La leyenda africana ‘Las lágrimas del guepardo
Cuenta una leyenda zulú que hace mucho tiempo, los guepardos, los mejores cazadores entre los animales, eran respetados por los hombres. De tal forma que ningún humano interfería en su camino ni por supuesto, intentaba cazarlo.
Pero un día, un cazador muy perezoso, entró en la sabana, se dejó caer bajo la sombra de un baobab y decidió contemplar a los animales.
– ‘ ¡Uf!- dijo para sí el cazador– ‘No me apetece nada cazar hoy… ¡estoy muy cansado!’
De pronto, vio pasar a un grupo de gacelas, pero las dejó pasar, porque no quería hacer ningún esfuerzo. Y se fijó que muy cerca observaba todo un guepardo. El animal era tan sigiloso y tan rápido, que no tuvo ningún problema en hacerse con una de las gacelas, que se había quedado rezagada.
El cazador vio cómo el guepardo se adentraba en una zona de matorrales. Le siguió y aún desde lejos, vio que ofrecía la carne de la gacela a tres crías de guepardo.
– ¡Sin duda, el guepardo es el mejor cazador!- pensó el hombre- Si pudiera tener uno para que cazara por mi…
Y así fue cómo el cazador decidió que lo mejor era hacerse con una de las crías del guepardo. De esta forma, podría domesticarla y enseñarla a cazar para él.
El hombre esperó paciente, hasta que la mamá guepardo salió en busca de más comida. En ese momento, se acercó hasta donde estaban las crías de guepardo. Las miró, pero no pudo decirse por ninguna de ellas, así que al final, decidió llevarse las tres.
Mamá guepardo regresó y al comprobar que no estaban sus hijos, aulló con tanta fuerza y tanto dolor, que los ancianos del poblado más cercanos pudieron escuchar su lamento con total claridad.
El guepardo comenzó a llorar, y su dolor era tan intenso, que las lágrimas que brotaban de sus ojos eran negras. Dejaron un rastro oscuro al caer por su piel.
Los ancianos decidieron acudir al lugar de donde procedían los lamentos. Uno de ellos tenía la habilidad de hablar con los animales, y pudo entender que el guepardo lloraba porque alguien se había llevado a sus cachorros.
Los ancianos, indignados, buscaron por todo el poblado, hasta encontrar al cazador. Ningún humano hasta entonces había roto la ley sagrada de respeto hacia los animales. Solo estaba permitido cazar por necesidad, y usando la habilidad y la fuerza.
Los ancianos recuperaron a los tres cachorros y desterraron de por vida al cazador.
La mamá guepardo se puso muy contenta al ver de nuevo a sus cachorros, pero las lágrimas habían dejado una mancha negra bajo los ojos que quedó ahí para siempre, y que se reprodujo en las siguientes generaciones, como recuerdo de la necesidad de respetar a los hombres las leyes de la Naturaleza.
Cuenta una leyenda zulú que hace mucho tiempo, los guepardos, los mejores cazadores entre los animales, eran respetados por los hombres. De tal forma que ningún humano interfería en su camino ni por supuesto, intentaba cazarlo.
Pero un día, un cazador muy perezoso, entró en la sabana, se dejó caer bajo la sombra de un baobab y decidió contemplar a los animales.
– ‘ ¡Uf!- dijo para sí el cazador– ‘No me apetece nada cazar hoy… ¡estoy muy cansado!’
De pronto, vio pasar a un grupo de gacelas, pero las dejó pasar, porque no quería hacer ningún esfuerzo. Y se fijó que muy cerca observaba todo un guepardo. El animal era tan sigiloso y tan rápido, que no tuvo ningún problema en hacerse con una de las gacelas, que se había quedado rezagada.
El cazador vio cómo el guepardo se adentraba en una zona de matorrales. Le siguió y aún desde lejos, vio que ofrecía la carne de la gacela a tres crías de guepardo.
– ¡Sin duda, el guepardo es el mejor cazador!- pensó el hombre- Si pudiera tener uno para que cazara por mi…
Y así fue cómo el cazador decidió que lo mejor era hacerse con una de las crías del guepardo. De esta forma, podría domesticarla y enseñarla a cazar para él.
El hombre esperó paciente, hasta que la mamá guepardo salió en busca de más comida. En ese momento, se acercó hasta donde estaban las crías de guepardo. Las miró, pero no pudo decirse por ninguna de ellas, así que al final, decidió llevarse las tres.
Mamá guepardo regresó y al comprobar que no estaban sus hijos, aulló con tanta fuerza y tanto dolor, que los ancianos del poblado más cercanos pudieron escuchar su lamento con total claridad.
El guepardo comenzó a llorar, y su dolor era tan intenso, que las lágrimas que brotaban de sus ojos eran negras. Dejaron un rastro oscuro al caer por su piel.
Los ancianos decidieron acudir al lugar de donde procedían los lamentos. Uno de ellos tenía la habilidad de hablar con los animales, y pudo entender que el guepardo lloraba porque alguien se había llevado a sus cachorros.
Los ancianos, indignados, buscaron por todo el poblado, hasta encontrar al cazador. Ningún humano hasta entonces había roto la ley sagrada de respeto hacia los animales. Solo estaba permitido cazar por necesidad, y usando la habilidad y la fuerza.
Los ancianos recuperaron a los tres cachorros y desterraron de por vida al cazador.
La mamá guepardo se puso muy contenta al ver de nuevo a sus cachorros, pero las lágrimas habían dejado una mancha negra bajo los ojos que quedó ahí para siempre, y que se reprodujo en las siguientes generaciones, como recuerdo de la necesidad de respetar a los hombres las leyes de la Naturaleza.