Cuento del arriero blasfemo y el cura
Un día iba de camino un cura montado a lomos de un gran macho que guiaba un arriero que tenía muy buena fama, hacía un entierro en una aldea de la sierra y al llegar a un arroyo dijo el arriero:
«Señor cura, baja el arroyo muy crecido y si no me cago en el Papa Roma el macho no pasa.»
Respondió el cura un tanto enfadado:
«Pero hijo de Dios, ¿Cómo te vas a cagar en el Papa Roma? ¿Cómo dices esas cosas delante de mí?
A lo que el arriero contesto:
«Usted sabrá padre lo que hacemos, pero yo si no le doy un buen palo al macho en las ancas y me cago en el Papa Roma con toas mis ganas, de aquí no pasamos.»
Total que al cura no le quedó más remedio que acceder.
«Agárrese padre»
Dijo el arriero. El cura se agarró con fuerza a la cincha de la atacola por detrás del culo del macho con las dos manos, entonces el arriero lanzo la estaca a las ancas del macho con todas sus fuerzas, con tan mala suerte que le dio al cura en toda la mano.
«Me cago en el Papa Roma» dijo el arriero.
«Y yo en los cardenales, que me has dejao manco, cabrón»
Y así termina el cuento del arriero blasfemo y el cura.
Un día iba de camino un cura montado a lomos de un gran macho que guiaba un arriero que tenía muy buena fama, hacía un entierro en una aldea de la sierra y al llegar a un arroyo dijo el arriero:
«Señor cura, baja el arroyo muy crecido y si no me cago en el Papa Roma el macho no pasa.»
Respondió el cura un tanto enfadado:
«Pero hijo de Dios, ¿Cómo te vas a cagar en el Papa Roma? ¿Cómo dices esas cosas delante de mí?
A lo que el arriero contesto:
«Usted sabrá padre lo que hacemos, pero yo si no le doy un buen palo al macho en las ancas y me cago en el Papa Roma con toas mis ganas, de aquí no pasamos.»
Total que al cura no le quedó más remedio que acceder.
«Agárrese padre»
Dijo el arriero. El cura se agarró con fuerza a la cincha de la atacola por detrás del culo del macho con las dos manos, entonces el arriero lanzo la estaca a las ancas del macho con todas sus fuerzas, con tan mala suerte que le dio al cura en toda la mano.
«Me cago en el Papa Roma» dijo el arriero.
«Y yo en los cardenales, que me has dejao manco, cabrón»
Y así termina el cuento del arriero blasfemo y el cura.