EL CABALLO SALVAJE Y EL JABALÍ
Un caballo salvaje saciaba su sed cada día en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con su hocico y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco. El equino, lleno de ira, fue a buscar a un hombre y le pidió ayuda. «Yo me enfrentaré a esa bestia, pero tú debes permitirme montar sobre tu lomo», dijo el humano. El animal estuvo de acuerdo. Encontraron al jabalí cerca del bosque y el hombre se deshizo de él. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no tenía ninguna intención de bajar de su lomo. «Me alegro de haberte ayudado. No solo eliminé a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo», le dijo. Y, aunque el animal se resistió, el hombre lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura. El caballo, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida, tuvo que obedecer a un amo. «Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparado con esto», se lamentaba. Esto nos enseña que, a veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien solo tiene interés en dominarnos, y al final salimos perdiendo.
Un caballo salvaje saciaba su sed cada día en un río poco profundo. Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con su hocico y las patas, enturbiaba el agua. El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco. El equino, lleno de ira, fue a buscar a un hombre y le pidió ayuda. «Yo me enfrentaré a esa bestia, pero tú debes permitirme montar sobre tu lomo», dijo el humano. El animal estuvo de acuerdo. Encontraron al jabalí cerca del bosque y el hombre se deshizo de él. Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado. Pero el hombre no tenía ninguna intención de bajar de su lomo. «Me alegro de haberte ayudado. No solo eliminé a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo», le dijo. Y, aunque el animal se resistió, el hombre lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura. El caballo, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida, tuvo que obedecer a un amo. «Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparado con esto», se lamentaba. Esto nos enseña que, a veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien solo tiene interés en dominarnos, y al final salimos perdiendo.