La leyenda de la sala de los Abencerrajes
En el siglo XV —el último siglo de existencia del reino nazarí de Granada— hubo numerosas luchas internas por detentar el poder. El reino había ido acumulando refugiados musulmanes procedentes de los territorios perdidos frente a los cristianos, por lo que estaba superpoblado; también existía el mal ambiente propio de un reino que llevaba mucho tiempo pagando parias (tributos) a los reinos cristianos para que no les atacasen. En ese contexto de decadencia, uno de los dos clanes más importantes era el de los abencerrajes (que en árabe quiere decir “hijos del sillero”) unos guerreros provenientes del norte de África que habían tenido cierto protagonismo en las luchas con los cristianos. La vinculación de este clan con algunos sultanes nazarís llegó a ser muy estrecha y algunos de ellos se convertirían en tropas de elite y guardia personal de los sultanes. Los abencerrajes llegaron a poseer un palacio propio dentro del recinto fortificado de La Alhambra.
En el año 1444 Mohamed “El cojo” consiguió destronar a su tío y convertirse en sultán de Granada. A partir de ese momento el nuevo sultán se dedicó a perseguir a quienes consideraba sus enemigos. Unos de ellos fueron los abencerrajes, que se acabaron refugiando en su fortaleza de Montefrío. Desde allí entraron en contacto con su antiguo enemigo: el rey Juan II de Castilla. Con la ayuda del rey castellano los abencerrajes atacaron a “El cojo” por diversos medios. Finalmente, en 1453 el sultán declaró que estaba dispuesto a dejar el poder; alegó estar cansado, enfermo y sin voluntad de seguir luchando contra una resistencia tan tenaz.
El día previsto para la abdicación de “El Cojo”, sus dos hiijos Muley Hacén y el Zagal llamaron a los principales miembros del clan de los abencerrajes para que vieran a su padre personalmente y proceder a la abdicación delante de todos.
Uno a uno, los convocados fueron invitados a entrar en el palacio. Una vez en el interior, los abencerrajes fueron inmovilizados y amordazados por la guardia de esclavos negros del sultán; tras ser alineados en el suelo los 36 principales abencerrajes, fueron torturados.
Finalmente serían arrastrados hasta una pila situada en el centro de la sala donde serían degollados uno a uno a la vista de los demás. En el palacio de La Alhambra hay una estancia llamada “Sala de los Abencerrajes” en recuerdo de ese episodio.
Hay granadinos que vienen sosteniendo que el tono rojizo de esa pila se debe a una fuerza extrasensorial que replica la sangre de los que allí murieron degollados hace más de cinco siglos.
También hay quien piensa que a raíz de la matanza, Muley Hacén quedó maldito. Las catástrofes que rodearon el resto de su vida desafían cualquier vaticinio, por muy negativo que éste hubiera sido. En los años siguientes se produjo la historia pasional de su enamoramiento de la cristiana Isabel Solis y de su enfrentamiento con su esposa y su hijo. Después acabaría siendo destronado por su propio hijo y, además, su hermano el Zagal también trataría de arrebatarle el poder, aunque en última instancia el propio Muley le dejaría su legitimidad y sus derechos al trono. Muley Hacen murió pidiendo que se le enterrara en el lugar más alto posible para estar cerca del cielo y lejos de los hombres. Según una crónica fue sepultado en el pico Mulhacén donde sus restos han sido buscados hasta ahora sin éxito.
La maldición de Muley Hacén no acabaría con su muerte. La mujer por la que se enfrentó a su mujer y su hijo y se acabaría desatando la guerra que precipitó la pérdida del reino, le acabó traicionando también. Su segunda esposa Zoraida renegó de su fe musulmana y volvió al cristianismo. Además, los dos hijos que tuvo con ella también volvieron a la fe de su madre.
Su hijo Boabdil moriría en el exilio de Fez, luchando para el rey de Marruecos, extinguiéndose el linaje de la familia real nazarí.
El Zagal, que también fue partícipe de la masacre, no tuvo mejor suerte. Después de suceder a su hermano debió de luchar contra su sobrino Boabdil y contra los Reyes Católicos. El Zagal finalmente vendió sus dominios a los Reyes Católicos y se exilió en Marruecos. Allí no pudo disfrutar de sus riquezas después de que el Sultán marroquí le dejara ciego y le arrebatara sus bienes, muriendo en la pobreza.
Esta es la triste historia de los abencerrajes y de sus enemigos.
