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PEDRO MARTINEZ: DOS LEYENDAS SOBRE LA CASA DE CASTRIL: EN GRANADA....

DOS LEYENDAS SOBRE LA CASA DE CASTRIL: EN GRANADA.

PRIMERA LEYENDA
Un descendiente del que fuera secretario de los Reyes Católicos, don Hernando de Zafra, también llamado Her-nando, vivía con su hija Elvira, bella joven dotada de un dulce carácter, hecho que contrastaba grandemente con la rudeza y brusquedad de su padre. Elvira tenía a su ser-vicio un paje, llamado Alfonso Quintanillo, del que don Hernando ignoraba su pertenencia a una familia rival. Elvira y Alfonso estaban enamorados y su amor era conocido y amparado por su ama y por el capellán de la familia Zafra.
Don Hernando de Zafra sorprendió a los enamorados una noche que estaban reunidos. Temiendo que hubiera una ofensa para su honor, montó en cólera y sin prestar oídos las protestas de inocencia de los dos jóvenes, llamó a voces a sus criados y les mandó que ahorcaran al atemo-rizado Alfonso, que le demandaba clemencia y justicia por ser inocente, protesta a la que el colérico caballero contestó:-Pide cuanta justicia quieras. Ahí, ahorcado, puedes estar esperando la justicia del cielo todo el tiempo que te plazca.
Y dicho esto, mandó ahorcarle y encerrar su cadáver en el balcón y tapiarlo, quedando tal y como hoy se ad-vierte. Este balcón, situado en la esquina izquierda de la fachada del edificio y adornado con pilastras laterales y una columna central, tiene esculpida en su dintel la leyenda “Esperándola del cielo”.
SEGUNDA LEYENDA:
Otro descendiente de don Hernando de Zafra, también llamado Hernando, sedujo con regalos y falsas promesas de matrimonio a una hermosa gitana, a la que luego abandonó al comprobar su preñez. Varios meses después, cuando la madre de la burlada y abandonada acudió al caballero pidiéndole alguna indemnización por el daño causado, el señor de la casa mandó a sus criados que la expulsaran. Al verse tratada tan mal, la madre gitana le maldijo:
- ¡Permita Dios que, cuando te mueras, no te puedan ni enterrar!
Cuando llegó al final de sus días, el de Zafra murió, quedando su capilla ardiente instalada en una sala de la planta baja de la Casa del Castril. Coincidiendo con el velatorio estalló una gran tormenta que hizo desbordarse al río Darro. Las aguas saltaron el pretil de la calle, inun-daron la sala del velatorio y arrastraron el féretro con el cadáver dentro.
Ante la impotencia de los asistentes, que bastante hicieron con salvarse, cadáver y féretro salieron flotando de la sala y navegaron río abajo, arrastrados por las turbulentas aguas. Y nunca más se supo del féretro ni del cadáver.
Durante muchos años, cuando los cielos estaban encapotados, anunciando lluvia, hubo en Granada un dicho popular, que nuestros mayores recuerdan haber oído y haberlo pronunciado más de una vez:
¡Va a llover más que cuando enterraron a Zafra!