PEDRO MARTINEZ: Teseo y el Minotauro’, una historia de la mitología...

Teseo y el Minotauro’, una historia de la mitología griega

Cuentan que hace mucho tiempo, habitaba en la isla griega de Creta un terrible monstruo, que tenía cuerpo de hombre y cabeza de toro. Era hijo de la reina de Creta y de un toro blanco.

Para esconder a aquel monstruo, habían mandado construir en la isla un laberinto oscuro y tortuoso, del que el nunca podría salir.

El monstruo, al que llamaban debido a su aspecto Minotauro, tenía atemorizados a todos los habitantes de Creta. Para apaciguar su ira, le entregaban de vez en cuando hombres y mujeres en sacrificio.

Fueron muchos los que intentaron acabar con aquel monstruo, pero ninguno logró salir de aquel laberinto con vida. Hasta que un valiente soldado, el príncipe de Atenas, se presentó voluntario como sacrificio a la bestia, pero con la intención secreta de terminar con el Minotauro. El nombre de aquel valiente joven era Teseo.

Teseo acudió con sus mejores hombres a Creta, y visitó al rey Minos para ofrecerse:

– Majestad, soy Teseo, príncipe de Atenas. Vengo para prestarme en sacrificio ante el Minotauro, en lugar de algún otro joven.

Junto al rey de Creta estaba en ese momento su hija, Ariadna, a la que le encantaba tejer. Deslumbrada por la valentía y carácter decidido del joven, se enamoró al instante de él y, ya cuando se iba, se acercó y le dijo:

– Teseo, lo más difícil no es matar al monstruo, sino salir del laberinto. Muchos se perdieron en él y ni siquiera consiguieron llegar hasta la guarida del Minotauro. Pero tengo una idea: he preparado un ovillo de lana muy fuerte para que no pueda romperse. Úsalo para marcar el camino por el que andas.

Teseo se quedó asombrado ante una idea tan buena, y tomó el ovillo entre sus manos:

– Sin duda, eres la mujer más inteligente que conozco. Haré lo que me dices, Ariadna.

Teseo y sus hombres se dirigieron hacia el laberinto del Minotauro. Una vez en la entrada, uno de los soldados se encargó de sostener con fuerza el extremo de la lana del ovillo. Teseo entraría solo para acabar con el monstruo. Se metió el ovillo en el bolsillo y comenzó a andar. Gracias a la lana, consiguió orientarse y no volver a pasar por el mismo camino. El laberinto era oscuro y húmedo, y a penas podía caminar por él palpando las paredes.

Alumbrado por su pequeña antorcha, la apagó al escuchar más cerca los bufidos del monstruo. Entonces, comenzó a cercarse más despacio, sin perder ni un momento su ovillo de lana. Y al llegar al lugar en donde se encontraba el gigantesco monstruo, lo encontró durmiendo.

Teseo no perdió ni un segundo: se abalanzó hacia él y consiguió matarle, no sin antes tener que librar una terrible batalla.

Sus hombres escuchaban desde la entrada los gemidos y gritos, y no sabían qué pensar. De pronto, el silencio volvió a reinar aquel terrorífico lugar, y los soldados comenzaron a temer lo peor, hasta que un tirón del hilo les devolvió la esperanza.

Después de unos agónicos minutos de espera, Teseo apareció por la puerta, resplandeciente de emoción, ensangrentado pero feliz:

– ¡He acabado con el monstruo!- dijo orgulloso.

Teseo y sus hombres regresaron victoriosos a Atenas.