Leyenda--ADOLFO
Laura era una niña huérfana que vivía con su abuelo Ramón en una granja del norte de España. Como apenas salía de la granja para ir al colegio, Laura no tenía muchos amigos y su afición favorita era pasear por el bosque en busca de animales salvajes. Estos eran sus verdaderos amigos y ella no les tenía ningún miedo, ni siquiera a los lobos con los que a veces se encontraba durante sus paseos.
Un día, mientras recogía los huevos de sus gallinas, el abuelo de Laura encontró a un niño con aspecto de vagabundo, que se había quedado dormido en el gallinero. Aquel muchacho dijo llamarse Adolfo y, según sus propias palabras, no tenía familia ni hogar. El anciano, compadecido, lo acogió y le permitió quedarse en la granja a cambio de que lo ayudara en las tareas del campo.
Adolfo se puso muy contento y no tardó en hacerse amigo de Laura (que tuvo que enseñarle a leer y escribir, porque el pequeño vagabundo nunca había ido a la escuela). El abuelo de Laura murió algunos años después, pero Adolfo, que era fuerte y trabajador, siguió ocupándose de la granja.
Su amistad con Laura dio paso al amor y, aunque nunca llegaron a casarse, tuvieron dos preciosos mellizos: un niño y una niña, a los que llamaron, respectivamente, Roi y Ángela. Laura estaba muy contenta desde que era madre, pero Adolfo, aunque quería mucho a sus hijos, parecía cada vez más preocupado, como si albergara algún miedo oculto en el corazón.
Un día Adolfo y Laura fueron juntos a la ciudad para comprarles juguetes a los niños, que se quedaron en la granja con una amiga de su madre. Cuando salieron del centro comercial, Laura puso mala cara y dijo:
-Vaya, me dejé el bolso en la juguetería.
-Pues vete por él. Yo me quedo aquí vigilando los paquetes, ¿vale?
-Vale, no tardo nada.
Laura recuperó su bolso y, para ganar tiempo, decidió salir por el parking. Allí se encontró con tres hombres de mal aspecto, uno de los cuales la agarró por un brazo y le dijo:
-No tengas tanta prisa, guapa. Ven a divertirte con nosotros.
Mientras esperaba a Laura, Adolfo observaba con nostalgia a los pájaros que volaban hacia los bosques. De pronto sintió que algo iba mal y fue corriendo en busca de Laura.
Cuando vio que aquellos hombres estaban intentando violarla, Adolfo se echó sobre ellos y los derribó a todos rápidamente, manifestando una fuerza casi sobrehumana. Pero el líder de la banda sacó un revólver y le disparó desde el suelo. Adolfo, loco de dolor y cólera, saltó sobre aquel hombre y le destrozó la garganta a mordiscos, como si fuera un animal salvaje. Los otros delincuentes huyeron aterrorizados, pero Adolfo, que había perdido mucha sangre, cayó desvanecido en los brazos de Laura. Esta intentó darle alientos, pero él le dijo con voz agonizante:
-No, Laura ya es demasiado tarde. Cuida de nuestros hijos y, cuando te pidan un cuento de hadas, cuéntales la historia de un lobo salvaje que se enamoró de una hija de los hombres. Entonces aquel lobo se marchó hacia el bosque misterioso donde vive Nyarlathotep, el dios de las tinieblas, y le pidió un cuerpo de hombre, para poder vivir con la chica que ocupaba sus sueños. Pero a cambio de eso tuvo que prometerle su alma al dios de la noche, cuando él quisiera reclamarla. Dime, Laura, ¿no oyes cómo él me llama?
Adolfo calló y murió. Entonces Laura empezó a sollozar, mientras varios agentes de seguridad aparecían en el parking, atraídos por los ecos del disparo.
Cuando pudo volver a casa, Laura abrazó a sus hijos y dijo en voz alta para sí misma, mientras sus ojos seguían llorando:
- ¡No, no puede ser cierto, tenía que estar delirando! Porque si algo así fuera verdad… ¡Dios mío, qué sería de nosotros!
Entonces, sus hijos, contagiados de su tristeza, también empezaron a llorar. Y mientras lloraban emitían unos gemidos que tenían muy poco de humanos.
