PEDRO MARTINEZ: La historia de Atilana y los lobos...

La historia de Atilana y los lobos

Cuentan que hace mucho, en un pequeño pueblo de Zamora, España, una mujer acudió junto a sus nietos, Pepita y Luisito, a una misa en recuerdo de su cuñado, el último cura de la iglesia visigoda de San Pedro de la Nave. Esta iglesia, quedó sepultada bajo las aguas del Esla. Y el cura entristeció tanto que murió.

Más tarde esta iglesia sería trasladada piedra a piedra hasta otro pueblo cercano, El Campillo, en donde dieron una primera misa en recuerdo de su último párroco. Sí, la misa a la que acudió Atilana desde el pueblecito de Muelas del Pan, ya que quería mucho a su cuñado.

Tras esta celebración, la mujer decidió regresar a su casa con los nietos en un burro con el que había llegado hasta allí. Acomodó a cada uno de los pequeños en las alforjas del animal y no tardaron en dormirse. Era muy tarde y la luna apenas iluminaba el sendero. Pero, como Atilana quería llegar pronto a casa, decidió atajar por el monte.

No tenía miedo la mujer, pero aún así, cantaba, porque sabía que la música espanta a las fieras y las adormece. Cantaba y cantaba sin parar, mientras avanzaba entre la hojarasca y miraba a uno y otro lado escudriñando las sombras y el movimiento de los árboles.

Y a pesar de su precaución, poco después de adentrarse entre las jaras y los matorrales, vio pasar a su lado algunas sombras, que en principio le parecieron perros.

– Oh, bueno… serán perros del pueblo que se adentraron en el monte- pensó al principio Atilana.

Lejos de asustarse, Atilana aceleró el paso, miró a los niños, que seguían dormidos, y siguió cantando. Y de nuevo volvió a sentir Atilana cerca una sombras que pasaron fugaces cerca de ella. Ahora sí, estaba segura. No eran perros, sino… ¡lobos!

Los contó… un total de trece lobos. A un lado y a otro, siguiendo sus pasos, planificando el momento de atacarla.

– Si me atacan- pensó- los primeros serán los niños…

A la mujer se le heló la sangre. No podía dar la vuelta, porque Atilana pensó que estaba cerca del final del monte y si volvía sobre sus pasos, les atacarían por la espalda.

La mujer pensó en una salida. No tenía mucho tiempo. ¡Debía decidir qué hacer!

– Si acelero la marcha y no dejo de cantar, podré cruzar, seguro- pensó Atilana.

Pero justo cuando estaba a punto de salir de entre los matorrales, cuando ya cantaba al fin victoria y comenzaba a respirar más pausadamente, vio frente a sí a cuatro lobos sentados. La estaban esperando. A sus lados también había algún lobo más, cerrándola el paso. ¡Estaba acorralada!

No podía moverse. Estaba totalmente petrificada. La mujer miró a los lobos que tenía enfrente. Estaban esperando un paso para atacar. Recordó entonces que llevaba encima una caja de cerillas. La buscó con manos temblorosas en el bolsillo de su delantal. Al prender la primera cerilla, los lobos que estaban a su lado, se apartaron. Pero lo que tenía enfrente, ni se movían. Prendió entonces Atilana un matorral que tenía cerca. Los lobos se alejaron un poco más, pero continuaban observando.

– Si me quedo toda la noche junto al fuego, podremos aguantar- pensó ella. Así que bajó con cuidado a los niños de las alforjas.

– ¿Qué pasa? ¿Por qué hay fuego?- preguntaron los pequeños asombrados al despertar.

La mujer no quería que se asustaran, así que les contó que era una aventura, que dormirían allí al lado de la hoguera para cantar canciones hasta que amaneciera. Les dio nueces y almendras y durante toda la noche Atilana mantuvo encendido el fuego, buscando ramas y hojas para avivarlo.

Con la primera luz de la mañana, los lobos se fueron. Y al poco llegaron hombres del pueblo que habían salido en busca de la mujer y los niños. Entre ellos, el marido de Atilana, Juan, que al fin pudo respirar tranquilo al ver que estaban vivos.

– ¡Abuelo, abuelo! ¡Hemos hecho una acampada!- gritaban contentos los niños.

– Ni imaginas el susto que he pasado- le contó en bajo Atilana- Trece lobos conté, siguiéndonos los pasos. Eran como espíritus en mitad de la noche.

Todo quedó en un susto, en una anécdota. Pero Atilana no olvidó nunca aquel mal momento, y su historia de coraje e ingenio fue contada en toda la zona. Por eso ha llegado hasta hoy prácticamente intacta.