Los siete cuervos
Existió hace mucho tiempo un matrimonio con siete hijos varones. Su máximo deseo era tener una hija y al fin sus plegarias dieron su fruto y nació una pequeña que trajo muchísima alegría al hogar.
Sin embargo, la alegría duró bien poco, ya que la niña había nacido muy débil. Tanto, que decidieron bautizarla en casa, por si no conseguía salir adelante.
Los padres encargaron a uno de sus hijos ir a por agua para el bautizo, pero el resto de hermanos quisieron acompañarle. Como todos querían ser el portador de la jarra, empezaron a forcejear y al caer al suelo, la jarra se hizo añicos.
– ¡Oh, no! ¡Mirad lo que hemos conseguido!- de lamentaba uno de los hermanos.
– ¡Como regresemos a casa sin el agua, nuestros padres nos castigarán!- dijo otro.
– Lo mejor es que no volvamos… – propuso otro de los hermanos.
Así que los siete chicos decidieron quedarse junto a la fuente mientras que sus padres comenzaban a impacientarse. La pequeña estaba muy enferma y temían que muriera antes de recibir el bautismo.
El padre, enfadado, pensó que sus hijos estarían jugando en lugar de cumplir con el recado:
– ¡Malditos!- exclamó el padre fuera de sí- ¡Ojalá esos bribones se transformaran todos en cuervos!
Nada más terminar de decir estas palabras, escuchó el aleteo de una bandada de pájaros. Al asomarse a la ventana, vio siete cuervos negros volando sobre la casa.
– ¡Dios mío!- exclamó entonces le hombre, muy arrepentido- ¡La maldición se ha cumplido!
La pareja no volvió a ver a sus hijos, mientras que la pequeña, contra todo pronóstico, comenzó a mejorar de salud y a crecer sin problemas.
El padre a veces miraba con tristeza a la niña, pensando que por ella sus hijos habían desaparecido.
Un día, la niña escuchó hablar a sus padres sobre este asunto:
– Ella no tuvo la culpa- decía la madre.
– Sí la tuvo… por ir a por el agua para su bautizo ellos se convirtieron en cuervos…
La niña más adelante preguntó a su padre por esa historia. Había oído hablar de que un día tuvo siete hermanos y ahora se sentía culpable de su ausencia.
– No, tú no tuviste la culpa- intentó decir su padre- Eras un bebé… solo un bebé…
Pero la niña no podía dejar de tener remordimientos. ¿Y si por ella sus hermanos habían sido encantados? Así que tomó la decisión de ir en su búsqueda para romper el maleficio que pesaba sobre ellos.
La pequeña partió de casa de sus padres con un anillo de su padre como recuerdo, una hogaza de pan, una cantimplora con agua y un taburete pequeño para sentarse cuando estuviera cansada.
Comenzó a buscar a sus hermanos por todas partes sin éxito. Pensó que tal vez estarían en el sol, pero era imposible llegar hasta él… ¡estaba demasiado caliente! Así que pensó en ir hacia la luna. ¡Demasiado frío! Tampoco podían estar allí. ¿Y en las estrellas? Preguntó a varias por sus hermanos, pero ninguna parecía saber nada de ellos. Sin embargo, una de las estrellas, la estrella de la mañana, le tendió una pequeña llave de oro.
– Con esta llave- le dijo la estrella a la niña- podrás abrir la puerta de la Montaña mágica de cristal. Allí encontrarás un palacio en donde viven tus hermanos.
La niña envolvió con cuidado la llave en un pañuelo y comenzó a escalar la montaña mágica. Al llegar arriba vio la puerta y buscó el pañuelo con la llave en su bolsillo. Pero al abrir la tela vio que la llave no estaba. ¡La había perdido!
– Oh, ¡no! ¿Y ahora qué puedo hacer?- dijo con amargura la niña mientras lloraba.
Entonces, se quitó el anillo del su padre y lo besó. Al instante, la puerta del palacio se abrió y la pequeña pudo pasar.
Dentro vio a un enano cubierto por una enorme capucha que deambulaba de un lado a otro por una enorme sala.
– ¿Qué buscas?- le preguntó el enano.
– Busco a mis hermanos, los siete cuervos- respondió la niña.
– Mis amos, los siete cuervos, han salido, pero puedes esperar a que regresen– dijo el enano.
El enano comenzó a preparar la comida para los cuervos y depositó en el suelo siete platitos pequeños y siete copas de vino. La niña, que estaba hambrienta, probó un bocado de cada uno de los platos y sorbió un poco de vino de cada copa. Luego dejó caer el anillo de su padre en la última copa y se escondió.
Al rato regresaron los cuervos, y fueron directos a los platos y las copas. El último cuervo descubrió el anillo en el fondo de su copa. Al mirarlo, recordó a su padre:
– Mirad… ¡el anillo de nuestro padre!- dijo el cuervo a sus hermanos.
– ¡Ojalá estuviera él aquí para liberarnos!- dijo otro de los cuervos.
Entonces, la niña salió de su escondite. Los cuervos la miraron anonadados. La pequeña empezó a dar besos a sus hermanos y uno a uno fueron recobrando su forma original.
Roto el hechizo, todos regresaron a su hogar. Los padres de los niños y de la pequeña no podían estar más felices. Nunca habían imaginado que podrían recuperar y reunir a toda la familia de nuevo.
