El agua del desierto
En un lugar muy próximo al desierto vivía un joven pastor de nombre Fadel. Era un chico trabajador y muy listo. Como en la aldea donde vivía, apenas llovía, el agua era un bien muy preciado, ya que escaseaba. Tampoco había ríos ni lagos cerca, así que Fadel aprovechaba el agua de la lluvia, y aunque fuera poca, la filtraba y guardaba. El sabor del agua fresca de la lluvia era delicioso.
– ¡Que buena está este agua!- se enorgullecía Fadel-. Es tan buena, que debería probarla el Califa– pensó.
Así que Fadel tomó la determinación de llevar un cántaro con agua al gran Califa para que pudiera probarla. Pero para llegar hasta él, tenía que atravesar todo el desierto, y además debía almacenar bastante agua.
Le costó mucho tiempo conseguir un cántaro grande con el agua de la lluvia, pero al fin, con paciencia, lo logró. Así que se dispuso a llevárselo al Califa a Bagdad. Para llegar hasta él, tuvo que andar cientos de kilómetros por el desierto, y aguantar altísimas temperaturas de día y gélidas temperaturas de noche. Caminó muy concentrado entre las inmensas dunas de arena para no derramar ni una gota de agua, y tuvo que escabullirse de lobos y hienas que le acechaban a cada instante.
Después de varios días de esfuerzo, consiguió llegar a la gran ciudad del Califa.
– ¡Oh!- pensó Fadel- ¡Qué hermosa es! ¡Merece la pena el esfuerzo!
Ahora el joven pastor debía encontrar el palacio del Califa. No fue difícil, ya que el edificio era realmente majestuoso. Las puertas estaban labradas con preciosas piedras brillantes, y el tejado de las torres eran de oro.
Al llegar, los guardianes le preguntaron qué quería. Él respondió entusiasmado que quería ver al Califa para entregarle un regalo, así que fue llevado hasta él. El Califa probó al fin el agua que Fadel había llevado.
– ¡Deliciosa!- dijo asombrado el Califa- ¡Es la mejor agua que he probado nunca! Sin duda, un gran detalle por tu parte. En premio a tu generosidad, te entregaré un obsequio.
El Califa, realmente agradecido, le entregó a Fadel el cántaro que había traído con el agua… ¡repleto de monedas de oro!
Fadel se puso muy contento. En realidad, no esperaba ningún obsequio.
– Antes de irte- le dijo el Califa a Fadel- quiero que veas algo…
El Califa condujo al joven pastor hasta el otro extremo del palacio, descorrió una amplia cortina y le enseñó, a lo lejos, el curso de un inmenso y caudaloso río. Fadel abrió mucho los ojos y observó totalmente anonadado… Nunca había visto tanta agua junta. Pero… si el Califa tenía tanta agua, ¿por qué le había premiado por un simple cántaro?
– Es el río Tigris- le dijo el Califa, quien parecía adivinar los pensamientos del joven- Tenemos abundante agua aquí en Bagdad, pero en tu aldea no tenéis esa suerte. Para mí es un gran honor que hayas sacrificado algo tan valioso para ti para ofrecérmelo. Sé que has tenido que andar muchos kilómetros y sufrir auténticas penurias por llegar hasta aquí. Para mí, tu gesto vale más que toda el agua que puedas traer.
Fadel se sorprendió. En verdad el Califa era un hombre sabio y bondadoso. Desde entonces, nació entre ellos una hermosa amistad.
En un lugar muy próximo al desierto vivía un joven pastor de nombre Fadel. Era un chico trabajador y muy listo. Como en la aldea donde vivía, apenas llovía, el agua era un bien muy preciado, ya que escaseaba. Tampoco había ríos ni lagos cerca, así que Fadel aprovechaba el agua de la lluvia, y aunque fuera poca, la filtraba y guardaba. El sabor del agua fresca de la lluvia era delicioso.
– ¡Que buena está este agua!- se enorgullecía Fadel-. Es tan buena, que debería probarla el Califa– pensó.
Así que Fadel tomó la determinación de llevar un cántaro con agua al gran Califa para que pudiera probarla. Pero para llegar hasta él, tenía que atravesar todo el desierto, y además debía almacenar bastante agua.
Le costó mucho tiempo conseguir un cántaro grande con el agua de la lluvia, pero al fin, con paciencia, lo logró. Así que se dispuso a llevárselo al Califa a Bagdad. Para llegar hasta él, tuvo que andar cientos de kilómetros por el desierto, y aguantar altísimas temperaturas de día y gélidas temperaturas de noche. Caminó muy concentrado entre las inmensas dunas de arena para no derramar ni una gota de agua, y tuvo que escabullirse de lobos y hienas que le acechaban a cada instante.
Después de varios días de esfuerzo, consiguió llegar a la gran ciudad del Califa.
– ¡Oh!- pensó Fadel- ¡Qué hermosa es! ¡Merece la pena el esfuerzo!
Ahora el joven pastor debía encontrar el palacio del Califa. No fue difícil, ya que el edificio era realmente majestuoso. Las puertas estaban labradas con preciosas piedras brillantes, y el tejado de las torres eran de oro.
Al llegar, los guardianes le preguntaron qué quería. Él respondió entusiasmado que quería ver al Califa para entregarle un regalo, así que fue llevado hasta él. El Califa probó al fin el agua que Fadel había llevado.
– ¡Deliciosa!- dijo asombrado el Califa- ¡Es la mejor agua que he probado nunca! Sin duda, un gran detalle por tu parte. En premio a tu generosidad, te entregaré un obsequio.
El Califa, realmente agradecido, le entregó a Fadel el cántaro que había traído con el agua… ¡repleto de monedas de oro!
Fadel se puso muy contento. En realidad, no esperaba ningún obsequio.
– Antes de irte- le dijo el Califa a Fadel- quiero que veas algo…
El Califa condujo al joven pastor hasta el otro extremo del palacio, descorrió una amplia cortina y le enseñó, a lo lejos, el curso de un inmenso y caudaloso río. Fadel abrió mucho los ojos y observó totalmente anonadado… Nunca había visto tanta agua junta. Pero… si el Califa tenía tanta agua, ¿por qué le había premiado por un simple cántaro?
– Es el río Tigris- le dijo el Califa, quien parecía adivinar los pensamientos del joven- Tenemos abundante agua aquí en Bagdad, pero en tu aldea no tenéis esa suerte. Para mí es un gran honor que hayas sacrificado algo tan valioso para ti para ofrecérmelo. Sé que has tenido que andar muchos kilómetros y sufrir auténticas penurias por llegar hasta aquí. Para mí, tu gesto vale más que toda el agua que puedas traer.
Fadel se sorprendió. En verdad el Califa era un hombre sabio y bondadoso. Desde entonces, nació entre ellos una hermosa amistad.