LEYENDAS GRANAINAS
La media noche se va acercando y hay que continuar la marcha, pues el recorrido aún es largo. Hemos dejado atrás ese lugar tenebroso del Callejón de las Monjas, con los tétricos sucesos del Arco de los ahorcados y las desdichas de un amor “monjeril” frustrado; vamos caminando bajo un cielo vestido de azul intenso cuajado de luceros, perfumados por la fantasía inagotable y el ensueño de pertenecer a un mundo angelical, solo se escucha el cuchicheo, entre palabras que apenas se perciben, de los que caminan sin saber si todo esto es real o simplemente un sueño del que no quieren despertar, mezclado con las luces de las farolas que tienden sobre el duro empedrado un tapiz de colores anaranjados.
- ¡Ayyyy!, se escucha, una voz que sale mal herida, entre medias de la agrupación que se aprieta cada vez más, temiendo ante un tropezón mal dado, o que alguno de los espíritus que todas las noches deambulan por allí se introduzca y nos dé un toque en las espaldas.
-Señoras, ¡mucho cuidado con el empedrado, y con duendecillos que a estas horas vigilan el barrio!
- ¡Por favor, señor escritor no nos “meta las cabras en el corral”. (Traducción. No nos meta miedo).
La mezquita llama a la última oración del día a sus incondicionales seguidores, pero la hora no nos permite entrar a contemplar sus jardines y estancias, por lo que continuamos por Espaldas de San Nicolás, bajamos por una escalinata y dejamos nuestra vista deslizarse por la reja de algún carmen, percibiendo el perfume del galán de noche, de los jazmines o de la hierbabuena, contemplamos la gran mole de la Mezquita Mayor, hoy Iglesia del Salvador, en la lejanía unas lucecitas allá en lo alto son el reclamo de la Ermita de San Miguel, donde este “lazarillo”, conoció a la que durante cincuenta y ocho años fue su compañera.
Las balconadas de las casas albaicineras repletas de geranios con diversidad de colores sobre tiestos de cerámica, fabricados en los talleres de Fajalauza con el esmalte azul y motivos florales, heredado de la época musulmana, ponen una nota de color en la noche.
Desembocamos en la puerta de Bibad Bonut o de las banderas junto al convento de las Tomasas, nuestras manos se refrescan con el agua de la fuente mientras la Plaza del Abad con su leyenda nos espera.
En 1642, en la placeta que aún se llama del Abad, o del Prior, en una casa hoy muy ruinosa, pero que aún conserva su tinte antiguo vivía el reverendo D. Pedro Núnez prior de la iglesia colegiata del Salvador, edificio adosado a la casa que nos recuerda esta tradición.
Una hermana de D. Pedro y su hija María, vivían con él y eran por todo el barrio queridas y respetadas; la naturaleza no había dotado a la muchacha de encantos, sin embargo era enamorada cual ninguna, y deseaba presurosa cambiar su modesta posición como sobrina del abad, por la esposa del honrado barbero Ramón Pérez, que vivía bien cerca de este lugar.
Era cierto que la había galanteado durante cierto tiempo pero más tarde, aquella pasión se fue desvaneciendo y pasaban las semanas sin que la pobre María viese a su galán.
¿Qué ocurría para este cambio tan repentino?
La imaginación mujeril no podía estar tranquila hasta averiguarlo, y así lo consiguió, pero fue triste su desengaño. Una joven de posición modesta, pero hermosísima, había logrado cautivar al atrevido barbero. Y a cambio de perder la desahogada posición que le aguardaba casándose con María, la olvidó por completo y decidió ser esposo de la bella Mercedes, su segundo amor.
Entonces la desdeñada doncella ocultó sus pesares a su madre y a su tío; se fue derecha a consultar a una vieja gitana, que con sus sortilegios y malas artes, le prometió volvería al redil la oveja descarriada. Mas nada logró para calmar sus desventuras. El enamorado mancebo siguió cada vez más firme en su nueva pasión, y en connivencia con su amada, cogieron a la gitana y en la placeta misma del Abad, frente a la casa de María, hicieron con la pobre vieja mil herejías, que dieron por resultado el escándalo mayor presenciado nunca por los vecinos del Albaicín.
Entonces supo el abad toda la historia de los desdeñados amores de su sobrina. Como hombre de talento quiso cortar de raíz tamaños males, casando de balde al barbero y a su adorada Mercedes, en cuanto a María, convencida de su desgracia, y no pudiendo abrigar esperanza de otros felices amores, entró de religiosa en el Convento de las Tomasas llorando allí sus pasadas desgracias.
Aún se recuerda por aquellos vecinos esta leyenda tradicional, que ha dado nombre y recuerdo histórico popular a la Placeta del Abad..
