El burro que cruzó el charco
Era en realidad un viejo burro que jamás antes había hecho nada de particular más que cargar a sus espaldas lo que los demás no podían llevar.
Con orejeras de burro para no despistarse por el camino. Cuando creía que sus últimos días de trabajo estaban cerca y el ansiado descanso no tardaría en llegar, encontró un papelito caído del pico de una paloma mensajera. Su vida, estaba a punto de cambiar…
El viejo burro se puso las gafas para ver qué decía el mensaje, aún sin darse cuenta que el mayor problema no era su mala vista sino el hecho de no haber aprendido nunca a leer. Pero como no le avergonzaba que se supiera, pidió ayuda entonces a un perro que pasaba conduciendo un rebaño de ovejas.
– “ ¿Me puedes leer qué dice este mensaje, amigo?” -le preguntó.
El perro, demasiado ocupado en que no se le descarriaran sus ovejas, lo leyó de un tirón y luego le dijo:
– “ ¡Bah ¡… ¡Imposible!… Hay que llevar un encargo demasiado grande y a la Pampa Argentina…”
A lo de ‘demasiado grande’ no le dio importancia, siendo como era él, un burro de carga, pero lo de la Pampa Argentina le llenó de curiosidad.
– “ ¿Argentina? ¿Está eso muy lejos?” -preguntó el burro.
– “ ¿Argentinnnaaaa? ¿Dónde va a estar? Casi nada… ¡Está al otro lado del charco!” -exclamó el perro pastor mientras se alejaba corriendo detrás de una oveja.
El burro, quedó extrañado que, con lo fácil que parecía el cometido. Y siendo aquel un can tan hábil y adiestrado, se fuese tan apresurado sin prestar más atención al caso.
Así que esperó pacientemente a que pasara alguien más a quien preguntar. Pero, por raro que parezca, a todos los que preguntaba, aquello de ‘cruzar un charco con un carga a cuestas’ les parecía una barbaridad.
Y mientras volvía a casa, se atrevió a molestar a cuatro pajarracos que estaban encaramados en un árbol, porque a todas éstas aún nadie le había dicho qué era lo que se tenía que enviar.
– “Perdonen que les moleste, ¿saben qué es exactamente lo que piden al otro lado del charco?”
Las urracas se abalanzaron a picotear el trocito de papel y con tanto alboroto y chismorreo, el burro sólo alcanzaba a entender algunas palabras y frases entrecortadas de unas y otras.
Pero tuvo la genial ocurrencia de irlas memorizando para ver si podía componer luego alguna frase entera que fuese de provecho.
Y así fue una vez, y otra, repitiendo sin cesar, lo que había oído a las urracas mencionar:
’por el amor de Dios’, ‘un viaje demasiado largo y pesado’, ‘serpientes marinas’, ‘por el amor de Dios’, ‘ peligro constante’, ‘pulpos gigantes’, ‘por el amor de Dios’, ‘gran oleaje y corrientes marinas’ ‘tendría que ser uno muy joven y fuerte’, ‘bancos de peces’, ‘es de locos,’ ‘por el amor de Dios’.
Muchas otras palabras quedaron en el olvido, pero estaba convencido que con aquellas quedaba todo más que claro. Pero como de geografía, como de casi todo, más bien sabía poco, no atinó a pensar que al Océano Atlántico la gente le llama charco… y cuando la paloma mensajera volvió atolondrada por haber perdido el remedio para la enfermedad de sus hijos, el burro no pudo más que ofrecerse él mismo para llevar el voluminoso y pesado encargo… al otro lado del charco.
Aceptó gustosamente, y no por el hecho de estar completamente confundido en todo y no ser consciente de los verdaderos peligros. Ni por ser como todo buen burro un testarudo, sino por haber sólo visto, por llevar las orejas, la verdadera importancia de su cometido.
Y fue así como el viejo burro, cargado hasta los topes y sin saber nadar apenas, se lanzó un día al agua y con sus patas empezó a chapotear.