Laura era una niña huérfana que vivía con su abuelo Ramón en una granja del norte de España. Como apenas salía de la granja para ir al colegio, Laura no tenía muchos amigos y su afición favorita era pasear por el bosque en busca de animales salvajes. Estos eran sus verdaderos amigos y ella no les tenía ningún miedo, ni siquiera a los lobos con los que a veces se encontraba durante sus paseos.
Un día, mientras recogía los huevos de sus gallinas, el abuelo de Laura encontró a un niño con aspecto de vagabundo, que se había quedado dormido en el gallinero. Aquel muchacho dijo llamarse Adolfo y, según sus propias palabras, no tenía familia ni hogar. El anciano, compadecido, lo acogió y le permitió quedarse en la granja a cambio de que lo ayudara en las tareas del campo.
Adolfo se puso muy contento y no tardó en hacerse amigo de Laura (que tuvo que enseñarle a leer y escribir, porque el pequeño vagabundo nunca había ido a la escuela). El abuelo de Laura murió algunos años después, pero Adolfo, que era fuerte y trabajador, siguió ocupándose de la granja.
Su amistad con Laura dio paso al amor y, aunque nunca llegaron a casarse, tuvieron dos preciosos mellizos: un niño y una niña, a los que llamaron, respectivamente, Roi y Ángela. Laura estaba muy contenta desde que era madre, pero Adolfo, aunque quería mucho a sus hijos, parecía cada vez más preocupado, como si albergara algún miedo oculto en el corazón.
Un día Adolfo y Laura fueron juntos a la ciudad para comprarles juguetes a los niños, que se quedaron en la granja con una amiga de su madre. Cuando salieron del centro comercial, Laura puso mala cara y dijo:
-Vaya, me dejé el bolso en la juguetería.
-Pues vete por él. Yo me quedo aquí vigilando los paquetes, ¿vale?
-Vale, no tardo nada.
Laura recuperó su bolso y, para ganar tiempo, decidió salir por el parking. Allí se encontró con tres hombres de mal aspecto, uno de los cuales la agarró por un brazo y le dijo:
-No tengas tanta prisa, guapa. Ven a divertirte con nosotros.
Mientras esperaba a Laura, Adolfo observaba con nostalgia a los pájaros que volaban hacia los bosques. De pronto sintió que algo iba mal y fue corriendo en busca de Laura.
Cuando vio que aquellos hombres estaban intentando violarla, Adolfo se echó sobre ellos y los derribó a todos rápidamente, manifestando una fuerza casi sobrehumana. Pero el líder de la banda sacó un revólver y le disparó desde el suelo. Adolfo, loco de dolor y cólera, saltó sobre aquel hombre y le destrozó la garganta a mordiscos, como si fuera un animal salvaje. Los otros delincuentes huyeron aterrorizados, pero Adolfo, que había perdido mucha sangre, cayó desvanecido en los brazos de Laura. Esta intentó darle alientos, pero él le dijo con voz agonizante:
-No, Laura ya es demasiado tarde. Cuida de nuestros hijos y, cuando te pidan un cuento de hadas, cuéntales la historia de un lobo salvaje que se enamoró de una hija de los hombres. Entonces aquel lobo se marchó hacia el bosque misterioso donde vive Nyarlathotep, el dios de las tinieblas, y le pidió un cuerpo de hombre, para poder vivir con la chica que ocupaba sus sueños. Pero a cambio de eso tuvo que prometerle su alma al dios de la noche, cuando él quisiera reclamarla. Dime, Laura, ¿no oyes cómo él me llama?
Adolfo calló y murió. Entonces Laura empezó a sollozar, mientras varios agentes de seguridad aparecían en el parking, atraídos por los ecos del disparo.
Cuando pudo volver a casa, Laura abrazó a sus hijos y dijo en voz alta para sí misma, mientras sus ojos seguían llorando:
- ¡No, no puede ser cierto, tenía que estar delirando! Porque si algo así fuera verdad… ¡Dios mío, qué sería de nosotros!
Entonces, sus hijos, contagiados de su tristeza, también empezaron a llorar. Y mientras lloraban emitían unos gemidos que tenían muy poco de humanos.