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PEDRO MARTINEZ: La risa o la vida...

La risa o la vida

Había una vez un tipo que era más soso que un pan sin sal, más aburrido que un verano sin piscina y más parado que una bicicleta con las ruedas pinchadas.

Pero aquel tipo estaba decidido a cambiar su suerte. Estaba dispuesta a convertirse en el alma de todas las fiestas, a ser el más popular en todos los saraos y más demandado en todas las reuniones de amigos.

La cuestión es que no era nada fácil. Porque aquel muchacho era un soso, un aburrido y un parado. ¿Qué podía hacer, si no sabía ni reírse con gracia?

— ¡Ya lo tengo! —exclamó. Y se vistió de atracador.

Sí, sí; de atracador.

Aquel tipo estaba convencido de que, si no podía ser gracioso, divertido e interesante, podría robar todas aquellas virtudes a la gente.

Vestido de atracador, con su pasamontañas y todo de negro, con cuello alto y guantes de cuero, y una botella de refresco vacía en un bolsillo, se lanzó a la calle. En pleno verano.

Sí, sí; en pleno verano.

Estaba tan emocionado que no sentía calor. Bueno, sí, mucho, pero era de la emoción. Y así se metió en el primer local que encontró. Un banco.

Todo decidido, ante la mirada expectante de todos los presentes, el tipo sacó la botella de plástico vacía y, apuntando a la gente, gritó:

— ¡La risa o la vida!

—Querrá usted decir, la bolsa o la vida, ¿no? —dijo uno de los trabajadores de la oficina.

No, no. La risa o la vida, lo he dicho bien —dijo el atracador, quitando el tapón de la botella.

Sin poder evitarlo, la gente empezó a reírse a carcajadas. Algunos, incluso lloraban de la risa. El atracador, mientras tanto, fue con su botella, colocándola de manera que aquellas risas entraran en la botella. Después de un rato, colocó el tapón y se fue.

Cuando llegó a casa, el tipo abrió la botella y se bebió su contenido. Bueno, hizo como que se lo bebía, porque allí líquidos no había.

— ¡Sí! —exclamó—. Ahora me siento más divertido.

Y con las mismas se fue a una fiesta familiar. Y lo consiguió: fue el alma de la fiesta.

Pero al día siguiente, cuando quedó con sus amigos, volvió a ser el mismo de siempre.

— ¡No puede ser! —dijo para sí mismo—. Mañana tendré que volver a atracar a la gente.

Y desde entonces, aquel tipo se viste de atracador y va con su cuento de “la risa o la vida” por la ciudad. Y no tiene ningún problema en atracar incluso a los agentes de policía que, con mucha guasa, se dan lo que pide.

Tal vez algún día el tipo este se dé cuenta de que todo lo que necesita para ser divertido y locuaz lo tiene dentro de sí mismo, y que no tiene que ir haciendo rarezas para conseguir lo que quiere. Pero mientras tanto, toda la ciudad pasa un rato divertido y sale de su rutina. Porque no es tan fácil encontrar ocasiones para reírse a carcajadas a menudo todos los días. ¿O sí?