La leyenda de Karãu
Dice la leyenda que un día Karãu salió por la tarde de su casa con el objetivo de buscar medicamentos para su madre, quien se encontraba sumamente enferma. Sin embargo, mientras se encontraba caminando rumbo a la botica, notó como en una de las casas cercanas estaban celebrando una fiesta muy amena.
Se asomó y como conocía a los organizadores, entró a echar un vistazo. Olvidando por completo su misión, invitó a la pista de baile a la muchacha más guapa, quien por cierto aceptó, debido a que Karãu también era un joven sumamente atractivo.
En su mente pasó la idea de únicamente bailar una pieza o dos. No obstante, los minutos se comenzaron a convertir en horas. De pronto, alguien tocó el hombro del chico.
Karãu giró su cabeza hacia atrás y se dio cuenta de que quien trataba de llamar su atención era uno de sus mejores amigos.
- ¿Qué sucede? ¿Porque me interrumpes?
- Vengo a darte una muy triste noticia. tu madre ha muerto.
- ¿Y para eso vienes a distraerme? La gente muere todos los días y no por eso debemos de dejar de disfrutar la vida. Te pido que regreses por donde viniste y me dejes seguir en la fiesta. Ya tendré el tiempo suficiente para llorar mi pena, más por el momento prefiero seguir sintiéndome feliz. Replicó Karãu sumamente molesto.
En el instante en el que el reloj marcaba exactamente la 1:00 de la mañana, la mujer de la reunión se despidió del joven.
- Tengo que irme a casa. Ya es muy tarde.
- Yo te llevo. Sólo tendrás que decirme dónde vives.
- Vivo detrás de aquella colina que ves ahí. Hoy no quiero que me acompañas. Sin embargo, puedes venir a visitarme por las tardes en las que la melancolía por haber perdido a tu madre no te deje en paz.
Inmediatamente después de escuchar esa frase, Karãu se arrodilló y pidió perdón al cielo, ya que se había percatado que, por su culpa, su mamá había fallecido.
A los pocos minutos, el muchacho hizo un juramento en el que prometió caminar sin rumbo fijo por los pantanos ataviado con ropa de luto, hasta el último día de su vida, pues sólo con eso podría en algún momento obtener el perdón de su madre por haber sido un hijo desobligado.
Mientras tanto, el dios Tupã escuchó el compromiso que el joven había lanzado al cielo y lo transformó en un ave negra, la cual estaría condenada a llorar sus penas en las desembocaduras de los ríos por toda la eternidad.
Dice la leyenda que un día Karãu salió por la tarde de su casa con el objetivo de buscar medicamentos para su madre, quien se encontraba sumamente enferma. Sin embargo, mientras se encontraba caminando rumbo a la botica, notó como en una de las casas cercanas estaban celebrando una fiesta muy amena.
Se asomó y como conocía a los organizadores, entró a echar un vistazo. Olvidando por completo su misión, invitó a la pista de baile a la muchacha más guapa, quien por cierto aceptó, debido a que Karãu también era un joven sumamente atractivo.
En su mente pasó la idea de únicamente bailar una pieza o dos. No obstante, los minutos se comenzaron a convertir en horas. De pronto, alguien tocó el hombro del chico.
Karãu giró su cabeza hacia atrás y se dio cuenta de que quien trataba de llamar su atención era uno de sus mejores amigos.
- ¿Qué sucede? ¿Porque me interrumpes?
- Vengo a darte una muy triste noticia. tu madre ha muerto.
- ¿Y para eso vienes a distraerme? La gente muere todos los días y no por eso debemos de dejar de disfrutar la vida. Te pido que regreses por donde viniste y me dejes seguir en la fiesta. Ya tendré el tiempo suficiente para llorar mi pena, más por el momento prefiero seguir sintiéndome feliz. Replicó Karãu sumamente molesto.
En el instante en el que el reloj marcaba exactamente la 1:00 de la mañana, la mujer de la reunión se despidió del joven.
- Tengo que irme a casa. Ya es muy tarde.
- Yo te llevo. Sólo tendrás que decirme dónde vives.
- Vivo detrás de aquella colina que ves ahí. Hoy no quiero que me acompañas. Sin embargo, puedes venir a visitarme por las tardes en las que la melancolía por haber perdido a tu madre no te deje en paz.
Inmediatamente después de escuchar esa frase, Karãu se arrodilló y pidió perdón al cielo, ya que se había percatado que, por su culpa, su mamá había fallecido.
A los pocos minutos, el muchacho hizo un juramento en el que prometió caminar sin rumbo fijo por los pantanos ataviado con ropa de luto, hasta el último día de su vida, pues sólo con eso podría en algún momento obtener el perdón de su madre por haber sido un hijo desobligado.
Mientras tanto, el dios Tupã escuchó el compromiso que el joven había lanzado al cielo y lo transformó en un ave negra, la cual estaría condenada a llorar sus penas en las desembocaduras de los ríos por toda la eternidad.