La sombra en el velatorio
Al día siguiente cuando salí del trabajo, me pasé por el cementerio para el entierro de Celine. No estaba rodeada entre sus familiares y amigos, estaba escondida detrás de un árbol a varios metros de todos ellos. Evitaba que viesen a la persona causante de su terrible muerte. Una máquina que transportaba su ataúd fue apareciendo entre la multitud, dejándola donde descansaría eternamente.
—Está descansando en paz. No te preocupes por ella —me dijo el Shisa dejando su posición de guardián, acercándose unos centímetros a mí.
—Fui la culpable de su muerte. —La conocía de pocos días, pero, fue la única persona en mi mundo que intentó contactar con Samuel.
—Según me contaste, no influiste en su muerte —le conté como ocurrió todo—. Ella murió por sus poderes sobrenaturales. Da gracias a sus poderes, si no, hoy estaríamos más abajo. —Le miré—. A lo mejor estarías enterrando directamente a tus padres, o a algún humano muy cercano —sus palabras eran lo más cercano al consuelo—. Sin saberlo Celine se sacrificó para que no matasen a otro humano. Le estarás eternamente agradecida.
—Gracias —le decía a Celine a esa distancia mientras me secaba la humedad de mis ojos—. ¿Me escuchará si le habló como lo hace Samuel delante de su tumba?
—No —dijo rotundamente—. Los mortales muertos, muertos están. Eso es una fantasía que os habéis ido inventando los humanos a través de vuestra corta existencia. —Sus palabras habían dejado de consolarme, convirtiéndose en una apagada tortura al oír aquello que me estaba contando—. Siempre me ha fascinado la imaginación de los mortales, creando y destruyendo leyendas y mitos. —Fue la primera vez que mostró un rostro con humanidad al sonreír fantasiosamente.
— ¿Una fantasía? —le pregunté viendo como la mayoría de la gente se estaba alejando, quedando solo tres personas. —Sois mortales. No tenéis poder para oír las palabras de los humanos que os hablan desde este mundo. —No terminaba de acostumbrarme a sus frías explicaciones, helando mis emociones a cada una de ellas.
— ¿Y los espíritus que vemos en nuestro mundo? ¿También es una fantasía nuestra?
—No. Esos son almas que prefieren quedarse atrapadas en tu mundo para seguir viendo a sus seres queridos. —Iba a decirle lo precioso de esa acción pero, al continuar hablando borré esa idea de mi mente—. Pero recuerda —me dijo esta vez mirándome—, sois mortales y, la eternidad es muy larga. — ¿La eternidad?
—Se les conoce como almas malditas. Al pasar los siglos y milenios, muchas de esas almas se convierten en lo que los mortales llamáis demonios, devorados por una intensa locura al recordar que el último ser querido que falleció fue hace siglos o milenios.
—Si me acerco y le empiezo hablar, no sería más que un monólogo. —Fue una afirmación que reflexionaba a la vez que la pronunciaba.
—Sí.
Aun sabiendo las palabras del Shisa, me acerqué a su tumba y coloqué mis dedos sobre su lápida, dedicándole unas palabras en voz alta cuando finalmente se quedó sola.
—Sabiendo que tus palabras no las va a oír, has decidido venir y hablarle. —Su fascinación era igual que la de un niño cuando ve por primera vez la inmensidad del mar. — ¿Los Shisas no tenéis sentimientos? —le pregunté sin dejar de apoyar mis dedos sobre su lápida.
—No. Sería un suicidio que un ser inmortal tuviese sentimientos; pasaríamos toda la eternidad torturados. ¿Cuántos sentimientos crees que debería llevar en mis más de 30.000 años de vida? —No pronuncié nada al revelarme su edad, meditando todas las experiencias traumáticas que se pueden vivir en 30.000 años—. He perdido a algunos de mi especie en todos esos años. El último, fue hace 600 años mientras protegía a un ser mortal.
— ¿A un humano?
—No. No sois los únicos mortales en lo que llamáis universo. Pero eso, se os escapa de vuestros conocimientos elementales sobre el mundo que os rodea.
— ¿No lloraste? —Mis dedos seguían sobre la lápida, pero mis ojos estaban sobre él oyendo sus palabras con paciencia.
—Soy inmortal. El día que me maten, no quiero que otro Shisa sufra eternamente por mí. —Antes de abandonar el cementerio nos acercamos a la tumba de Samuel, pudiendo ver como Khag seguía apoyado sobre la cruz como siempre.
