Leyendas e Historias de mi Albaicin
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Aquella fría mañana de invierno de 1585 Miguel de Luna, médico morisco y traductor de lenguas arábicas esperaba ansioso en la ladera del cerro del sol a su estimado maestro el eminente médico y también traductor Alonso del Castillo.
Esta no era una cita cualquiera, era un encuentro estudiado y planeado en un lugar alejado de los espías de la Santa inquisición.
Los tiempos que estaban viviendo los moriscos (musulmanes convertidos al cristianismo) en esta época no era fácil. Es cierto que, hasta pocos años atrás se había respetado el espíritu de tolerancia firmado en las capitulaciones entre Boabdil y los Reyes católicos, los musulmanes que tras la reconquista decidieron no exiliarse debían convertirse al cristianismo y así lo hicieron, formalmente, no así en la intimidad de su hogar, donde, en secreto mantenían sus costumbres musulmanas. Esta tolerancia se iba desgastando con el tiempo. Los moriscos se sentían poco considerados, maltratados socialmente, marginados a pesar de encontrarse entre ellos grandes eminencias de las letras, la medicina, la arquitectura... Acosados por la inquisición bajo una vigilancia constante que sacara a la luz cualquier práctica sospechosa que no fuera cristiana. Incluso el cardenal Cisneros quemó en plaza Bib rambla todos los libros y manuscritos en árabe que encontró en la biblioteca de la Madraza.
Debido a esta insostenible situación estos dos ilustres moriscos se citaron para urdir una trama y conseguir que la sociedad los aceptase sin tener en cuenta su pasado árabe.
No podemos saber en que consistía el plan, ni si prosperó o no, lo seguro es que años después en 1595 excavando en unas cuevas del monte de Valparaiso aparecieron unas láminas redondas de plomo grabadas con extraños caracteres, una mezcla entre árabe antiguo y latín.
Lo más curioso es que el Arzobispado encargó la traducción de estos peculiares manuscritos a los dos hombres más eruditos y cultos del momento: Alonso del Castillo y el que fue su discípulo Miguel de Luna. Sus versiones coincidieron, estos escritos fusionaban las religiones cristiana e islámica, dataron los libros al rededor del siglo I de nuestra era y daban a entender que algunos de nuestros mártires cristianos como San Cecilio entre otros eran de origen árabe y fueron torturados y quemados en la época de los romanos bajo las órdenes de Nerón.
Estos documentos fueron considerados auténticos por la Iglesia y por tanto venerados y se conocieron como Libros Plúmbeos. El monte de Valparaiso pasó a llamarse Sacro Monte por los huesos de los Santos mártires que encontraron junto a los libros.
Tanto creció el fervor hacia estos mártires cristiano musulmanes que sobre la antigua cueva donde se hallaron las reliquias fue construida una gran abadía en la que aún hoy se continúa venerando sus huesos.
La iglesia tardó casi 100 años en anunciar que esos libros plúmbeos eran falsos, pero para entonces la figura de San Cecilio estaba tan arraigada en Granada y la creencia tan extendida que se llegó a convertir en el patrón de la ciudad.
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Aquella fría mañana de invierno de 1585 Miguel de Luna, médico morisco y traductor de lenguas arábicas esperaba ansioso en la ladera del cerro del sol a su estimado maestro el eminente médico y también traductor Alonso del Castillo.
Esta no era una cita cualquiera, era un encuentro estudiado y planeado en un lugar alejado de los espías de la Santa inquisición.
Los tiempos que estaban viviendo los moriscos (musulmanes convertidos al cristianismo) en esta época no era fácil. Es cierto que, hasta pocos años atrás se había respetado el espíritu de tolerancia firmado en las capitulaciones entre Boabdil y los Reyes católicos, los musulmanes que tras la reconquista decidieron no exiliarse debían convertirse al cristianismo y así lo hicieron, formalmente, no así en la intimidad de su hogar, donde, en secreto mantenían sus costumbres musulmanas. Esta tolerancia se iba desgastando con el tiempo. Los moriscos se sentían poco considerados, maltratados socialmente, marginados a pesar de encontrarse entre ellos grandes eminencias de las letras, la medicina, la arquitectura... Acosados por la inquisición bajo una vigilancia constante que sacara a la luz cualquier práctica sospechosa que no fuera cristiana. Incluso el cardenal Cisneros quemó en plaza Bib rambla todos los libros y manuscritos en árabe que encontró en la biblioteca de la Madraza.
Debido a esta insostenible situación estos dos ilustres moriscos se citaron para urdir una trama y conseguir que la sociedad los aceptase sin tener en cuenta su pasado árabe.
No podemos saber en que consistía el plan, ni si prosperó o no, lo seguro es que años después en 1595 excavando en unas cuevas del monte de Valparaiso aparecieron unas láminas redondas de plomo grabadas con extraños caracteres, una mezcla entre árabe antiguo y latín.
Lo más curioso es que el Arzobispado encargó la traducción de estos peculiares manuscritos a los dos hombres más eruditos y cultos del momento: Alonso del Castillo y el que fue su discípulo Miguel de Luna. Sus versiones coincidieron, estos escritos fusionaban las religiones cristiana e islámica, dataron los libros al rededor del siglo I de nuestra era y daban a entender que algunos de nuestros mártires cristianos como San Cecilio entre otros eran de origen árabe y fueron torturados y quemados en la época de los romanos bajo las órdenes de Nerón.
Estos documentos fueron considerados auténticos por la Iglesia y por tanto venerados y se conocieron como Libros Plúmbeos. El monte de Valparaiso pasó a llamarse Sacro Monte por los huesos de los Santos mártires que encontraron junto a los libros.
Tanto creció el fervor hacia estos mártires cristiano musulmanes que sobre la antigua cueva donde se hallaron las reliquias fue construida una gran abadía en la que aún hoy se continúa venerando sus huesos.
La iglesia tardó casi 100 años en anunciar que esos libros plúmbeos eran falsos, pero para entonces la figura de San Cecilio estaba tan arraigada en Granada y la creencia tan extendida que se llegó a convertir en el patrón de la ciudad.