‘La abeja haragana’
Había una vez una colmena llenita de laboriosas abejas. Bueno, todas, menos una. De entre todas ellas, había una abejita haragana, a la que le gustaba ir de flor en flor pero que regresaba cada día con las patitas vacías. La miel que recolectaba, se la comía por el camino. Y a pesar de pasar todos los días fuera entre las flores, no llevaba nada de miel a la colmena.
Las abejas guardianas de la colmena, que eran viejas y muy observadoras, se dieron cuenta de que nunca regresaba con miel para las abejas recién nacidas y para acumularla como alimento para el invierno. Y un día, la pararon en la puerta antes de entrar en la colmena:
– Amiga abeja… Te hemos observado muchos días y nunca llegas con miel. Siempre regresas con las patas vacías… Y ya sabes que todas debemos trabajar. Eres una abeja haragana y debes cambiar. Esta es nuestra primera advertencia. Puedes pasar, pero mañana debes trabajar.
– Si yo me canso mucho volando…
– No se trata de cansarse, sino de trabajar y cumplir con tus tareas. Mañana puedes cansarte pero de trabajar.
Sin embargo, al día siguiente, la abeja regresó de nuevo con las patas vacías.
– Otra vez volviste sin miel… Esta es una segunda advertencia- le dijo uno de los guardianes- Mañana mismo debes trabajar y traer miel.
– Lo haré uno de estos días…
– No se trata de hacerlo uno de estos días, sino mañana.
Y diciendo esto, la dejaron entrar. Pero de nuevo volvió un día más a la colmena sin miel…
– Esta es nuestra tercera y última advertencia, amiga… Hoy es día 19 y mañana es 20. El día 20 debes volver con miel a la colmena.
– Sí, sí, si ya me acuerdo de lo que prometí…
– No se trata de que te acuerdes, sino de que lo hagas.
Pero una vez más, el día 20, la abeja haragana regresó sin miel. Ese día hacía más frío y comenzó a levantarse mucho viento. Y ese día las abejas guardianas no dejaron entrar a la abejita haragana.
– ¡Dejadme pasar! ¡Hace mucho frío!
– Te advertimos y ya no puedes entrar. No trajiste miel. Esta colmena calentita es solo para las abejas que trabajan.
– ¡Pero me moriré de frío aquí fuera!
– No morirás- dijo la abeja guardiana, al tiempo que le daba empujones para que permaneciera fuera de la colmena.
Y así fue cómo la abeja haragana tuvo que buscarse un refugio, entre hojas mojadas y enormes palos que a ella le parecían montañas.
El viento soplaba muy fuerte y la abejita tenía las alas moradas por el frío. Intentó volver a la colmena, pero no le dejaron entrar. Desesperada, al ver que iba a llover, comenzó a volar a la deriva, hasta que de pronto se metió sin querer en el agujero del tronco de un árbol. Cayó por aquel lugar hasta la ‘cueva’ de una víbora.
– ¡Oh, no!- dijo asustada la abeja, pues sabía que las serpientes comen abejas, y al ver a aquella víbora verde y naranja pensó que era el final de sus días.
– Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí?- dijo la serpiente- ¿Cómo has llegado hasta aquí? No debes de ser muy trabajadora para no estar con este tiempo en la colmena… Casi mejor que libre a las de tu especie de alguien así. Las abejas deben trabajar…
– No, espera- dijo la abeja para ganar tiempo- ¿Y tú por qué vas a comerme? ¿Te crees más inteligente que yo? Solo lo haces por ser más fuerte.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Acaso no crees que sea más inteligente? Está bien, te pondré a prueba… Las dos tenemos que demostrar una habilidad. Quien muestre la más extraordinaria, ganará… Si gano yo, te como. Si ganas tú, podrás pasar la noche aquí conmigo sin que te coma. Y esto es una promesa.
– Está bien, me fío de ti- dijo la abeja mientras observaba la cueva.
Entonces se fijó en que había una pequeña planta contra la pared y la reconoció enseguida.
– Empiezo yo- dijo la serpiente– Soy capaz de hacer bailar unas campanitas de eucaliptus solo moviendo mi cola…
Entonces, agarró con la cola unas hojas de eucaliptus que tenía cerca, y empezó a moverlas de tal forma que sus vainas parecían bailar. La abeja se quedó impresionada. Desde luego, eso no es algo que pudiera hacer ella. Al ver su cara, la serpiente pensó que iba a ganar. Ya se relamía…
– Tu turno, abejita- le dijo con sorna.
– Está bien- respondió ella- Te demostraré que soy capaz de desaparecer de tu vista en tres segundos.