La media noche se va acercando y hay que continuar la marcha, pues el recorrido aún es largo. Hemos dejado atrás ese lugar tenebroso del Callejón de las Monjas, con los tétricos sucesos del Arco de los ahorcados y las desdichas de un amor “monjeril” frustrado; vamos caminando bajo un cielo vestido de azul intenso cuajado de luceros, perfumados por la fantasía inagotable y el ensueño de pertenecer a un mundo angelical, solo se escucha el cuchicheo, entre palabras que apenas se perciben, de los que caminan sin saber si todo esto es real o simplemente un sueño del que no quieren despertar, mezclado con las luces de las farolas que tienden sobre el duro empedrado un tapiz de colores anaranjados.
- ¡Ayyyy!, se escucha, una voz que sale mal herida, entre medias de la agrupación que se aprieta cada vez más, temiendo ante un tropezón mal dado, o que alguno de los espíritus que todas las noches deambulan por allí se introduzca y nos dé un toque en las espaldas.
-Señoras, ¡mucho cuidado con el empedrado, y con duendecillos que a estas horas vigilan el barrio!
- ¡Por favor, señor escritor no nos “meta las cabras en el corral”. (Traducción. No nos meta miedo).
La mezquita llama a la última oración del día a sus incondicionales seguidores, pero la hora no nos permite entrar a contemplar sus jardines y estancias, por lo que continuamos por Espaldas de San Nicolás, bajamos por una escalinata y dejamos nuestra vista deslizarse por la reja de algún carmen, percibiendo el perfume del galán de noche, de los jazmines o de la hierbabuena, contemplamos la gran mole de la Mezquita Mayor, hoy Iglesia del Salvador, en la lejanía unas lucecitas allá en lo alto son el reclamo de la Ermita de San Miguel, donde este “lazarillo”, conoció a la que durante cincuenta y ocho años fue su compañera.
Las balconadas de las casas albaicineras repletas de geranios con diversidad de colores sobre tiestos de cerámica, fabricados en los talleres de Fajalauza con el esmalte azul y motivos florales, heredado de la época musulmana, ponen una nota de color en la noche.
Desembocamos en la puerta de Bibad Bonut o de las banderas junto al convento de las Tomasas, nuestras manos se refrescan con el agua de la fuente mientras la Plaza del Abad con su leyenda nos espera.
En 1642, en la placeta que aún se llama del Abad, o del Prior, en una casa hoy muy ruinosa, pero que aún conserva su tinte antiguo vivía el reverendo D. Pedro Núnez prior de la iglesia colegiata del Salvador, edificio adosado a la casa que nos recuerda esta tradición.
Una hermana de D. Pedro y su hija María, vivían con él y eran por todo el barrio queridas y respetadas; la naturaleza no había dotado a la muchacha de encantos, sin embargo era enamorada cual ninguna, y deseaba presurosa cambiar su modesta posición como sobrina del abad, por la esposa del honrado barbero Ramón Pérez, que vivía bien cerca de este lugar.
Era cierto que la había galanteado durante cierto tiempo pero más tarde, aquella pasión se fue desvaneciendo y pasaban las semanas sin que la pobre María viese a su galán.
¿Qué ocurría para este cambio tan repentino?
La imaginación mujeril no podía estar tranquila hasta averiguarlo, y así lo consiguió, pero fue triste su desengaño. Una joven de posición modesta, pero hermosísima, había logrado cautivar al atrevido barbero. Y a cambio de perder la desahogada posición que le aguardaba casándose con María, la olvidó por completo y decidió ser esposo de la bella Mercedes, su segundo amor.
Entonces la desdeñada doncella ocultó sus pesares a su madre y a su tío; se fue derecha a consultar a una vieja gitana, que con sus sortilegios y malas artes, le prometió volvería al redil la oveja descarriada. Mas nada logró para calmar sus desventuras. El enamorado mancebo siguió cada vez más firme en su nueva pasión, y en connivencia con su amada, cogieron a la gitana y en la placeta misma del Abad, frente a la casa de María, hicieron con la pobre vieja mil herejías, que dieron por resultado el escándalo mayor presenciado nunca por los vecinos del Albaicín.
Entonces supo el abad toda la historia de los desdeñados amores de su sobrina. Como hombre de talento quiso cortar de raíz tamaños males, casando de balde al barbero y a su adorada Mercedes, en cuanto a María, convencida de su desgracia, y no pudiendo abrigar esperanza de otros felices amores, entró de religiosa en el Convento de las Tomasas llorando allí sus pasadas desgracias.
Aún se recuerda por aquellos vecinos esta leyenda tradicional, que ha dado nombre y recuerdo histórico popular a la Placeta del Abad..