El reno herido
Hace mucho tiempo, cerca de las montañas, había una casita donde vivía una familia muy pobre. Todos los años, entre todos, decoraban la casa para Navidad. Como tenían pocos recursos, su decoración era muy sencilla, hecha a base de cositas que encontraban y de adornos que hacían ellos mismos.
Mientras decoraban la casa, el padre les contaba a sus hijos lo maravilloso que era Papá Noel y lo bien que se portaba con los niños buenos.
Pero a medida que los niños se hacían mayores empezaron a darse cuenta de que Papá Noel a lo mejor no era tan bueno.
Un día Saúl, el mayor de los niños, le preguntó a su papá:
—Papá, ¿nosotros nos portamos bien? ¿Somos buenos niños?
—Claro, Saúl —dijo papá—. Sois los mejores del mundo.
—Entonces, ¿por qué Papá Noel no nos trae los regalos que le pedimos? —preguntó Saúl.
—Papá Noel os trae aquello que considera que más necesitáis —dijo papá—. Además, hay que repartir. Ten en cuenta que hay muchos niños en el mundo.
Saúl no se quedó muy contento con la respuesta. En la escuela había muchos niños que tenían muchas más cosas que él y aun así recibían muchos más regalos por Navidad.
Pero no insistió más y siguió adornando la casa.
Días después, el día de Nochebuena, Saúl vio por la ventana a un animal medio tumbado a pocos metros de su casa. El animal berreaba de una manera muy extraña.
Saúl salió corriendo a ver qué era. Cuando llegó hasta el animal vio que se trataba de un reno que estaba herido en una pata.
Sin pararse a pensar qué hacía un reno junto a su casa, Saúl lo acarició y le dijo:
—Tranquilo, amigo. Voy a ir a casa a buscar algo para curarte.
Saúl tardó solo unos minutos en volver con un botiquín, un cuenco con agua y algo de comer para el reno.
Cuando el niño terminó de curar al animal y este hubo dado buena cuenta del agua y las viandas, le dijo:
—Gracias, muchacho.
Saúl se cayó hacia atrás del susto.
— ¿Hablas? —dijo Saúl.
—Guárdame el secreto —dijo el reno—. Como agradecimiento, pídeme lo que quieras. Conseguiré para ti el mejor regalo del mundo.
Saúl tenía la boca tan abierta que no podía hablar. Cuando se repuso, le dijo al reno:
—El caso es que el mejor regalo del mundo ya lo tengo, ¿sabes? Tengo a mis padres, que me quieren muchísimo, y a mis hermanos, que son maravillosos, aunque algunas veces nos peleemos o nos enfademos por tonterías.
— ¿No quieres nada más? —preguntó el reno.
No necesito nada más —respondió Saúl.
—Entonces le recordaré a Papá Noel que os siga dejando lo mismo que otros años —dijo el reno.
—Pero si solo nos deja jerséis de punto y muñecos de madera —dijo Saúl.
—Y mucho amor, pequeño, y mucho amor —dijo el reno. Y se fue.
Saúl se quedó allí sentado, en el suelo, pensando en lo que le había dicho el reno.
Cuando por fin se repuso y vio a su familia allí, el niño les dijo a todos:
—Sois el mejor regalo del mundo. Ni Papá Noel puede superar eso.
Todos se dieron un gran abrazo y se fueron a preparar la mesa para cenar.
Esa noche Papá Noel pasó por allí y les dejó sus habituales regalos, que los niños abrieron al día siguiente con la misma ilusión de siempre. Allí estaban los jerséis, los juguetes de madera y todo el amor del mundo.
Hace mucho tiempo, cerca de las montañas, había una casita donde vivía una familia muy pobre. Todos los años, entre todos, decoraban la casa para Navidad. Como tenían pocos recursos, su decoración era muy sencilla, hecha a base de cositas que encontraban y de adornos que hacían ellos mismos.
Mientras decoraban la casa, el padre les contaba a sus hijos lo maravilloso que era Papá Noel y lo bien que se portaba con los niños buenos.
Pero a medida que los niños se hacían mayores empezaron a darse cuenta de que Papá Noel a lo mejor no era tan bueno.
Un día Saúl, el mayor de los niños, le preguntó a su papá:
—Papá, ¿nosotros nos portamos bien? ¿Somos buenos niños?
—Claro, Saúl —dijo papá—. Sois los mejores del mundo.
—Entonces, ¿por qué Papá Noel no nos trae los regalos que le pedimos? —preguntó Saúl.
—Papá Noel os trae aquello que considera que más necesitáis —dijo papá—. Además, hay que repartir. Ten en cuenta que hay muchos niños en el mundo.
Saúl no se quedó muy contento con la respuesta. En la escuela había muchos niños que tenían muchas más cosas que él y aun así recibían muchos más regalos por Navidad.
Pero no insistió más y siguió adornando la casa.
Días después, el día de Nochebuena, Saúl vio por la ventana a un animal medio tumbado a pocos metros de su casa. El animal berreaba de una manera muy extraña.
Saúl salió corriendo a ver qué era. Cuando llegó hasta el animal vio que se trataba de un reno que estaba herido en una pata.
Sin pararse a pensar qué hacía un reno junto a su casa, Saúl lo acarició y le dijo:
—Tranquilo, amigo. Voy a ir a casa a buscar algo para curarte.
Saúl tardó solo unos minutos en volver con un botiquín, un cuenco con agua y algo de comer para el reno.
Cuando el niño terminó de curar al animal y este hubo dado buena cuenta del agua y las viandas, le dijo:
—Gracias, muchacho.
Saúl se cayó hacia atrás del susto.
— ¿Hablas? —dijo Saúl.
—Guárdame el secreto —dijo el reno—. Como agradecimiento, pídeme lo que quieras. Conseguiré para ti el mejor regalo del mundo.
Saúl tenía la boca tan abierta que no podía hablar. Cuando se repuso, le dijo al reno:
—El caso es que el mejor regalo del mundo ya lo tengo, ¿sabes? Tengo a mis padres, que me quieren muchísimo, y a mis hermanos, que son maravillosos, aunque algunas veces nos peleemos o nos enfademos por tonterías.
— ¿No quieres nada más? —preguntó el reno.
No necesito nada más —respondió Saúl.
—Entonces le recordaré a Papá Noel que os siga dejando lo mismo que otros años —dijo el reno.
—Pero si solo nos deja jerséis de punto y muñecos de madera —dijo Saúl.
—Y mucho amor, pequeño, y mucho amor —dijo el reno. Y se fue.
Saúl se quedó allí sentado, en el suelo, pensando en lo que le había dicho el reno.
Cuando por fin se repuso y vio a su familia allí, el niño les dijo a todos:
—Sois el mejor regalo del mundo. Ni Papá Noel puede superar eso.
Todos se dieron un gran abrazo y se fueron a preparar la mesa para cenar.
Esa noche Papá Noel pasó por allí y les dejó sus habituales regalos, que los niños abrieron al día siguiente con la misma ilusión de siempre. Allí estaban los jerséis, los juguetes de madera y todo el amor del mundo.