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PEDRO MARTINEZ: Historia de un pescador...

Historia de un pescador

Había una vez un pescador muy pobre, que apenas tenía para dar de comer a su mujer y sus tres hijos. Era muy trabajador y todos los días salía al mar a echar las redes. Pro últimamente no conseguía pescar nada, y estaba realmente desesperado.

Un día, el pescador se levantó temprano y fue, como cada mañana a probar suerte con sus redes. Ese día, de pronto, notó que las redes pesaban mucho, pero al sacarlas, solo encontró piedras y el esqueleto de un burro. Sin embargo, no se rindió, y lanzó una plegaria para obtener mejor resultado. Poco después, al izar de nuevo las redes, descubrió una copa de bronce, cerrada y sellada.

– Vaya- pensó- Puedo vender esta copa al fundidor. Seguro que me dan algunas monedas para comprar trigo…

Pero antes, quería saber qué había en la copa, así que con su navaja, abrió el sello y levantó la tapa. Al principio no vio gran cosa, pero al mirar al interior, empezó a ver humo, mucho humo, que salía hacia arriba como un torbellino. Y de pronto, apareció ante él un genio gigantesco.

– ¡Oh, profeta Salomón, no volveré a desobedecer! ¡Gracias por darme esta oportunidad!- dijo en voz alta el genio.

– ¿Cómo?- dijo sorprendido el anciano pescador- ¿Salomón? Si el profeta Salomón murió hace cientos de años...

– ¡Impertinente!- gritó de pronto el genio- ¿Quién te ha dicho que opines?

– Pero genio, no he dicho nada malo…

– Cuanto antes acabemos mejor- dijo el genio- Escoge tu muerte, rápido, porque debo matarte.

– ¿Matarme? ¿A mi, que te he liberado de tu prisión? ¿Cómo pagas así a alguien que te salvó y te dio la libertad?– dijo algo confuso y apenado el pescador.

– Verás- le contó el genio- Yo hace muuucho tiempo, servía al profeta Salomón. Pero me rebelé contra él y empecé a desobedecerle. Como castigo, el profeta me encerró en esta copa y me tiró al mar. Durante los primeros cien años, juré que haría rico y feliz al que me liberara… Durante los siguientes 100 años, juré hacer rico a quien me sacara de aquí. En el tercer siglo de cautiverio, juré hacer rey al que consiguiera liberarme. Pero, ya cansado, en el cuarto siglo prometí matar al que abriera la copa… ¡Y ese has sido tú!

– No puedes hacer eso, genio- dijo entonces el pescador- No puedes matar a quien te ha liberado.

– Sí puedo, lo prometí. Así que será mejor que escojas tu muerte, porque no cambiaré de opinión.

De nada sirvió que el pobre pescador le implorara clemencia, ni que le hablara de sus tres hijos… El genio estaba dispuesto a cumplir su palabra, así que el pescador pensó muy rápido cómo salir de esta situación con vida. Entonces, tuvo una idea:

– Muy bien, genio. Puedes matarme, pero antes, necesito saber cómo puede ser que siendo tú tan grande, pudieras estar encerrado en una copa tan pequeña. Eso es imposible. Necesito que me demuestres que puedes hacerlo.

– ¡Eres un incrédulo!- dijo el genio- ¡Claro que puedo entrar en la copa. ¿No salí de ella? Mira con atención, que te lo voy a demostrar…

Y diciendo esto, el genio entró de nuevo en la copa, y cuando ya estaba dentro, el pescador cogió corriendo la tapa, la puso en la copa y volvió a colocar muy bien el sello para que quedara bien cerrada.

– ¡Qué haces! ¡Sácame de aquí!- se oía gritar al genio.

– ¡Ni por todo el oro del mundo!- contestó el pescador- No me fío de ti, genio malvado. Pienso lanzarte de nuevo al mar y a alertar a todos los pescadores para que ninguno abra jamás la copa.

Y diciendo esto, arrojó la copa al mar y regresó a su casa, sin peces, pero feliz de seguir vivo.