Empezaba feliz la que ingenuamente pensaba sería una pequeña travesía a nado. Le extrañó enseguida lo grande y profundo que era el charco. Que parecía crecer en lugar de menguar a cada nado, pero no por eso desistió en cumplir su compromiso. Y cuando le sorprendieron las primeras dificultades, recitó y siguió fielmente las sabias instrucciones que le habían dado las urracas.
Recordó el consejo para que el viaje fuera menos largo y pidió ayuda a serpientes marinas para que le fueran señalando la dirección del camino. A cada encuentro con un pulpo gigante, el burro le invitaba a subirse al lomo para ayudarle a sostener mejor la voluminosa carga que con el gran oleaje corría siempre peligro de caerse; y si acaso sucedía, le recogiera los paquetes que se le fueran cayendo para no tener que demorar el viaje.
Descansaba en bancos de peces de tanto en tanto, para recuperar las fuerzas, y cruzaba el gran charco navegando hacia el sur aprovechando las corrientes marinas. Y así, una tras otra, las dificultades se fueron superando a medida que ocurrían.
Aunque era de locos creer que con tanta carga el viaje sería posible o que fueran tantos los que al encontrarle estuvieran dispuestos a prestarle ayuda. Es así como fue, exactamente tal y como le habían anticipado las urracas que sucedería.
Y al llegar a la otra orilla del inmenso charco y ver la gran expectación con la que su proeza era recibida, el viejo burro acertó a entender que todos y cada uno de aquellos que estuvieron allí para ayudarle, lo hicieron por el amor de Dios.
El mismo amor que había envalentonado a una pequeña paloma a buscar ayuda al otro lado del océano. Y que le había empujado a él a coger una carga que nadie veía posible llevar. Porque, quien sabe leer con el corazón reconoce las cosas verdaderamente importantes y da fe, sin dudarlo, a los que dicen que para conseguirlas hay que cruzar sólo un charco.
Era en realidad un viejo burro que jamás antes había hecho nada de particular más que cargar a sus espaldas lo que los demás no podían llevar.
Con orejeras de burro para no despistarse por el camino. Cuando creía que sus últimos días de trabajo estaban cerca y el ansiado descanso no tardaría en llegar, encontró un papelito caído del pico de una paloma mensajera. Su vida, estaba a punto de cambiar…
El viejo burro se puso las gafas para ver qué decía el mensaje, aún sin darse cuenta que el mayor problema no era su mala vista sino el hecho de no haber aprendido nunca a leer. Pero como no le avergonzaba que se supiera, pidió ayuda entonces a un perro que pasaba conduciendo un rebaño de ovejas.
– “ ¿Me puedes leer qué dice este mensaje, amigo?” -le preguntó.
El perro, demasiado ocupado en que no se le descarriaran sus ovejas, lo leyó de un tirón y luego le dijo:
– “ ¡Bah ¡… ¡Imposible!… Hay que llevar un encargo demasiado grande y a la Pampa Argentina…”
A lo de ‘demasiado grande’ no le dio importancia, siendo como era él, un burro de carga, pero lo de la Pampa Argentina le llenó de curiosidad.
– “ ¿Argentina? ¿Está eso muy lejos?” -preguntó el burro.
– “ ¿Argentinnnaaaa? ¿Dónde va a estar? Casi nada… ¡Está al otro lado del charco!” -exclamó el perro pastor mientras se alejaba corriendo detrás de una oveja.
El burro, quedó extrañado que, con lo fácil que parecía el cometido. Y siendo aquel un can tan hábil y adiestrado, se fuese tan apresurado sin prestar más atención al caso.
Así que esperó pacientemente a que pasara alguien más a quien preguntar. Pero, por raro que parezca, a todos los que preguntaba, aquello de ‘cruzar un charco con un carga a cuestas’ les parecía una barbaridad.
