La leyenda peruana de La araña
Cuenta una antigua leyenda peruana una historia realmente asombrosa. Hubo una vez un reino muy próspero gracias a la inteligencia y buen hacer de su rey, el gran Kúntur Capac. Era el jefe o cacique del Imperio inca, y derrochaba sabiduría y prudencia en todo lo que hacía.
La gente le adoraba, pero no podía decir lo mismo de su hija, una joven muy bella pero muy caprichosa, que no hacía otra cosa que pensar en los lujos, y pedir sin parar a su padre ricos vestidos y adornos de oro y plata para su lindo cabello.
Uru, que así se llamaba su hija, no quería estudiar, y se pasaba el día dedicándose a su físico, su belleza y sus vestidos.
El padre de Uru estaba muy triste, porque por más que había hablado con ella sobre el error que cometía, no había sido capaz de convencerla.
– Hija- le decía el gran cacique inca- Debes cambiar, hazlo por mi y por todos los súbditos. Un día tendrás que gobernar cuando yo falte, y necesitan a una persona que mire por sus intereses, y no por los tuyos propios…
– Papá, no seas tan aburrido- contestaba con desdén su hija- Ya me las apañaré, no te preocupes tanto.
Pero su padre no podía dejar de preocuparse…
Y el día en el que Kúntur Capac murió llegó, y la joven Uru, para desgracia de todos, fue coronada reina. Al principio, hasta ella estaba tan triste, que se dejaba aconsejar por todos. Y guardó luto a su padre durante una semana, sin malgastar nada de dinero ni desear ningún tipo de bien.
Pero pasados unos días, Uru comenzó a comportarse como siempre. Más aún al conocer cuánto dinero atesoraba el reino. Y comenzó a pedir nuevos vestidos, más adornos de ricas joyas y todo tipo de caprichos.
Los consejeros del reino estaban desesperados. La joven no quería cambiar, ni trabajar. No acudía a las reuniones ni estaba dispuesta a escuchar las quejas de los súbditos. Así que un día, se reunieron y acudieron todos juntos a los aposentos de la reina para explicarle por qué debía cambiar urgentemente.
Uru no quería escuchar a los consejeros. Se enfadó mucho al verles a todos reunidos en su contra, así que llamó a los guardias y exigió que los arrestaran a todos.
– ¡Sois unos insolentes! ¿Cómo sois capaces de decirme a mí, la reina, lo que debo hacer? ¡Guardias, traedme el látigo de cuero de piel de cabra! ¡Voy a castigar a todos estos insolentes con 100 latigazos a cada uno!
El guardia obedeció, por miedo a represalias contra él. Pero cuando la joven y caprichosa Uru levantó el látigo para golpear al primero de los ancianos consejeros, la ventana se abrió de par en par y apareció, en medio de una intensa luz, una hermosa joven. ¡Era una diosa!
– Uru- dijo la diosa- Tus caprichos y tu desdén te han hecho llegar demasiado lejos. No has sido capaz de escuchar a los más sabios, y has despreciado los consejos de tu padre. No sabes lo que es el esfuerzo ni el trabajo, y es hora de que aprendas a valorar todo lo que tienes. A partir de ahora, tendrás que buscar tu propia supervivencia a base de trabajo y esfuerzo…
Y diciendo esto, una nube de luz cubrió a Uru, y al desvanecerse, igual que la diosa, apareció en medio de la estancia una pequeña araña que se fue corriendo hacia un rincón. Una vez allí, comenzó a tejer desesperada una telaraña.
Los consejeros miraron asombrados. Su reina era ahora una araña que no pararía de trabajar sin cesar buscando el perdón de todo lo que hizo mal a lo largo de su vida.
Cuenta una antigua leyenda peruana una historia realmente asombrosa. Hubo una vez un reino muy próspero gracias a la inteligencia y buen hacer de su rey, el gran Kúntur Capac. Era el jefe o cacique del Imperio inca, y derrochaba sabiduría y prudencia en todo lo que hacía.
La gente le adoraba, pero no podía decir lo mismo de su hija, una joven muy bella pero muy caprichosa, que no hacía otra cosa que pensar en los lujos, y pedir sin parar a su padre ricos vestidos y adornos de oro y plata para su lindo cabello.
Uru, que así se llamaba su hija, no quería estudiar, y se pasaba el día dedicándose a su físico, su belleza y sus vestidos.
El padre de Uru estaba muy triste, porque por más que había hablado con ella sobre el error que cometía, no había sido capaz de convencerla.
– Hija- le decía el gran cacique inca- Debes cambiar, hazlo por mi y por todos los súbditos. Un día tendrás que gobernar cuando yo falte, y necesitan a una persona que mire por sus intereses, y no por los tuyos propios…
– Papá, no seas tan aburrido- contestaba con desdén su hija- Ya me las apañaré, no te preocupes tanto.
Pero su padre no podía dejar de preocuparse…
Y el día en el que Kúntur Capac murió llegó, y la joven Uru, para desgracia de todos, fue coronada reina. Al principio, hasta ella estaba tan triste, que se dejaba aconsejar por todos. Y guardó luto a su padre durante una semana, sin malgastar nada de dinero ni desear ningún tipo de bien.
Pero pasados unos días, Uru comenzó a comportarse como siempre. Más aún al conocer cuánto dinero atesoraba el reino. Y comenzó a pedir nuevos vestidos, más adornos de ricas joyas y todo tipo de caprichos.
Los consejeros del reino estaban desesperados. La joven no quería cambiar, ni trabajar. No acudía a las reuniones ni estaba dispuesta a escuchar las quejas de los súbditos. Así que un día, se reunieron y acudieron todos juntos a los aposentos de la reina para explicarle por qué debía cambiar urgentemente.
Uru no quería escuchar a los consejeros. Se enfadó mucho al verles a todos reunidos en su contra, así que llamó a los guardias y exigió que los arrestaran a todos.
– ¡Sois unos insolentes! ¿Cómo sois capaces de decirme a mí, la reina, lo que debo hacer? ¡Guardias, traedme el látigo de cuero de piel de cabra! ¡Voy a castigar a todos estos insolentes con 100 latigazos a cada uno!
El guardia obedeció, por miedo a represalias contra él. Pero cuando la joven y caprichosa Uru levantó el látigo para golpear al primero de los ancianos consejeros, la ventana se abrió de par en par y apareció, en medio de una intensa luz, una hermosa joven. ¡Era una diosa!
– Uru- dijo la diosa- Tus caprichos y tu desdén te han hecho llegar demasiado lejos. No has sido capaz de escuchar a los más sabios, y has despreciado los consejos de tu padre. No sabes lo que es el esfuerzo ni el trabajo, y es hora de que aprendas a valorar todo lo que tienes. A partir de ahora, tendrás que buscar tu propia supervivencia a base de trabajo y esfuerzo…
Y diciendo esto, una nube de luz cubrió a Uru, y al desvanecerse, igual que la diosa, apareció en medio de la estancia una pequeña araña que se fue corriendo hacia un rincón. Una vez allí, comenzó a tejer desesperada una telaraña.
Los consejeros miraron asombrados. Su reina era ahora una araña que no pararía de trabajar sin cesar buscando el perdón de todo lo que hizo mal a lo largo de su vida.