Existió hace mucho tiempo un matrimonio con siete hijos varones. Su máximo deseo era tener una hija y al fin sus plegarias dieron su fruto y nació una pequeña que trajo muchísima alegría al hogar.
Sin embargo, la alegría duró bien poco, ya que la niña había nacido muy débil. Tanto, que decidieron bautizarla en casa, por si no conseguía salir adelante.
Los padres encargaron a uno de sus hijos ir a por agua para el bautizo, pero el resto de hermanos quisieron acompañarle. Como todos querían ser el portador de la jarra, empezaron a forcejear y al caer al suelo, la jarra se hizo añicos.
– ¡Oh, no! ¡Mirad lo que hemos conseguido!- de lamentaba uno de los hermanos.
– ¡Como regresemos a casa sin el agua, nuestros padres nos castigarán!- dijo otro.
– Lo mejor es que no volvamos… – propuso otro de los hermanos.
Así que los siete chicos decidieron quedarse junto a la fuente mientras que sus padres comenzaban a impacientarse. La pequeña estaba muy enferma y temían que muriera antes de recibir el bautismo.
El padre, enfadado, pensó que sus hijos estarían jugando en lugar de cumplir con el recado:
– ¡Malditos!- exclamó el padre fuera de sí- ¡Ojalá esos bribones se transformaran todos en cuervos!
Nada más terminar de decir estas palabras, escuchó el aleteo de una bandada de pájaros. Al asomarse a la ventana, vio siete cuervos negros volando sobre la casa.
– ¡Dios mío!- exclamó entonces le hombre, muy arrepentido- ¡La maldición se ha cumplido!
La pareja no volvió a ver a sus hijos, mientras que la pequeña, contra todo pronóstico, comenzó a mejorar de salud y a crecer sin problemas.
El padre a veces miraba con tristeza a la niña, pensando que por ella sus hijos habían desaparecido.
Un día, la niña escuchó hablar a sus padres sobre este asunto:
– Ella no tuvo la culpa- decía la madre.
– Sí la tuvo… por ir a por el agua para su bautizo ellos se convirtieron en cuervos…
La niña más adelante preguntó a su padre por esa historia. Había oído hablar de que un día tuvo siete hermanos y ahora se sentía culpable de su ausencia.
– No, tú no tuviste la culpa- intentó decir su padre- Eras un bebé… solo un bebé…
Pero la niña no podía dejar de tener remordimientos. ¿Y si por ella sus hermanos habían sido encantados? Así que tomó la decisión de ir en su búsqueda para romper el maleficio que pesaba sobre ellos.
La pequeña partió de casa de sus padres con un anillo de su padre como recuerdo, una hogaza de pan, una cantimplora con agua y un taburete pequeño para sentarse cuando estuviera cansada.
Comenzó a buscar a sus hermanos por todas partes sin éxito. Pensó que tal vez estarían en el sol, pero era imposible llegar hasta él… ¡estaba demasiado caliente! Así que pensó en ir hacia la luna. ¡Demasiado frío! Tampoco podían estar allí. ¿Y en las estrellas? Preguntó a varias por sus hermanos, pero ninguna parecía saber nada de ellos. Sin embargo, una de las estrellas, la estrella de la mañana, le tendió una pequeña llave de oro.
– Con esta llave- le dijo la estrella a la niña- podrás abrir la puerta de la Montaña mágica de cristal. Allí encontrarás un palacio en donde viven tus hermanos.
La niña envolvió con cuidado la llave en un pañuelo y comenzó a escalar la montaña mágica. Al llegar arriba vio la puerta y buscó el pañuelo con la llave en su bolsillo. Pero al abrir la tela vio que la llave no estaba. ¡La había perdido!
– Oh, ¡no! ¿Y ahora qué puedo hacer?- dijo con amargura la niña mientras lloraba.
Entonces, se quitó el anillo del su padre y lo besó. Al instante, la puerta del palacio se abrió y la pequeña pudo pasar.
Dentro vio a un enano cubierto por una enorme capucha que deambulaba de un lado a otro por una enorme sala.
– ¿Qué buscas?- le preguntó el enano.
– Busco a mis hermanos, los siete cuervos- respondió la niña.
– Mis amos, los siete cuervos, han salido, pero puedes esperar a que regresen– dijo el enano.
El enano comenzó a preparar la comida para los cuervos y depositó en el suelo siete platitos pequeños y siete copas de vino. La niña, que estaba hambrienta, probó un bocado de cada uno de los platos y sorbió un poco de vino de cada copa. Luego dejó caer el anillo de su padre en la última copa y se escondió.
Al rato regresaron los cuervos, y fueron directos a los platos y las copas. El último cuervo descubrió el anillo en el fondo de su copa. Al mirarlo, recordó a su padre:
– Mirad… ¡el anillo de nuestro padre!- dijo el cuervo a sus hermanos.
– ¡Ojalá estuviera él aquí para liberarnos!- dijo otro de los cuervos.
Entonces, la niña salió de su escondite. Los cuervos la miraron anonadados. La pequeña empezó a dar besos a sus hermanos y uno a uno fueron recobrando su forma original.
Roto el hechizo, todos regresaron a su hogar. Los padres de los niños y de la pequeña no podían estar más felices. Nunca habían imaginado que podrían recuperar y reunir a toda la familia de nuevo.