‘La dama del lago’
Vivía un joven con su madre viuda en una pequeña granja en el campo. No les faltaba de nada, porque eran muy trabajadores. Mientras que la madre se ocupaba de las labores de la casa, el hijo sacaba a pasear al ganado cada día.
Un día, estaba junto al lago con sus vacas y de pronto se fijó en que una hermosa muchacha nadaba por el agua. Era la joven más hermosa que había visto nunca. Tenía el pelo dorado como el sol y los ojos azules como el cielo. Se quedó embobado y solo acertó a acercarle un poco del pan duro que estaba comiendo.
– ¿Quieres probar?- le dijo.
La chica se acercó a la orilla, miró el pan y dijo:
– Pan duro, mano dura… solo consiguen penurias y miserias.
Y la joven se alejó de allí nadando.
El joven no pudo dejar de mirarla hasta que la perdió de vista. Y al llegar a su casa, su corazón seguía latiendo con tanta fuerza, que hasta su madre se dio cuenta. Entonces le contó lo que había pasado, y ella le dijo:
– Tal vez no quiso el pan porque era duro. Mañana te haré el pan más blando que habrás probado nunca.
¡Qué alegría le entró al joven al pensar que aún tenía posibilidades! Estaba perdidamente enamorado de ella. Así que a la mañana siguiente, guardó en el zurrón el pan que su madre había horneado con mucho cariño, y se fue hacia el río.
Ese día estaba nublado y hacía algo de viento. La joven no aparecía y él empezó a temer que ya no iba a poder verla más. Sin embargo, al atardecer, las nubes se disiparon y salió el sol. Y con él, vio aparecer a la bella dama del lago, tan hermosa como el día anterior. Sus ojos brillaban como las estrellas, y el joven se apresuró a mostrarle el pan que traía.
– Hoy he traído un pan más tierno. Igual este te gusta más. Si lo aceptas, si me aceptas como esposo… sería el hombre más feliz del mundo.
La joven se acercó y después de echar un vistazo, dijo:
– Pan blando, corazón sensible… pueden ser fruto de mucho dolor.
Y de nuevo, la joven desapareció en el agua.
La madre del muchacho pensó que tal vez el pan era demasiado blando, así que horneó uno en su justo punto. El muchacho regresó al día siguiente al lago, con su pan crujiente. Pronto vio aparecer a la dama, con sus sonrisa de color frambuesa y sus dientes blancos como las perlas.
– Acércate a la orilla- le dijo él- Esta vez traigo un pan que puede gustarte.
La joven lo miró y esta vez sí, lo tomó.
– Quisiera que fueras mi esposa- dijo entonces el chico.
– ¿Tu esposa? ¡Es imposible! Tú eres un mortal, y yo un hada…
– ¿Y qué problema hay? ¿No puede casarse un humano con un hada?
– Bueno, sí… pero existe un pequeño problema. Si me golpeas tres veces, yo desapareceré para siempre. Y para nosotras, las hadas, cualquier pequeño golpecito supone un gran golpe.
– Bueno, ¿y por qué iba yo a golpearte con lo que te quiero?- dijo él entusiasmado.
– Está bien, pues te encontrarás con mi padre y se lo pedirás a él.
La joven volvió a desaparecer en el lago. El chico estaba muy contento, así que recogió a sus vacas para regresar a su casa, pero por el camino, se encontró a un anciano con dos muchachas. El anciano le dijo:
– Me ha dicho mi hija que quieres casarte con ella… Dime cuál de las dos es, pues tengo gemelas…
El chico las miró y no supo qué responder, porque las dos eran exactamente iguales. Pero la joven del lago le ayudó, adelantando un poco un pie. Él supo leer la señal de su amada.
– Ella es, señor- dijo señalando a la dama del lago.
– De acuerdo, pues puede casarse contigo, pero recuerda que si la golpeas tres veces, la perderás para siempre.
El joven asintió y regresó con ella a su casa. ¡Estaba tan feliz! La boda se celebró a los pocos días, y la pareja se instaló en una pequeña cabaña cerca de la casa de la madre. Todo iba muy bien, y eran muy felices. Pero el tiempo pasaba y el chico olvidó su promesa, y un día que debían ir a un bautizo, y su mujer se retrasaba, el joven le golpeó suave en el brazo:
– ¡Venga, que llegaremos tarde!
– ¡Me has golpeado!- dijo ella asustada.
– ¿Yo? Solo te di en el brazo…
– Ya sabes que si me golpeas dos veces más, tendré que irme para siempre.
– No, no pasará más, te lo prometo.
Pero era una promesa muy difícil de cumplir. Y justo un día que se dirigían a una boda, volvió a pasar, que el joven le dio en la mejilla para llamar su atención, y lo que él consideraba un gesto sin mayor significado, para el hada fue un segundo golpe.
– ¡Pero si solo te rocé!- dijo él.
– Te dije que para las hadas ese tipo de golpecitos significan mucho más…
Y la desgracia llegó con la tercera vez que él le dio un pequeño golpe en la mano a la dama del lago. Fue durante un funeral, porque ella comenzó a reír, y él quiso advertirla.
– ¡Me golpeaste por tercera vez! ¡Y ya no hay vuelta atrás!
La joven se dirigió al lago del que salió un buen día, para no volver jamás. Y su esposo, muerto de dolor, murió pocos días después.
