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PEDRO MARTINEZ: El niño Manuelito...

El niño Manuelito

A Manuelito le encantaba jugar con los demás niños pastores de Belén. Y de vez en cuando ayudaba a su padre con las ovejas. Su familia vivía gracias a la lana de estos animales. Todas las primaveras, la vendían en los puestos del mercado.
Una noche, Manuelito vio en el cielo una estrella especial: era más grande y brillante que el resto. Ese día, estaba jugando con sus amigos pastores, y les preguntó:

– ¿Habéis visto esa estrella? ¿Por qué luce tanto?

– ¿No lo sabes? Unos ángeles acaban de anunciar que ha nacido el niño Dios. Vamos a ir a verle, y le llevaremos regalos. Yo le voy a llevar queso.

– ¿El niño Dios?- preguntó Manuelito-. ¿Dónde está? ¡Yo quiero ir a verle!

– Dicen que está en el pesebre del albergue – contestó el pastor-, y que al pobre solo pueden arroparle con la paja del granero. Pero Manuelito, ¿y tú qué regalo vas a llevarle? Si tu familia es muy pobre. ¡No tienes nada!
Manuelito se entristeció. Su amigo tenía razón: su familia era tan pobre que no tenía nada para el niño Jesús. Pero de pronto, se le ocurrió algo.
Su amigo había dicho que el niño Jesús no tenía nada para arroparse… Su padre le había enseñado a esquilar ovejas. Así que se sentía capaz de hacerlo sin su ayuda. Y sin que nadie le viera, se acercó a las ovejas de su padre con unas tijeras de esquilar y les cortó toda la lana que pudo. Las pobres ovejas tiritaban de frío, pero Manuelito sonreía y se sentía muy pero que muy feliz.

– Eh, ovejitas, ¡mirad la manta tan hermosa que le voy a hacer al niño Jesús con vuestra lana!

Y Manuelito, que también había aprendido de su madre a hilar la lana, comenzó a tejer una preciosa manta. Cuando terminó, sus padres le encontraron ya con la manta en las manos. Miraron las ovejas y descubrieron lo que acababa de pasar.

– ¡Pero Manuelito, hijo mío! ¿Qué has hecho?- dijo llorando su madre-. ¿Cómo le has quitado la lana a las ovejas en pleno invierno? Se morirán de frío y no tendremos nada que vender en primavera.

– Mamá, es para el niño Jesús. Está desnudo- contestó Manuelito decidido.

El padre de Manuelito, al ver aquello, se enfadó muchísimo.

– ¡Manuelito, sal de esta casa ahora mismo! ¡No quiero ni verte! ¡Y estarás castigado durante una semana entera sin jugar con tus amigos!

El pequeño Manuelito estaba muy, pero que muy triste. Le dolía en el alma ver a su madre llorar y a su padre tan enfadado. Pero no sabía que iba a ser tan malo tejer una manta para el niño Jesús. Ya en la calle, fue a buscar a sus ovejas y se fue con la manta hacia el pesebre del albergue.

– Vamos, ovejitas, vayamos a conocer al niño Jesús. Total, ya estoy castigado y no puedo entrar en casa.

Y Manuelito se fue caminando por la nieve hacia el portal de Belén, con sus ovejas tiritando de frío y el corazón apenado por lo que acababa de pasar.
Cuando ya estaba a mitad de camino, los padres de Manuelito pensaron que tal vez habían sido demasiado duros con él, y fueron a buscarle. Unos pastores le indicaron por dónde se había ido. La madre de Manuelito estaba muy asustada y quería encontrarle cuanto antes.
Manuelito siguió la estela de la brillante estrella y de los pastores que iban cargados de regalos para el recién nacido. El pequeño seguía triste, sus ovejas sentían mucho frío y él tenía las manos y los pies congelados por la nieve.
El pequeño, después de mucho andar, por fin llegó al pesebre. El portal estaba lleno de personas y muchos niños que querían conocer al niño Dios. También pudo ver la imponente figura de tres reyes de Oriente, muy altos y vestidos con lujosas ropas bordadas en oro.
Manuelito pidió que le dejaran pasar, pero apenas tenía espacio. Entonces, escuchó llorar al pequeño Jesús, y la dulce voz de su madre que decía:

– No te preocupes, mi niño, es una espina. Se te ha clavado en el pie por culpa de la paja… Yo te ayudaré a sacarla.
Manuelito entonces sintió un dolor intenso al escuchar el llanto del pequeño. Le debía doler mucho esa espina. Así que, con determinación, apartó a todos y consiguió llegar hasta la primera fila. Se quitó un zapato, se clavó una espina en el pie y dijo:

– Mira, Jesús, yo también tengo una espina clavada en el pie. Ten mi zapato, te lo regalo. Y esta manta, para que no pases frío. La he tejido con la lana de las ovejas de mis padres, ¿sabes? Es muy buena lana. Vas a estar muy abrigadito, y no te clavarás más espinas.
Y entonces sucedió algo increíble: Jesús de pronto dejó de llorar, miró a Manuelito, que estaba con el pie extendido y una enorme espina clavada en el dedo gordo, y sonrió. Su rostro se iluminó tanto o más que la estrella que anunciaba a todos el lugar en donde se encontraba.
El niño Dios miró entonces las ovejas de Manuelito, que tiritaban de frío al estar peladas. Y se obró el milagro: nadie sabe cómo, pero de pronto una luz cegadora envolvió a las ovejas de Manuelito, y todas ellas recobraron su lana. Una lana sedosa, espesa y de una calidad fabulosa.
Todos miraron al niño Dios, y se arrodillaron. Y en ese momento llegaron los padres de Manuelito, a los que todos contaron lo que acababa de pasar.

Los padres de Manuelito abrazaron a su hijo, le pidieron perdón y se quedaron un rato adorando al niño Dios.