– ¿Cómo? ¿Sin salir de aquí?
– Sin salir y sin meterme debajo de la tierra.
– ¡Eso no lo puedes hacer! ¡Demuéstramelo!
– Lo haré. Date la vuelta y cuenta hasta tres…
La serpiente obedeció y al llegar a tres, comprobó con asombro que la abeja haragana había desaparecido. Entonces comenzó a buscarla por todas partes y después de un buen rato, desesperada, se dio por vencida.
– ¿Dónde estás!- dijo sorprendida- ¡Ganaste la apuesta, ya puedes salir!
– ¿Y no me comerás?- se oyó decir a una vocecita.
– Claro que no, lo prometí.
Entonces, la abeja haragana salió de la hoja enroscada de la plantita que había en la cueva. Se trataba de una planta ‘sensitiva’, que cerraba sus hojas al notar cualquier contacto. La serpiente no lo sabía…
– Ganaste, abejita. Has sido muy astuta, así que podrás quedarte aquí conmigo esta noche.
Entonces comenzó a llover fuera con mucha fuerza, y la abeja no tuvo otra que quedarse allí en el tronco con la serpiente, a pesar de estar muerta de miedo, ya que no estaba muy segura de que la víbora cumpliera su promesa. De hecho, de vez en cuando le recordaba lo que prometió, pues la serpiente, que comenzaba a tener hambre, la miraba con ojos codiciosos…
Jamás pasó tanto miedo la abeja. Y en cuanto amaneció, salió zumbando a toda velocidad hacia la colmena, con la esperanza de que le dejaran pasar. Para su sorpresa, al llegar, las abejas guardianas no le impidieron el paso:
– Sabemos que hoy eres otra, abejita. Ninguna abeja que pase una noche fuera de la colmena lo sería.
Y estaban en lo cierto. Desde aquel mismo día, la abeja dejó de ser haragana, para convertirse en la abeja más trabajadora de la colmena. El esfuerzo del trabajo bien merecía la pena a cambio de un lugar seguro y caliente en la colmena.
A partir de entonces, intentó contar su historia con la lección aprendida al resto de abejas, y a las más pequeñas, para que se dieran cuenta de que es el esfuerzo del trabajo en realidad, y no la inteligencia o la suerte. la que nos brinda un cómodo futuro.
Había una vez una colmena llenita de laboriosas abejas. Bueno, todas, menos una. De entre todas ellas, había una abejita haragana, a la que le gustaba ir de flor en flor pero que regresaba cada día con las patitas vacías. La miel que recolectaba, se la comía por el camino. Y a pesar de pasar todos los días fuera entre las flores, no llevaba nada de miel a la colmena.
Las abejas guardianas de la colmena, que eran viejas y muy observadoras, se dieron cuenta de que nunca regresaba con miel para las abejas recién nacidas y para acumularla como alimento para el invierno. Y un día, la pararon en la puerta antes de entrar en la colmena:
– Amiga abeja… Te hemos observado muchos días y nunca llegas con miel. Siempre regresas con las patas vacías… Y ya sabes que todas debemos trabajar. Eres una abeja haragana y debes cambiar. Esta es nuestra primera advertencia. Puedes pasar, pero mañana debes trabajar.
– Si yo me canso mucho volando…
– No se trata de cansarse, sino de trabajar y cumplir con tus tareas. Mañana puedes cansarte pero de trabajar.
Sin embargo, al día siguiente, la abeja regresó de nuevo con las patas vacías.
– Otra vez volviste sin miel… Esta es una segunda advertencia- le dijo uno de los guardianes- Mañana mismo debes trabajar y traer miel.
– Lo haré uno de estos días…
– No se trata de hacerlo uno de estos días, sino mañana.
Y diciendo esto, la dejaron entrar. Pero de nuevo volvió un día más a la colmena sin miel…
– Esta es nuestra tercera y última advertencia, amiga… Hoy es día 19 y mañana es 20. El día 20 debes volver con miel a la colmena.
– Sí, sí, si ya me acuerdo de lo que prometí…
– No se trata de que te acuerdes, sino de que lo hagas.
Pero una vez más, el día 20, la abeja haragana regresó sin miel. Ese día hacía más frío y comenzó a levantarse mucho viento. Y ese día las abejas guardianas no dejaron entrar a la abejita haragana.
– ¡Dejadme pasar! ¡Hace mucho frío!
– Te advertimos y ya no puedes entrar. No trajiste miel. Esta colmena calentita es solo para las abejas que trabajan.
– ¡Pero me moriré de frío aquí fuera!
– No morirás- dijo la abeja guardiana, al tiempo que le daba empujones para que permaneciera fuera de la colmena.