Al día siguiente cuando salí del trabajo, me pasé por el cementerio para el entierro de Celine. No estaba rodeada entre sus familiares y amigos, estaba escondida detrás de un árbol a varios metros de todos ellos. Evitaba que viesen a la persona causante de su terrible muerte. Una máquina que transportaba su ataúd fue apareciendo entre la multitud, dejándola donde descansaría eternamente.
—Está descansando en paz. No te preocupes por ella —me dijo el Shisa dejando su posición de guardián, acercándose unos centímetros a mí.
—Fui la culpable de su muerte. —La conocía de pocos días, pero, fue la única persona en mi mundo que intentó contactar con Samuel.
—Según me contaste, no influiste en su muerte —le conté como ocurrió todo—. Ella murió por sus poderes sobrenaturales. Da gracias a sus poderes, si no, hoy estaríamos más abajo. —Le miré—. A lo mejor estarías enterrando directamente a tus padres, o a algún humano muy cercano —sus palabras eran lo más cercano al consuelo—. Sin saberlo Celine se sacrificó para que no matasen a otro humano. Le estarás eternamente agradecida.
—Gracias —le decía a Celine a esa distancia mientras me secaba la humedad de mis ojos—. ¿Me escuchará si le habló como lo hace Samuel delante de su tumba?
—No —dijo rotundamente—. Los mortales muertos, muertos están. Eso es una fantasía que os habéis ido inventando los humanos a través de vuestra corta existencia. —Sus palabras habían dejado de consolarme, convirtiéndose en una apagada tortura al oír aquello que me estaba contando—. Siempre me ha fascinado la imaginación de los mortales, creando y destruyendo leyendas y mitos. —Fue la primera vez que mostró un rostro con humanidad al sonreír fantasiosamente.
— ¿Una fantasía? —le pregunté viendo como la mayoría de la gente se estaba alejando, quedando solo tres personas. —Sois mortales. No tenéis poder para oír las palabras de los humanos que os hablan desde este mundo. —No terminaba de acostumbrarme a sus frías explicaciones, helando mis emociones a cada una de ellas.
— ¿Y los espíritus que vemos en nuestro mundo? ¿También es una fantasía nuestra?
—No. Esos son almas que prefieren quedarse atrapadas en tu mundo para seguir viendo a sus seres queridos. —Iba a decirle lo precioso de esa acción pero, al continuar hablando borré esa idea de mi mente—. Pero recuerda —me dijo esta vez mirándome—, sois mortales y, la eternidad es muy larga. — ¿La eternidad?
—Se les conoce como almas malditas. Al pasar los siglos y milenios, muchas de esas almas se convierten en lo que los mortales llamáis demonios, devorados por una intensa locura al recordar que el último ser querido que falleció fue hace siglos o milenios.
—Si me acerco y le empiezo hablar, no sería más que un monólogo. —Fue una afirmación que reflexionaba a la vez que la pronunciaba.
—Sí.
Aun sabiendo las palabras del Shisa, me acerqué a su tumba y coloqué mis dedos sobre su lápida, dedicándole unas palabras en voz alta cuando finalmente se quedó sola.
—Sabiendo que tus palabras no las va a oír, has decidido venir y hablarle. —Su fascinación era igual que la de un niño cuando ve por primera vez la inmensidad del mar. — ¿Los Shisas no tenéis sentimientos? —le pregunté sin dejar de apoyar mis dedos sobre su lápida.
—No. Sería un suicidio que un ser inmortal tuviese sentimientos; pasaríamos toda la eternidad torturados. ¿Cuántos sentimientos crees que debería llevar en mis más de 30.000 años de vida? —No pronuncié nada al revelarme su edad, meditando todas las experiencias traumáticas que se pueden vivir en 30.000 años—. He perdido a algunos de mi especie en todos esos años. El último, fue hace 600 años mientras protegía a un ser mortal.
— ¿A un humano?
—No. No sois los únicos mortales en lo que llamáis universo. Pero eso, se os escapa de vuestros conocimientos elementales sobre el mundo que os rodea.
— ¿No lloraste? —Mis dedos seguían sobre la lápida, pero mis ojos estaban sobre él oyendo sus palabras con paciencia.
—Soy inmortal. El día que me maten, no quiero que otro Shisa sufra eternamente por mí. —Antes de abandonar el cementerio nos acercamos a la tumba de Samuel, pudiendo ver como Khag seguía apoyado sobre la cruz como siempre.