Volver a la Alhambra
▪️Abre de nuevo sus puertas y con ellas la felicidad de visitar uno de los conjuntos monumentales más deslumbrantes del mundo.
En el umbral del verano los bosques que rodean la colina roja lucen exultantes, los jardines están florecidos y en los palacios pende a primera hora de la mañana un aroma de perfume y un rumor de agua fresca. Es el reencuentro con la eternidad. Toda visita a la Alhambra comporta un orden. Conviene empezarla en la Alcazaba, donde anida su primera memoria. Situada en la proa de la colina roja, frente a la Granada cristiana y a un lado del barrio blanco del Albaicín, la Alcazaba constituye el punto de partida de la cultura nazarí, la última saga de reyes de la civilización hispanomusulmana. La torre de la Vela cierra el triángulo isósceles que conforma la vieja fortaleza. Desde sus almenas las vistas son impagables: Granada reposa bajo nuestros pies y a lo lejos se esparcen las planicies de la Vega.
Hay una Alhambra suntuosa donde aquella dinastía que gobernó durante dos siglos y medio el último reino musulmán en la península expresó todo su sentido estético. El Mexuar y el Cuarto Dorado nos predisponen a penetrar en los palacios nazaríes de Arrayanes y Leones donde el sultán ejercía su poder y se ofrecía a los placeres de la vida. El estanque de Arrayanes refleja la torre de Comares, en cuyo interior se halla el solio (trono). Leones, en cambio, es un palacio recreado para el placer, la suntuosidad y la contemplación. Las doce esculturas que sostienen la gran taza de mármol miran hacia las cuatro estancias palatinas, donde los adjetivos se agotan al contemplar la riqueza de las columnas, las yeserías, los arabescos y los mocárabes que cuelgan de las cúpulas.
En un reino efímero y en permanente amenaza, el palacio de verano del sultán y su familia debía de estar al lado de su sede de gobierno. El Generalife fue durante varias generaciones la residencia donde los gobernantes se retiraban para abrazar el descanso. Todo en este palacio está consagrado al deleite, en especial sus jardines, sus surtidores, el permanente silbido del agua que constituye la verdadera banda sonora de todo el conjunto monumental.
En estos días de calor no conviene abandonar la Alhambra sin visitar sus bosques. La colina está tapizada de altos árboles que rodean las cuatro puertas que a lo largo de la historia constituyeron la entrada a la ciudadela. El paseo que une la ciudad con la puerta de la Justicia es un resumen de la Alhambra botánica, fresco y apacible estos días de inicio de verano, un recorrido en deliciosa cuesta que nos incita insistentemente a volver a un lugar esclarecido por la eternidad.
▪️Abre de nuevo sus puertas y con ellas la felicidad de visitar uno de los conjuntos monumentales más deslumbrantes del mundo.
En el umbral del verano los bosques que rodean la colina roja lucen exultantes, los jardines están florecidos y en los palacios pende a primera hora de la mañana un aroma de perfume y un rumor de agua fresca. Es el reencuentro con la eternidad. Toda visita a la Alhambra comporta un orden. Conviene empezarla en la Alcazaba, donde anida su primera memoria. Situada en la proa de la colina roja, frente a la Granada cristiana y a un lado del barrio blanco del Albaicín, la Alcazaba constituye el punto de partida de la cultura nazarí, la última saga de reyes de la civilización hispanomusulmana. La torre de la Vela cierra el triángulo isósceles que conforma la vieja fortaleza. Desde sus almenas las vistas son impagables: Granada reposa bajo nuestros pies y a lo lejos se esparcen las planicies de la Vega.
Hay una Alhambra suntuosa donde aquella dinastía que gobernó durante dos siglos y medio el último reino musulmán en la península expresó todo su sentido estético. El Mexuar y el Cuarto Dorado nos predisponen a penetrar en los palacios nazaríes de Arrayanes y Leones donde el sultán ejercía su poder y se ofrecía a los placeres de la vida. El estanque de Arrayanes refleja la torre de Comares, en cuyo interior se halla el solio (trono). Leones, en cambio, es un palacio recreado para el placer, la suntuosidad y la contemplación. Las doce esculturas que sostienen la gran taza de mármol miran hacia las cuatro estancias palatinas, donde los adjetivos se agotan al contemplar la riqueza de las columnas, las yeserías, los arabescos y los mocárabes que cuelgan de las cúpulas.
En un reino efímero y en permanente amenaza, el palacio de verano del sultán y su familia debía de estar al lado de su sede de gobierno. El Generalife fue durante varias generaciones la residencia donde los gobernantes se retiraban para abrazar el descanso. Todo en este palacio está consagrado al deleite, en especial sus jardines, sus surtidores, el permanente silbido del agua que constituye la verdadera banda sonora de todo el conjunto monumental.
En estos días de calor no conviene abandonar la Alhambra sin visitar sus bosques. La colina está tapizada de altos árboles que rodean las cuatro puertas que a lo largo de la historia constituyeron la entrada a la ciudadela. El paseo que une la ciudad con la puerta de la Justicia es un resumen de la Alhambra botánica, fresco y apacible estos días de inicio de verano, un recorrido en deliciosa cuesta que nos incita insistentemente a volver a un lugar esclarecido por la eternidad.