Vivía un joven con su madre viuda en una pequeña granja en el campo. No les faltaba de nada, porque eran muy trabajadores. Mientras que la madre se ocupaba de las labores de la casa, el hijo sacaba a pasear al ganado cada día.
Un día, estaba junto al lago con sus vacas y de pronto se fijó en que una hermosa muchacha nadaba por el agua. Era la joven más hermosa que había visto nunca. Tenía el pelo dorado como el sol y los ojos azules como el cielo. Se quedó embobado y solo acertó a acercarle un poco del pan duro que estaba comiendo.
– ¿Quieres probar?- le dijo.
La chica se acercó a la orilla, miró el pan y dijo:
– Pan duro, mano dura… solo consiguen penurias y miserias.
Y la joven se alejó de allí nadando.
El joven no pudo dejar de mirarla hasta que la perdió de vista. Y al llegar a su casa, su corazón seguía latiendo con tanta fuerza, que hasta su madre se dio cuenta. Entonces le contó lo que había pasado, y ella le dijo:
– Tal vez no quiso el pan porque era duro. Mañana te haré el pan más blando que habrás probado nunca.
¡Qué alegría le entró al joven al pensar que aún tenía posibilidades! Estaba perdidamente enamorado de ella. Así que a la mañana siguiente, guardó en el zurrón el pan que su madre había horneado con mucho cariño, y se fue hacia el río.
Ese día estaba nublado y hacía algo de viento. La joven no aparecía y él empezó a temer que ya no iba a poder verla más. Sin embargo, al atardecer, las nubes se disiparon y salió el sol. Y con él, vio aparecer a la bella dama del lago, tan hermosa como el día anterior. Sus ojos brillaban como las estrellas, y el joven se apresuró a mostrarle el pan que traía.
– Hoy he traído un pan más tierno. Igual este te gusta más. Si lo aceptas, si me aceptas como esposo… sería el hombre más feliz del mundo.
La joven se acercó y después de echar un vistazo, dijo:
– Pan blando, corazón sensible… pueden ser fruto de mucho dolor.
Y de nuevo, la joven desapareció en el agua.
La madre del muchacho pensó que tal vez el pan era demasiado blando, así que horneó uno en su justo punto. El muchacho regresó al día siguiente al lago, con su pan crujiente. Pronto vio aparecer a la dama, con sus sonrisa de color frambuesa y sus dientes blancos como las perlas.
– Acércate a la orilla- le dijo él- Esta vez traigo un pan que puede gustarte.
La joven lo miró y esta vez sí, lo tomó.
– Quisiera que fueras mi esposa- dijo entonces el chico.
– ¿Tu esposa? ¡Es imposible! Tú eres un mortal, y yo un hada…
– ¿Y qué problema hay? ¿No puede casarse un humano con un hada?
– Bueno, sí… pero existe un pequeño problema. Si me golpeas tres veces, yo desapareceré para siempre. Y para nosotras, las hadas, cualquier pequeño golpecito supone un gran golpe.
– Bueno, ¿y por qué iba yo a golpearte con lo que te quiero?- dijo él entusiasmado.
– Está bien, pues te encontrarás con mi padre y se lo pedirás a él.
La joven volvió a desaparecer en el lago. El chico estaba muy contento, así que recogió a sus vacas para regresar a su casa, pero por el camino, se encontró a un anciano con dos muchachas. El anciano le dijo:
– Me ha dicho mi hija que quieres casarte con ella… Dime cuál de las dos es, pues tengo gemelas…
El chico las miró y no supo qué responder, porque las dos eran exactamente iguales. Pero la joven del lago le ayudó, adelantando un poco un pie. Él supo leer la señal de su amada.
– Ella es, señor- dijo señalando a la dama del lago.
– De acuerdo, pues puede casarse contigo, pero recuerda que si la golpeas tres veces, la perderás para siempre.
El joven asintió y regresó con ella a su casa. ¡Estaba tan feliz! La boda se celebró a los pocos días, y la pareja se instaló en una pequeña cabaña cerca de la casa de la madre. Todo iba muy bien, y eran muy felices. Pero el tiempo pasaba y el chico olvidó su promesa, y un día que debían ir a un bautizo, y su mujer se retrasaba, el joven le golpeó suave en el brazo:
– ¡Venga, que llegaremos tarde!
– ¡Me has golpeado!- dijo ella asustada.
– ¿Yo? Solo te di en el brazo…
– Ya sabes que si me golpeas dos veces más, tendré que irme para siempre.
– No, no pasará más, te lo prometo.
Pero era una promesa muy difícil de cumplir. Y justo un día que se dirigían a una boda, volvió a pasar, que el joven le dio en la mejilla para llamar su atención, y lo que él consideraba un gesto sin mayor significado, para el hada fue un segundo golpe.
– ¡Pero si solo te rocé!- dijo él.
– Te dije que para las hadas ese tipo de golpecitos significan mucho más…
Y la desgracia llegó con la tercera vez que él le dio un pequeño golpe en la mano a la dama del lago. Fue durante un funeral, porque ella comenzó a reír, y él quiso advertirla.
– ¡Me golpeaste por tercera vez! ¡Y ya no hay vuelta atrás!
La joven se dirigió al lago del que salió un buen día, para no volver jamás. Y su esposo, muerto de dolor, murió pocos días después.