Inés el joven y apuesto Lucas, sacristán de El Salvador, que además sabía cantar y tocar el laúd. Habilidades que aprovechó para ir cada noche a las once a visitar a Inés, cantando bajo la ventana cuando ya don Anselmo se hubiese retirado; la vieja Gertrudis, tras la serenata, hacía pasar al enamorado sacristán.

Ocurrió que una noche del frio invierno granadino se desató tal ventolera que impidió a don Anselmo salir de la casa de Inés; pensó entonces quedarse hasta que el viento se calmara. Ignorando esto apareció en la calle Lucas con su laúd y cantando sus notas llegaron a oídos del abad. Inés leía entrecortada y nerviosa y Gertrudis hilaba enredando los hilos en la rueca y temerosa de que todo se descubriera.

Lucas seguía cantando sin comprender que no le abrieran la puerta siendo ya más de las once, mientras el cura creía reconocer la dulce voz de su sacristán. A través de una claraboya pudo Gertrudis comunicar con Lucas mandándole por señas que se fuera a su casa y… ¡mañana será otro día!

Noche oscura y de nubarrones en el Albaicín. Solo una lucecita en la taberna que el morisco converso tío Miguel tenía en la Placeta del Almez. Allí estaba el morisco medio dormido atendiendo a unos clientes de mala catadura; al final de la sala una mesa preparada para cenar esperaba como cada noche al sacristán Lucas que hoy tardaba en llegar. Finalmente apareció embozado hasta los ojos y como poseído por el diablo, causando tal miedo que hizo huir de la taberna a los clientes.

Solos quedaron Lucas y el tabernero Miguel. Acabada la cena, Lucas medio embriagado se lió la capa, se encajó el sombrero y atormentado salió a toda prisa de la taberna. Se dirigió a la casa de su amante, empujó fuertemente a la puerta, entró en la alcoba de Inés, la cogió y huyó con ella hasta llegar a las puertas de El Salvador. Una mano le agarró con fuerza mientras le gritaba: ¡Desgraciado, deja a mi hija! Un sudor frio bañó el cuerpo entero del sacristán. No siendo dueño de sí sacó un puñal y lo clavó sin piedad en el corazón del anciano cura. Huyó endemoniado con su amada en los brazos por la cuesta del Chapiz, pero la lluvia torrencial los arrastró hasta el rio Darro…ambos se fueron ahogando poco a poco.

Finalmente, de un sobresalto despertó Lucas de aquel mal sueño producto de su borrachera en la taberna. La tormenta había pasado y el sacristán volvió a su trabajo en El Salvador a donde le esperaba impaciente el abad. Lucas al verlo vivo se arrojó a sus pies después de abrazarlo de arriba abajo; le confesó el horrible sueño y sus amores con Inés. Prometió don Anselmo unirlos en matrimonio, pero creyendo todos que aquella unión parecía un aviso del cielo, ingresó Inés en el convento de Santa Isabel la Real y Lucas acabó como fraile cartujo.

Nadie queda en Granada que recuerde esta tradición; pero dicen que las vecinas se horrorizaban cuando oían hablar del pavoroso sueño del sacristán del Albaicín.