Cuando mi perro Bob murió, cerca de la navidad de 2014, soñé que un gato negro aparecía en mi puerta, pero no entraba en casa. En el sueño, al mismo tiempo que yo lloraba, también reía de felicidad, porque había notado que el perrito que tanto amaba, había muerto, pero había vuelto en forma de gato. Me desperté y lloré aún más por haber sido sólo un sueño.
Prometí que no volvería a tener más mascotas, porque su partida era tan dolorosa, como el luto por un ser humano. Bob era muy inteligente y acelerado. No podía ver tantito abierta la puerta, porque se escapaba a la calle. Y no había auto, ni bicicleta que lo atropellara, porque él se burlaba de todo y de todos. No mordía a nadie, sólo le gustaba correr por la calle y ladrarle a otros perros. ¡Bob amaba la libertad!
En la época en que lo adopté, aún vivía con mis padres y mi padre bebía mucho. Estaba en la cima de su alcoholismo y cuando bebía, quería maltratar al perro. Por supuesto que nunca lo permití, y me traía al perro dentro de mi habitación. Era como si Bob entendiera y hasta permanecía quieto y en silencio, acostado en una esquina, así como pueden verlo en en la miniatura.
Un día llegué tarde del trabajo y mi padre había sacado a Bob deliberadamente a la calle. Me enfadé mucho con él y cuando le reclamé, mi padre, borracho, solo respondió que "el perro debería ser libre". Fui tras Bob, pero no lo encontré. Tuve que regresar a trabajar preocupado, pero confiaba en que Bob volvería, como siempre volvía. No había de otra... Y si, Bob volvió más tarde, pero volvió envenenado. Subió corriendo a mi habitación, y ahí murió. Nunca lo vi muerto. No quise. Vi sólo como se llevaban su cuerpo en una bolsa negra. Bob se fue y ni siquiera pudimos despedirnos. Lloré como nunca, me fui de casa y alquilé un cuarto. Para mí, el culpable por la muerte de Bob, era mi padre.
Años más tarde, mi padre se fue rehabilitando de su alcoholismo. Yo mantenía poca comunicación con el. El año pasado, en vísperas de navidad, me pidió que fuera a verlo. Fue un encuentro rápido y lo llevé en mi auto a su junta de AA. Mi padre dijo que un amigo de él, que también asistía a las reuniones, estaba dando gatitos en adopción, y me preguntó si quería uno. Le dije que no, pero mi padre insistió en que al menos fuera a verlos. Acepté.
Cuando llegué a la casa de ese amigo suyo, ya sólo quedaban dos cachorros negros: Una hembra y el otro, macho. Al verme, la gatita corrió y se escondió detrás de un mueble, pero el gatito, se me quedó mirando. En ese momento recordé mi sueño y me dió escalofríos. Ese gato era el mismo que vi junto a mi puerta, cuando soñaba con Bob, y ahora lo tenía ahí enfrente, mirándome.
Lo tomé entre mis brazos, y era tan pequeño que pude sentir su acelerado corazón golpeando contra mis manos. Soltó un miau agudo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise llorar, pero tuve que disimular. Decidí adoptarlo de inmediato. Tan pronto como llegué a casa de mi padre, el ya me estaba esperando en la puerta. Sonrió y miró al gatito en mis brazos.
- Lo adoptaste, entonces!?
Y en ese momento, pude notar que mi padre era ya otra persona: serena, arrepentida y sobria. Le insté a que cargará a esa pequeña y obscura bola de pelos y mi padre tomándolo en sus manos, emocionado, dijo:
- Bob ha vuelto a ti, hijo.
Y yo jamás le había contado a nadie mi sueño. Hasta ahora...
Prometí que no volvería a tener más mascotas, porque su partida era tan dolorosa, como el luto por un ser humano. Bob era muy inteligente y acelerado. No podía ver tantito abierta la puerta, porque se escapaba a la calle. Y no había auto, ni bicicleta que lo atropellara, porque él se burlaba de todo y de todos. No mordía a nadie, sólo le gustaba correr por la calle y ladrarle a otros perros. ¡Bob amaba la libertad!
En la época en que lo adopté, aún vivía con mis padres y mi padre bebía mucho. Estaba en la cima de su alcoholismo y cuando bebía, quería maltratar al perro. Por supuesto que nunca lo permití, y me traía al perro dentro de mi habitación. Era como si Bob entendiera y hasta permanecía quieto y en silencio, acostado en una esquina, así como pueden verlo en en la miniatura.
Un día llegué tarde del trabajo y mi padre había sacado a Bob deliberadamente a la calle. Me enfadé mucho con él y cuando le reclamé, mi padre, borracho, solo respondió que "el perro debería ser libre". Fui tras Bob, pero no lo encontré. Tuve que regresar a trabajar preocupado, pero confiaba en que Bob volvería, como siempre volvía. No había de otra... Y si, Bob volvió más tarde, pero volvió envenenado. Subió corriendo a mi habitación, y ahí murió. Nunca lo vi muerto. No quise. Vi sólo como se llevaban su cuerpo en una bolsa negra. Bob se fue y ni siquiera pudimos despedirnos. Lloré como nunca, me fui de casa y alquilé un cuarto. Para mí, el culpable por la muerte de Bob, era mi padre.
Años más tarde, mi padre se fue rehabilitando de su alcoholismo. Yo mantenía poca comunicación con el. El año pasado, en vísperas de navidad, me pidió que fuera a verlo. Fue un encuentro rápido y lo llevé en mi auto a su junta de AA. Mi padre dijo que un amigo de él, que también asistía a las reuniones, estaba dando gatitos en adopción, y me preguntó si quería uno. Le dije que no, pero mi padre insistió en que al menos fuera a verlos. Acepté.
Cuando llegué a la casa de ese amigo suyo, ya sólo quedaban dos cachorros negros: Una hembra y el otro, macho. Al verme, la gatita corrió y se escondió detrás de un mueble, pero el gatito, se me quedó mirando. En ese momento recordé mi sueño y me dió escalofríos. Ese gato era el mismo que vi junto a mi puerta, cuando soñaba con Bob, y ahora lo tenía ahí enfrente, mirándome.
Lo tomé entre mis brazos, y era tan pequeño que pude sentir su acelerado corazón golpeando contra mis manos. Soltó un miau agudo y mis ojos se llenaron de lágrimas. Quise llorar, pero tuve que disimular. Decidí adoptarlo de inmediato. Tan pronto como llegué a casa de mi padre, el ya me estaba esperando en la puerta. Sonrió y miró al gatito en mis brazos.
- Lo adoptaste, entonces!?
Y en ese momento, pude notar que mi padre era ya otra persona: serena, arrepentida y sobria. Le insté a que cargará a esa pequeña y obscura bola de pelos y mi padre tomándolo en sus manos, emocionado, dijo:
- Bob ha vuelto a ti, hijo.
Y yo jamás le había contado a nadie mi sueño. Hasta ahora...