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PEDRO MARTINEZ: La leyenda del Puente de la amistad....

La leyenda del Puente de la amistad.

Allá muy lejos, justo en el punto donde la imaginación y la verdad se vertían hacia nuestro mundo camufladas como cuentos de hadas, dos cumbres se alzaban.

En cada una de ellas se erguía un reino: Uno era el Reino de las Rosas y el otro era el Reino de las Tréboles. Los habitantes del Reino de las Rosas eran mayormente gentes de cabellos rubios, piel clara como la nata y sus ojos eran del color del océano. Eran muy intelectuales: les gustaban hacer algoritmos y otros cálculos matemáticos, la astronomía y cualquier cosa que tuviera que ver con las ciencias.

Los habitantes del Reino de las Tréboles eran, sin embargo, un poco diferentes a los del reino anterior. Eran gentes de pelo oscuro, piel morena y con ojos del color de la miel. También eran muy inteligentes y además tenían mucho talento para las artes escénicas. Les encantaban sobre todo bailar, cantar, tocar instrumentos y representar obras de teatro. Al principio los dos reinos eran amigos y construyeron un puente que unían las cumbres en las que ambos se alzaban.

Llamaron al puente “Puente de la amistad”. Ambos reinos estaban muy contentos con este puente, ya que gracias a él podían dar a conocer sus productos y su cultura en el reino vecino, así como mantener una agradable amistad con los habitantes de cada uno de los reinos.

Todo iba a las mil maravillas, hasta que un buen día al rey Rosas no se le ocurre otra cosa que decir:

–Los treboleros (habitantes del Reino de los Tréboles) son personas amables y muy divertidas; ¡pero no les gustan las ciencias! ¡Ellos prefieren escuchar música y ver teatro! Así nunca conseguirán ser tan inteligentes como nosotros y su reino siempre será un reino vulgar.–

Desafortunadamente, un mensajero del Reino de las Tréboles escuchó el comentario del rey Rosas y cuando regresó le contó al rey Trébol todo lo que éste había escuchado en el reino vecino.

– ¿Cómo se atreve el muy bellaco?– increpó el rey Trébol, muy enfadado. –Semejante ofensa no quedará sin castigo. –

Esa misma noche, junto con su ejército, el rey Trébol derribó el Puente de la amistad, dejándolo hecho pedazos y destruyendo así la relación entre los reinos.

Los años pasaron; pero la relación entre dichos reinos no mejoró. Se puede decir que incluso empeoró. Muchas personas contaron la historia del enfado entre los reyes; pero claro, cada uno la contaba de manera diferente y al final nadie sabía explicar que pasó en realidad.

Una fresca mañana de verano, Adrián y Paula, se encontraban haciendo sus quehaceres a la orilla de un río que cruzaba los dos reinos. Adrián era un niño del Reino de las Tréboles y pescaba truchas desde la orilla, truchas que después prepararía para comer con su familia.

Y Paula, era una niña del Reino de las Rosas. La pequeña se dedicaba a recoger las flores que crecían junto al río para venderlas con su madre más tarde en el mercado.

Cuando los dos niños se percataron de la presencia del otro se quedaron muy impresionados, ya que ninguno de los dos había conocido antes a nadie del reino de la cumbre de al lado.

–Hola – dijo Adrián, mirando con curiosidad a la niña.

–Hola – respondió Paula, algo cohibida.

Se miraron durante largo rato, hasta que Adrián hizo una pregunta que solo un niño de mente pura e inocente podría hacer:

– ¿Qué te gusta más, la tarta de chocolate o la de fresa con nata? ¡A mí la de chocolate!

– ¡A mí también! ¡Es mi tarta favorita!– dijo Paula con una amplia sonrisa.

Después de esto los dos niños se convirtieron en grandes amigos. Se veían cada día; pero claro, sin decírselo a nadie, ya que en sus respectivos reinos estaba prohibido por ley que fueran amigos.

Con el tiempo los niños fueron descubriendo que tenían muchas cosas en común y que algunas de sus costumbres, aunque fueran diferentes y algo extrañas, eran también curiosas y muy interesantes.

Pero mantener una amistad en secreto era muy pesado. Estaban cansados de contar mentiras a sus familias cada vez que salían de casa para verse. Y además, esas mentiras los hacían sentir muy culpables. Así que tramaron un plan para que sus reinos volvieran a ser amigos.

El plan consistía en que cada uno de los reyes recibiría una invitación (la misma para ambos) para ver una representación en la que supuestamente se aceptaba la superioridad intelectual del otro reino.

Pero en realidad, los niños harían una representación en la que se mostraría a ambos reinos lo mucho que tenían en común. Y para que no hubiera peleas, los niños decidieron que la representación debería hacerse junto al río que cruzaba los reinos, justo al pie de las dos cumbres.

Como era de esperar, ambos reyes aceptaron encantados la invitación. Acudieron al evento vestidos con sus mejores galas y acompañados, claro está, por sus hermosas esposas. Las esposas de los reyes quedaron encantadas con la representación de los niños; pero los reyes al contrario estaban muy decepcionados, ya que en la obra no se decía qué reino era el mejor.

Pero fue al descubrir quienes habían representado la obra cuando su enfado aumentó. Los reyes se disgustaron muchísimo al ver que los niños eran amigos, ya que habían quebrantado la norma más importante en ambos reinos. Los reyes, visiblemente irritados, dieron la velada por finalizada y mandaron apresar a los niños: cada uno volvería a su reino, recibirían un castigo ejemplar y no volverían a verse nunca jamás.

Los niños estaban muy apenados porque su plan no había funcionado y, mientras los guardias los alejaban, ambos lloraron desconsolados.

Las reinas conmovidas por las lágrimas de los niños pararon a los guardias y les ordenaron que los dejaran libres. Los reyes regañaron a sus reinas por su comportamiento; pero estas no se dejaron acobardar:

–Os habéis estado comportado como dos niños de leche durante años– dijo la reina Rosas mirando a su marido a los ojos.

–Estoy de acuerdo con ella – afirmó a su vez la reina Trébol. –Estos niños han demostrado que son más adultos y bondadosos que vosotros dos. Habéis estado enfadados por un comentario que se hizo desde la ignorancia y probablemente sin mala intención. Por el bien de nuestros reinos debemos intentar llevarnos mejor.

Y así fue como los habitantes del Reino de las Rosas y del Reino de las Tréboles volvieron a entablar amistad. Poco a poco fueron descubriendo que en realidad tenían muchas cosas en común y aprendieron mucho los unos de los otros. En pocos meses reconstruyeron el puente que antaño unía sus reinos.

Lo construyeron con materiales más fuertes y sólidos para que, pasase lo que pasase, el puente pudiera perdurar en el tiempo. Como homenaje a los niños que hicieron esto posible, los reyes colocaron una placa en mitad del puente. Si la consigues encontrar esto es lo que leerás:

–El Puente de la amistad: dedicado a Paula y Adrián, dos niños que nos mostraron que las diferencias entre los pueblos son en realidad una oportunidad para aprender algo nuevo, muy interesante y siempre genial.