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PEDRO MARTINEZ: Atrapanieblas....

Atrapanieblas.

En medio de la zona más árida de la Isla de El Hierro apareció un día, de buena mañana, un poco de bruma. Sus gotitas eran tan, tan menudas que apenas nadie alcanzaba a verlas, pero aún así, la neblina bañaba de suave rocío la tierra.

¿Dónde vas?- Le había preguntado aquella mañana el sol al ver que marchaba.

Aquí no me quieren. En los nubarrones ayer vi a las gotas de la llovizna y las de la lluvia ataviadas para su viaje a la tierra. Pero dijeron que yo soy demasiado pequeña y no me dejaron ir con ellas- lamentó la bruma.

Es cierto. El viaje a la tierra es lo más importante porque regala vida allí donde si no hubiera agua todo moriría, pero tienes que esperar a crecer un poco. Disfruta de tu vida celestial, porque cuando bajes tardarás muchos años en volver – replicó el sol, esperando que con ello desistiera.

Pero no fue así. Y para que no la descubrieran, la pequeña neblina había decidido bajar poquito a poco, descender hasta la tierra medio disimuladamente, aprovechando un poco de aire que venía soplando del Atlántico. Allí, en medio del desierto, donde nadie podría encontrarla, dejó que su velo de gotitas de agua acariciara la arena y se acercó a la vegetación que anidaba para bañarla como si de un mar de nubes se tratara.

Poco a poco, consiguió que los pequeños tallos sobrevivieran. No nos dejes- le suplicaron los pequeños- tienes que quedarte aquí, con nosotros, sino moriremos de sed. Para evitar el horror de la sequía, los matojos y arbustos más sabios se reunieron en consejo con el árbol Garoé, el árbol sagrado, para tomar una decisión que había de salvar sus vidas para siempre: construir atrapanieblas. Todos se pusieron en marcha.

Los Eres arcillosos quitaron las piedras de sus laderas y se ofrecieron para que cuando la bruma se les acercara a hablarles y las humedeciera, sus pequeñas gotitas de agua pudieran ir, una tras otra, deslizándose por un canal hasta el aljibe que las recogería. Los árboles dejaron guácimos, pequeños huecos, para recoger el agua de neblina condensada en ellos.

Pero fue el árbol santo Garoé quien supo, como nadie, encandilar a la neblina con su interesante conversación sobre tiempos antepasados. Y era tanto lo que tenía por contar, que la neblina pasó horas y horas sentada a su lado.

Fue así como, presa de amor por el sabio galán, quedó cautiva y decidió no marchar. Nunca más nadie en la isla tuvo que temer ya por la vida y los atrapanieblas se convirtieron en la salvación allí donde solo la neblina baja para acariciar la tierra.