Y así fue cómo la abeja haragana tuvo que buscarse un refugio, entre hojas mojadas y enormes palos que a ella le parecían montañas.
El viento soplaba muy fuerte y la abejita tenía las alas moradas por el frío. Intentó volver a la colmena, pero no le dejaron entrar. Desesperada, al ver que iba a llover, comenzó a volar a la deriva, hasta que de pronto se metió sin querer en el agujero del tronco de un árbol. Cayó por aquel lugar hasta la ‘cueva’ de una víbora.
– ¡Oh, no!- dijo asustada la abeja, pues sabía que las serpientes comen abejas, y al ver a aquella víbora verde y naranja pensó que era el final de sus días.
– Vaya, vaya… ¿qué tenemos aquí?- dijo la serpiente- ¿Cómo has llegado hasta aquí? No debes de ser muy trabajadora para no estar con este tiempo en la colmena… Casi mejor que libre a las de tu especie de alguien así. Las abejas deben trabajar…
– No, espera- dijo la abeja para ganar tiempo- ¿Y tú por qué vas a comerme? ¿Te crees más inteligente que yo? Solo lo haces por ser más fuerte.
– ¡Ja, ja, ja! ¿Acaso no crees que sea más inteligente? Está bien, te pondré a prueba… Las dos tenemos que demostrar una habilidad. Quien muestre la más extraordinaria, ganará… Si gano yo, te como. Si ganas tú, podrás pasar la noche aquí conmigo sin que te coma. Y esto es una promesa.
– Está bien, me fío de ti- dijo la abeja mientras observaba la cueva.
Entonces se fijó en que había una pequeña planta contra la pared y la reconoció enseguida.
– Empiezo yo- dijo la serpiente– Soy capaz de hacer bailar unas campanitas de eucaliptus solo moviendo mi cola…
Entonces, agarró con la cola unas hojas de eucaliptus que tenía cerca, y empezó a moverlas de tal forma que sus vainas parecían bailar. La abeja se quedó impresionada. Desde luego, eso no es algo que pudiera hacer ella. Al ver su cara, la serpiente pensó que iba a ganar. Ya se relamía…
– Tu turno, abejita- le dijo con sorna.
– Está bien- respondió ella- Te demostraré que soy capaz de desaparecer de tu vista en tres segundos.
– ¿Cómo? ¿Sin salir de aquí?
– Sin salir y sin meterme debajo de la tierra.
– ¡Eso no lo puedes hacer! ¡Demuéstramelo!
– Lo haré. Date la vuelta y cuenta hasta tres…
La serpiente obedeció y al llegar a tres, comprobó con asombro que la abeja haragana había desaparecido. Entonces comenzó a buscarla por todas partes y después de un buen rato, desesperada, se dio por vencida.
– ¿Dónde estás!- dijo sorprendida- ¡Ganaste la apuesta, ya puedes salir!
– ¿Y no me comerás?- se oyó decir a una vocecita.
– Claro que no, lo prometí.
Entonces, la abeja haragana salió de la hoja enroscada de la plantita que había en la cueva. Se trataba de una planta ‘sensitiva’, que cerraba sus hojas al notar cualquier contacto. La serpiente no lo sabía…
– Ganaste, abejita. Has sido muy astuta, así que podrás quedarte aquí conmigo esta noche.
Entonces comenzó a llover fuera con mucha fuerza, y la abeja no tuvo otra que quedarse allí en el tronco con la serpiente, a pesar de estar muerta de miedo, ya que no estaba muy segura de que la víbora cumpliera su promesa. De hecho, de vez en cuando le recordaba lo que prometió, pues la serpiente, que comenzaba a tener hambre, la miraba con ojos codiciosos…
Jamás pasó tanto miedo la abeja. Y en cuanto amaneció, salió zumbando a toda velocidad hacia la colmena, con la esperanza de que le dejaran pasar. Para su sorpresa, al llegar, las abejas guardianas no le impidieron el paso:
– Sabemos que hoy eres otra, abejita. Ninguna abeja que pase una noche fuera de la colmena lo sería.
Y estaban en lo cierto. Desde aquel mismo día, la abeja dejó de ser haragana, para convertirse en la abeja más trabajadora de la colmena. El esfuerzo del trabajo bien merecía la pena a cambio de un lugar seguro y caliente en la colmena.
A partir de entonces, intentó contar su historia con la lección aprendida al resto de abejas, y a las más pequeñas, para que se dieran cuenta de que es el esfuerzo del trabajo en realidad, y no la inteligencia o la suerte. la que nos brinda un cómodo futuro.