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PEDRO MARTINEZ: La leyenda de Orfeo y Eurídice...

La leyenda de Orfeo y Eurídice

Según la tradición, Orfeo era un músico tan hábil que cada vez que tocaba todos los seres de la creación se detenían para escucharle, quedando en absoluto silencio para no interrumpir sus melodías. Esto ocurría con todo tipo de criaturas, incluidas las sobrenaturales, como fue el caso de las Sirenas que capturaron a los Argonautas o el mismo dragón que custodiaba el ansiado Vellocino de Oro. Orfeo también era un espíritu ansioso de conocimientos, y realizó largos viajes a tierras lejanas en busca de sabiduría, hecho que despertaba la admiración de quienes le conocían y el amor de cualquier mujer que entablase conversación con él.

Pero quiso el destino que la ninfa Eurídice se cruzase en su camino, una mujer que no destacaba como la más hermosa pero cuya inocencia y dulce sonrisa cautivó el alma de Orfeo, quien terminó por desposarla con la bendición del mismo Zeus.

El amor entre ambos fue tan intenso como apasionado, hasta que un pastor de nombre Aristeo se obsesionó con la idea de poseer a Eurídice, por lo que un día que la ninfa paseaba por sus campos tuvo que huir de la persecución del pastor, con tan mala suerte que una serpiente mordió el delicado talón de Eurídice, causándole la muerte instantánea. El dolor de Orfeo por la pérdida de su amada le llevó a tomar la decisión de descender a la tierra de Hades en busca de Eurídice.

Al llegar a la entrada del Hades y encontrarse con el Cancerbero, sólo tuvo que tocar una de sus melodías para que el siniestro guardián le dejase pasar sin mayor problema, y con su música se internó en la oscuridad, deteniendo por un instante todo el horror del inframundo, desde la eterna tortura de Sísifo hasta los buitres que devoraban a Prometeo. Así fue como la música de Orfeo logró conmover a los señores del inflamundo Hades y Perséfone, quienes le concedieron su deseo de recuperar a Eurídice.

La condición para ello era que ambos amantes deberían abandonar los dominios de Hades sin mirarse, en cuyo caso la ninfa se quedaría en el inframundo durante el resto de la eternidad. El largo viaje de vuelta a través de las sombras estuvo plagado de penurias y dudas, hasta que una vez que los amantes estuvieron a pocos pasos de la salida, a Eurídice se le escapó un suspiro de alivio, provocando que Orfeo se girase un breve instante hacia su amada.

Al transgredir la única norma de los señores del Hades, Eurídice comenzó a desvanecerse ante los ojos de Orfeo, quien de manera infructuosa trató de apresarla entre sus brazos. En su desesperación, Orfeo trató de descender de nuevo a por la ninfa, pero en esta ocasión el barquero Caronte no le permitió cruzar las oscuras aguas de la Laguna Estigia, a través de las cuales los amantes se cruzaron una última mirada de despedida.

Profundamente apenado, Orfeo esperó durante siete días y siete noches, hasta que asumiendo su pérdida decidió dedicarse a vagar por los desiertos acompañado sólo por la belleza de las melodías de su lira.