EL SECRETO DE LA FELICIDAD
Un mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto de la felicidad. Al llegar al castillo, este acabó en una sala llena de gente hablando, personas que entraban y salían... El sabio conversaba con todos y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo atendiera. Tras escuchar lo que quería, el hombre le dijo que no podía contarle el secreto de la felicidad y le sugirió que diera un paseo por su palacio y volviera en dos horas. «Pero quiero pedirte un favor. Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame», le rogó el sabio. Este se dio una vuelta por el palacio sin quitar el ojo de la cuchara. Al volver, el sabio le preguntó si había admirado todas las obras de arte colgadas en las paredes, a lo que el joven le respondió que no. «Vuelve y conoce las maravillas de mi mundo. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa», le insistió. Esta vez el joven sí se detuvo a contemplar las obras que adornaban el edificio. Al regresar, sí que lo había visto todo, pero se habían derramado dos gotas de aceite. «Este es el único consejo que puedo darte. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite de la cuchara», le reveló el sabio de todos los sabios.
Un mercader envió a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto de la felicidad. Al llegar al castillo, este acabó en una sala llena de gente hablando, personas que entraban y salían... El sabio conversaba con todos y el joven tuvo que esperar dos horas para que lo atendiera. Tras escuchar lo que quería, el hombre le dijo que no podía contarle el secreto de la felicidad y le sugirió que diera un paseo por su palacio y volviera en dos horas. «Pero quiero pedirte un favor. Mientras caminas, lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame», le rogó el sabio. Este se dio una vuelta por el palacio sin quitar el ojo de la cuchara. Al volver, el sabio le preguntó si había admirado todas las obras de arte colgadas en las paredes, a lo que el joven le respondió que no. «Vuelve y conoce las maravillas de mi mundo. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa», le insistió. Esta vez el joven sí se detuvo a contemplar las obras que adornaban el edificio. Al regresar, sí que lo había visto todo, pero se habían derramado dos gotas de aceite. «Este es el único consejo que puedo darte. El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite de la cuchara», le reveló el sabio de todos los sabios.