La leyenda del canguro
Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr.
Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer.
Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.
El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle.
El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones. Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles!
La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar, decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar allí hasta el amanecer.
El pobre canguro sabía que tenía que salir de su escondite porque en cuanto aparecieran los primeros rayos de sol, el cazador retomaría su búsqueda y al final, caería en sus redes. Había aprendido que correr no le había servido de nada, así que lo mejor, sería intentar huir despacito, sin hacer ruido. Se le ocurrió levantar las patas delanteras y se fue alejando en absoluto silencio, caminando de puntillas con las dos patas de atrás.
Cuando estuvo bien lejos del peligro, se dio cuenta que de esta manera le había resultado muy fácil escabullirse. Caminar sobre las patas traseras era genial, pero ¿y qué tal si probaba a saltar? Lo intentó y al principio, cada vez que daba un brinco, se caía de culo, pero sabía que era cuestión de práctica y con tesón consiguió que sus saltos fueran grandes y precisos.
¡Se sintió maravillosamente bien! A partir de ahora, podría escapar de cualquiera que intentara hacerle daño. Ningún hombre, por rápido que fuera, podría compararse a un experto canguro saltarín como él.
Regresó a la llanura muy contento y contó a las familias de canguros lo que había descubierto. Siguiendo sus consejos, todos se pusieron a ensayar para lograr un mecanismo perfecto de salto.
¡La iniciativa tuvo muchísimo éxito! Poco a poco, los canguros de toda Australia dejaron de utilizar las patas delanteras para caminar. Con el tiempo, su cuerpo fue evolucionando y se volvieron más cortitas, mientras que las traseras se hicieron fuertes y elásticas como muelles.
Hoy en día, los canguros han perfeccionado tanto el sistema de salto, que son capaces de recorrer grandes distancias a velocidades de hasta 70 kilómetros por hora. Increíble ¿verdad?
Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr.
Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer.
Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar.
El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle.
El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones. Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles!
La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar, decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar allí hasta el amanecer.
El pobre canguro sabía que tenía que salir de su escondite porque en cuanto aparecieran los primeros rayos de sol, el cazador retomaría su búsqueda y al final, caería en sus redes. Había aprendido que correr no le había servido de nada, así que lo mejor, sería intentar huir despacito, sin hacer ruido. Se le ocurrió levantar las patas delanteras y se fue alejando en absoluto silencio, caminando de puntillas con las dos patas de atrás.
Cuando estuvo bien lejos del peligro, se dio cuenta que de esta manera le había resultado muy fácil escabullirse. Caminar sobre las patas traseras era genial, pero ¿y qué tal si probaba a saltar? Lo intentó y al principio, cada vez que daba un brinco, se caía de culo, pero sabía que era cuestión de práctica y con tesón consiguió que sus saltos fueran grandes y precisos.
¡Se sintió maravillosamente bien! A partir de ahora, podría escapar de cualquiera que intentara hacerle daño. Ningún hombre, por rápido que fuera, podría compararse a un experto canguro saltarín como él.
Regresó a la llanura muy contento y contó a las familias de canguros lo que había descubierto. Siguiendo sus consejos, todos se pusieron a ensayar para lograr un mecanismo perfecto de salto.
¡La iniciativa tuvo muchísimo éxito! Poco a poco, los canguros de toda Australia dejaron de utilizar las patas delanteras para caminar. Con el tiempo, su cuerpo fue evolucionando y se volvieron más cortitas, mientras que las traseras se hicieron fuertes y elásticas como muelles.
Hoy en día, los canguros han perfeccionado tanto el sistema de salto, que son capaces de recorrer grandes distancias a velocidades de hasta 70 kilómetros por hora. Increíble ¿verdad?