En el siglo XV —el último siglo de existencia del reino nazarí de Granada— hubo numerosas luchas internas por detentar el poder. El reino había ido acumulando refugiados musulmanes procedentes de los territorios perdidos frente a los cristianos, por lo que estaba superpoblado; también existía el mal ambiente propio de un reino que llevaba mucho tiempo pagando parias (tributos) a los reinos cristianos para que no les atacasen. En ese contexto de decadencia, uno de los dos clanes más importantes era el de los abencerrajes (que en árabe quiere decir “hijos del sillero”) unos guerreros provenientes del norte de África que habían tenido cierto protagonismo en las luchas con los cristianos. La vinculación de este clan con algunos sultanes nazarís llegó a ser muy estrecha y algunos de ellos se convertirían en tropas de elite y guardia personal de los sultanes. Los abencerrajes llegaron a poseer un palacio propio dentro del recinto fortificado de La Alhambra.
En el año 1444 Mohamed “El cojo” consiguió destronar a su tío y convertirse en sultán de Granada. A partir de ese momento el nuevo sultán se dedicó a perseguir a quienes consideraba sus enemigos. Unos de ellos fueron los abencerrajes, que se acabaron refugiando en su fortaleza de Montefrío. Desde allí entraron en contacto con su antiguo enemigo: el rey Juan II de Castilla. Con la ayuda del rey castellano los abencerrajes atacaron a “El cojo” por diversos medios. Finalmente, en 1453 el sultán declaró que estaba dispuesto a dejar el poder; alegó estar cansado, enfermo y sin voluntad de seguir luchando contra una resistencia tan tenaz.
El día previsto para la abdicación de “El Cojo”, sus dos hiijos Muley Hacén y el Zagal llamaron a los principales miembros del clan de los abencerrajes para que vieran a su padre personalmente y proceder a la abdicación delante de todos.
Uno a uno, los convocados fueron invitados a entrar en el palacio. Una vez en el interior, los abencerrajes fueron inmovilizados y amordazados por la guardia de esclavos negros del sultán; tras ser alineados en el suelo los 36 principales abencerrajes, fueron torturados.
Finalmente serían arrastrados hasta una pila situada en el centro de la sala donde serían degollados uno a uno a la vista de los demás. En el palacio de La Alhambra hay una estancia llamada “Sala de los Abencerrajes” en recuerdo de ese episodio.
Hay granadinos que vienen sosteniendo que el tono rojizo de esa pila se debe a una fuerza extrasensorial que replica la sangre de los que allí murieron degollados hace más de cinco siglos.
También hay quien piensa que a raíz de la matanza, Muley Hacén quedó maldito. Las catástrofes que rodearon el resto de su vida desafían cualquier vaticinio, por muy negativo que éste hubiera sido. En los años siguientes se produjo la historia pasional de su enamoramiento de la cristiana Isabel Solis y de su enfrentamiento con su esposa y su hijo. Después acabaría siendo destronado por su propio hijo y, además, su hermano el Zagal también trataría de arrebatarle el poder, aunque en última instancia el propio Muley le dejaría su legitimidad y sus derechos al trono. Muley Hacen murió pidiendo que se le enterrara en el lugar más alto posible para estar cerca del cielo y lejos de los hombres. Según una crónica fue sepultado en el pico Mulhacén donde sus restos han sido buscados hasta ahora sin éxito.
La maldición de Muley Hacén no acabaría con su muerte. La mujer por la que se enfrentó a su mujer y su hijo y se acabaría desatando la guerra que precipitó la pérdida del reino, le acabó traicionando también. Su segunda esposa Zoraida renegó de su fe musulmana y volvió al cristianismo. Además, los dos hijos que tuvo con ella también volvieron a la fe de su madre.
Su hijo Boabdil moriría en el exilio de Fez, luchando para el rey de Marruecos, extinguiéndose el linaje de la familia real nazarí.
El Zagal, que también fue partícipe de la masacre, no tuvo mejor suerte. Después de suceder a su hermano debió de luchar contra su sobrino Boabdil y contra los Reyes Católicos. El Zagal finalmente vendió sus dominios a los Reyes Católicos y se exilió en Marruecos. Allí no pudo disfrutar de sus riquezas después de que el Sultán marroquí le dejara ciego y le arrebatara sus bienes, muriendo en la pobreza.
Esta es la triste historia de los abencerrajes y de sus enemigos.