Y mientras volvía a casa, se atrevió a molestar a cuatro pajarracos que estaban encaramados en un árbol, porque a todas éstas aún nadie le había dicho qué era lo que se tenía que enviar.
– “Perdonen que les moleste, ¿saben qué es exactamente lo que piden al otro lado del charco?”
Las urracas se abalanzaron a picotear el trocito de papel y con tanto alboroto y chismorreo, el burro sólo alcanzaba a entender algunas palabras y frases entrecortadas de unas y otras.
Pero tuvo la genial ocurrencia de irlas memorizando para ver si podía componer luego alguna frase entera que fuese de provecho.
Y así fue una vez, y otra, repitiendo sin cesar, lo que había oído a las urracas mencionar:
’por el amor de Dios’, ‘un viaje demasiado largo y pesado’, ‘serpientes marinas’, ‘por el amor de Dios’, ‘ peligro constante’, ‘pulpos gigantes’, ‘por el amor de Dios’, ‘gran oleaje y corrientes marinas’ ‘tendría que ser uno muy joven y fuerte’, ‘bancos de peces’, ‘es de locos,’ ‘por el amor de Dios’.
Muchas otras palabras quedaron en el olvido, pero estaba convencido que con aquellas quedaba todo más que claro. Pero como de geografía, como de casi todo, más bien sabía poco, no atinó a pensar que al Océano Atlántico la gente le llama charco… y cuando la paloma mensajera volvió atolondrada por haber perdido el remedio para la enfermedad de sus hijos, el burro no pudo más que ofrecerse él mismo para llevar el voluminoso y pesado encargo… al otro lado del charco.
Aceptó gustosamente, y no por el hecho de estar completamente confundido en todo y no ser consciente de los verdaderos peligros. Ni por ser como todo buen burro un testarudo, sino por haber sólo visto, por llevar las orejas, la verdadera importancia de su cometido.
Y fue así como el viejo burro, cargado hasta los topes y sin saber nadar apenas, se lanzó un día al agua y con sus patas empezó a chapotear.
Empezaba feliz la que ingenuamente pensaba sería una pequeña travesía a nado. Le extrañó enseguida lo grande y profundo que era el charco. Que parecía crecer en lugar de menguar a cada nado, pero no por eso desistió en cumplir su compromiso. Y cuando le sorprendieron las primeras dificultades, recitó y siguió fielmente las sabias instrucciones que le habían dado las urracas.
Recordó el consejo para que el viaje fuera menos largo y pidió ayuda a serpientes marinas para que le fueran señalando la dirección del camino. A cada encuentro con un pulpo gigante, el burro le invitaba a subirse al lomo para ayudarle a sostener mejor la voluminosa carga que con el gran oleaje corría siempre peligro de caerse; y si acaso sucedía, le recogiera los paquetes que se le fueran cayendo para no tener que demorar el viaje.
Descansaba en bancos de peces de tanto en tanto, para recuperar las fuerzas, y cruzaba el gran charco navegando hacia el sur aprovechando las corrientes marinas. Y así, una tras otra, las dificultades se fueron superando a medida que ocurrían.
Aunque era de locos creer que con tanta carga el viaje sería posible o que fueran tantos los que al encontrarle estuvieran dispuestos a prestarle ayuda. Es así como fue, exactamente tal y como le habían anticipado las urracas que sucedería.
Y al llegar a la otra orilla del inmenso charco y ver la gran expectación con la que su proeza era recibida, el viejo burro acertó a entender que todos y cada uno de aquellos que estuvieron allí para ayudarle, lo hicieron por el amor de Dios.
El mismo amor que había envalentonado a una pequeña paloma a buscar ayuda al otro lado del océano. Y que le había empujado a él a coger una carga que nadie veía posible llevar. Porque, quien sabe leer con el corazón reconoce las cosas verdaderamente importantes y da fe, sin dudarlo, a los que dicen que para conseguirlas hay que cruzar sólo un charco.