SIN ZAPATOS
Es curioso, el ser humano es sorprendente y celebra las cosas más insospechadas, aquella noche fui a celebrar con mis colegas mi inesperado despido laboral, así que con el sobre del último salario compré unas cervezas y me fui a su piso. Fumamos unos petardos de su excelente cosecha de María y ya llevábamos un par de cervezas cuando a Carlos se le ocurrió bajar a la calle a respirar la noche del verano y yo bajé sin zapatos por no buscarlos entre el caos de la casa. Cuando llegué a la calle mi amigo estaba subido encima de un coche cantando y me subí con él. A los pocos minutos aparecieron dos coches de policía, Juan Manuel salió corriendo y nos pidieron cuentas a Carlos y a mi. Yo no llevaba documentación y no debía decir que estábamos enfrente de casa por no complicar la cosa con la marihuana que ellos pudieran tener, bajamos del techo y nos disculpamos, nuestro estado de embriaguez era de cachondeo, con esa risa tonta, estúpida y cínica que nos causan los porros y que tanto debió molestarles. Carlos estaba en orden, fumado y borracho pero con documentación. Yo le dije que no llevaba mi documento, y que por no llevar... ¡no llevaba ni zapatos!.... Fue decir esto y soltar Carlos una carcajada que se me contagió hasta el extremo de no poder parar de reír hasta que escuchamos más coches de policía llegar mientras dos de ellos me agarraban cada uno de un brazo y me tiraban al suelo, uno me pisó la cabeza, otro la mano y de los otros coches bajaron más policías que se echaron encima para acojonarme, y lo consiguieron. Los tres números de la policía local dijeron que yo les había amenazado en posición pugilística y Carlos estaba estático como una estatua marmórea incapaz de abrir la boca ni moverse.
Alucinado, magullado y sin zapatos me entregaron a la Policía Nacional que, en cuanto vieron las magulladuras, me llevaron a un centro médico. Fui atendido, se me recomendó entablillado de la mano, curas y antinflamatorios que nunca llegaron a darme ni a entablillar ni a curar. Me metieron en el calabozo la madrugada del viernes y hasta el lunes no podría salir dependiendo de lo que dictaminase un juez. ¡Dios mío!, no podía creerme aquella situación kafkiana hasta que apareció una mujer, abogada mía, a la que le di el teléfono de mi madre para avisarle y nunca la llamaron incumpliendo uno de los derechos del detenido. Para eso están las novias, ella avisó a mi madre y todo comenzó a marchar; amaneció y yo seguía allí, encerrado, y hacía el mediodía me abrieron las puertas a la calle, en aquél momento no sabía que mi madre había hablado con su tío y su tío con un amigo que tenía otro amigo que... Al salir a la calle estaban ellas, mi madre y mi novia con mis zapatos, al abrazarme notó mis chichones y me llevó al Hospital, llegó mi padre y acabamos gritando, se fue y yo salí con la mano entablillada, un collarín en el cuello y el orgullo maltrecho, sin cura.
El lunes hubo un interrogatorio en los juzgados, citas con el forense y, días más tarde, por fin un juicio donde se me acusaba de una falta por abollar el techo del coche (juro que ni Carlos ni yo hicimos aquellas abolladuras que nos mostraron en las fotos) y un delito de desacato y agresión a la autoridad en el que pedían dos años de cárcel...
Salí absuelto del delito, afortunadamente aún creo en la justicia y en la jueza que me asistió, aunque tuve que pagar los desperfectos del coche y dos multas a razón de una cantidad diaria que prefiero ya ni recalcular....
A pesar de quedarme impotente y rabioso por no poder arremeter justamente y dejar bien claro el abuso que sufrí aquella noche... ya pasó todo...
Aún conservo aquellos zapatos; nadie intentó comprobar si, en verdad, los llevaba o no...
Es curioso, el ser humano es sorprendente y celebra las cosas más insospechadas, aquella noche fui a celebrar con mis colegas mi inesperado despido laboral, así que con el sobre del último salario compré unas cervezas y me fui a su piso. Fumamos unos petardos de su excelente cosecha de María y ya llevábamos un par de cervezas cuando a Carlos se le ocurrió bajar a la calle a respirar la noche del verano y yo bajé sin zapatos por no buscarlos entre el caos de la casa. Cuando llegué a la calle mi amigo estaba subido encima de un coche cantando y me subí con él. A los pocos minutos aparecieron dos coches de policía, Juan Manuel salió corriendo y nos pidieron cuentas a Carlos y a mi. Yo no llevaba documentación y no debía decir que estábamos enfrente de casa por no complicar la cosa con la marihuana que ellos pudieran tener, bajamos del techo y nos disculpamos, nuestro estado de embriaguez era de cachondeo, con esa risa tonta, estúpida y cínica que nos causan los porros y que tanto debió molestarles. Carlos estaba en orden, fumado y borracho pero con documentación. Yo le dije que no llevaba mi documento, y que por no llevar... ¡no llevaba ni zapatos!.... Fue decir esto y soltar Carlos una carcajada que se me contagió hasta el extremo de no poder parar de reír hasta que escuchamos más coches de policía llegar mientras dos de ellos me agarraban cada uno de un brazo y me tiraban al suelo, uno me pisó la cabeza, otro la mano y de los otros coches bajaron más policías que se echaron encima para acojonarme, y lo consiguieron. Los tres números de la policía local dijeron que yo les había amenazado en posición pugilística y Carlos estaba estático como una estatua marmórea incapaz de abrir la boca ni moverse.
Alucinado, magullado y sin zapatos me entregaron a la Policía Nacional que, en cuanto vieron las magulladuras, me llevaron a un centro médico. Fui atendido, se me recomendó entablillado de la mano, curas y antinflamatorios que nunca llegaron a darme ni a entablillar ni a curar. Me metieron en el calabozo la madrugada del viernes y hasta el lunes no podría salir dependiendo de lo que dictaminase un juez. ¡Dios mío!, no podía creerme aquella situación kafkiana hasta que apareció una mujer, abogada mía, a la que le di el teléfono de mi madre para avisarle y nunca la llamaron incumpliendo uno de los derechos del detenido. Para eso están las novias, ella avisó a mi madre y todo comenzó a marchar; amaneció y yo seguía allí, encerrado, y hacía el mediodía me abrieron las puertas a la calle, en aquél momento no sabía que mi madre había hablado con su tío y su tío con un amigo que tenía otro amigo que... Al salir a la calle estaban ellas, mi madre y mi novia con mis zapatos, al abrazarme notó mis chichones y me llevó al Hospital, llegó mi padre y acabamos gritando, se fue y yo salí con la mano entablillada, un collarín en el cuello y el orgullo maltrecho, sin cura.
El lunes hubo un interrogatorio en los juzgados, citas con el forense y, días más tarde, por fin un juicio donde se me acusaba de una falta por abollar el techo del coche (juro que ni Carlos ni yo hicimos aquellas abolladuras que nos mostraron en las fotos) y un delito de desacato y agresión a la autoridad en el que pedían dos años de cárcel...
Salí absuelto del delito, afortunadamente aún creo en la justicia y en la jueza que me asistió, aunque tuve que pagar los desperfectos del coche y dos multas a razón de una cantidad diaria que prefiero ya ni recalcular....
A pesar de quedarme impotente y rabioso por no poder arremeter justamente y dejar bien claro el abuso que sufrí aquella noche... ya pasó todo...
Aún conservo aquellos zapatos; nadie intentó comprobar si, en verdad, los llevaba o no...