La cueva de Altamira donde se encontraron las pinturas Rupestres
Un día de 1868, un cazador salió al campo con su perro. El animal, al perseguir a una presa, quedó atrapado entre unas rocas. Cuando el dueño fue a rescatarle descubrió oculta la entrada de una cueva que hasta entonces nadie había explorado nunca. La cosa es que aquel hombre no le prestó mucha atención y ni siquiera llegó a entrar. De todos modos, al llegar a su pueblo, Santillana del Mar, les contó todo a sus vecinos lo que había pasado.
La noticia empezó a circular hasta que se enteró Marcelino Sanz de Sautuola, un hombre muy rico y aficionado a la Arqueología. Este se decidió a explorar la cueva con la certeza de que se encontraría algo interesante. Se fue con su hija pequeña creyendo que encontraría huesos o algún objeto de la Prehistoria. Sin embargo, lo que descubrió fueron unas pinturas en el techo. Las que hoy conforman la maravillosa cueva de Altamira, una auténtica joya del arte rupestre. Fueron pintadas durante la Edad de Piedra, en el período del Paleolítico Superior.
Los estudios estiman que la cueva empezó a habitarse hace 35.000 años y que, durante milenios, diferentes personas fueron pintando sus techos y paredes. Lo bueno es que las pinturas se conservaron casi intactas hasta que ese señor las descubrió y aún lo están hoy en día. Como decimos, la cueva original no está abierta al público y lo que se puede ver es la réplica exacta que hay en el museo.
La cueva no es muy grande y se divide en varias partes. Cerca de la entrada los hombres y mujeres de la Prehistoria cocinaban, fabricaban armas y utensilios. En la zona más interior reina la oscuridad y es donde pintaron decenas de animales salvajes en techos y paredes (caballos, ciervos, jabalíes…). La sala más importante está llena de pinturas de bisontes.
Lógicamente, los autores de aquellas pinturas rupestres no tenían pinceles como los de hoy día. Lo que usaban eran piedras afiladas para grabar las imágenes en la roca. Después, como pintura usaban carbón y otros minerales machacados y mezclados con agua o grasa animal. Para pintar tan bien a los animales de su entorno los observaban primero detenidamente para poder retratarlos en diferentes posturas y movimientos.
Un día de 1868, un cazador salió al campo con su perro. El animal, al perseguir a una presa, quedó atrapado entre unas rocas. Cuando el dueño fue a rescatarle descubrió oculta la entrada de una cueva que hasta entonces nadie había explorado nunca. La cosa es que aquel hombre no le prestó mucha atención y ni siquiera llegó a entrar. De todos modos, al llegar a su pueblo, Santillana del Mar, les contó todo a sus vecinos lo que había pasado.
La noticia empezó a circular hasta que se enteró Marcelino Sanz de Sautuola, un hombre muy rico y aficionado a la Arqueología. Este se decidió a explorar la cueva con la certeza de que se encontraría algo interesante. Se fue con su hija pequeña creyendo que encontraría huesos o algún objeto de la Prehistoria. Sin embargo, lo que descubrió fueron unas pinturas en el techo. Las que hoy conforman la maravillosa cueva de Altamira, una auténtica joya del arte rupestre. Fueron pintadas durante la Edad de Piedra, en el período del Paleolítico Superior.
Los estudios estiman que la cueva empezó a habitarse hace 35.000 años y que, durante milenios, diferentes personas fueron pintando sus techos y paredes. Lo bueno es que las pinturas se conservaron casi intactas hasta que ese señor las descubrió y aún lo están hoy en día. Como decimos, la cueva original no está abierta al público y lo que se puede ver es la réplica exacta que hay en el museo.
La cueva no es muy grande y se divide en varias partes. Cerca de la entrada los hombres y mujeres de la Prehistoria cocinaban, fabricaban armas y utensilios. En la zona más interior reina la oscuridad y es donde pintaron decenas de animales salvajes en techos y paredes (caballos, ciervos, jabalíes…). La sala más importante está llena de pinturas de bisontes.
Lógicamente, los autores de aquellas pinturas rupestres no tenían pinceles como los de hoy día. Lo que usaban eran piedras afiladas para grabar las imágenes en la roca. Después, como pintura usaban carbón y otros minerales machacados y mezclados con agua o grasa animal. Para pintar tan bien a los animales de su entorno los observaban primero detenidamente para poder retratarlos en diferentes posturas y movimientos.